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Opinión

Sun-Tzu y el separatismo

La Comisión para la mediación que pidió a Puigdemont desistir de la declaración unilateral de independencia

El Arte de la Guerra fue escrito hace dos mil cuatrocientos años y se ha dicho, seguramente con razón, que su autor, Sun-Tzu, proporcionó a la humanidad el mejor libro sobre estrategia que jamás se haya publicado. En sus densas e inspiradas páginas bebieron Maquiavelo, Napoleón y Mao y, obviamente, han sido ignoradas por todos los Gobiernos de España desde 1978 hasta hoy en su tratamiento del problema separatista en Cataluña. Esta llamativa carencia de las más elementales reglas del combate con un enemigo pertinaz y astuto, es tanto más sorprendente en políticos que se han considerado y se consideran a sí mismos duchos en los asuntos públicos, maestros en la asignatura de la supervivencia y que han despreciado sistemáticamente las advertencias y las recomendaciones de aquellos que, desde sus propias filas, les han venido señalando los peligros que les acechaban y los errores que cometían. En una época en que cualquier dirigente de empresa de nivel medio que haya seguido un curso de estrategia corporativa maneja con soltura los rudimentos de la ciencia bélica establecida en la China de Confucio en tiempos tan remotos, ya es mala suerte que los sucesivos inquilinos de La Moncloa hayan estado ayunos de unos planteamientos que les hubieran resultado tan útiles.

Empezando por la idea central del tratado de Sun-Tzu, la de que toda guerra es un engaño, ya entendemos por qué se ha llegado a la situación inmanejable que hoy reina en aquella Comunidad. En efecto, los nacionalistas mintieron cuando fingieron que aceptaban el pacto de la Transición y que se comprometían a respetarlo. Los protagonistas de la política nacional de aquellos días, de forma tan ingenua como irresponsable, no contemplaron la posibilidad de que sus interlocutores catalanes estuviesen engañándoles y no tomaron ninguna precaución para el caso en que así fuese. Los que ostentaron el poder después de ellos en las instancias centrales del Estado, bien del PSOE o del PP, tampoco sopesaron esa opción, pese a los indicios crecientes de que así era, y continuaron actuando impertérritos como si en la Generalitat habitasen espíritus seráficos rebosantes de lealtad y bondad en vez de malignos felones entregados al saqueo y a la conspiración.

Sun-Tzu dejó clara la relevancia de privar al oponente de los medios necesarios para el enfrentamiento y remarcó que aquellos recursos detraídos al enemigo equivalen a veinte veces los que se consigan para el bando propio. La opinión que hubiera adquirido de unos gobernantes dedicados durante cuatro décadas a suministrar a su peor adversario ingentes facilidades financieras, institucionales y simbólicas, dejando en sus manos el control de la educación y de los instrumentos de creación de opinión, es perfectamente imaginable. Y si además hubiese asistido al espectáculo inaudito de que, ya estallado el conflicto, esta transferencia de enorme sumas se haya mantenido y de que la radio y la televisión oficiales sigan en manos de los rebeldes, su juicio sobre semejante forma de proceder hubiese sido implacable.

Un concepto esencial del esquema teórico del genial estratega chino, el de que la guerra sólo hay que declararla cuando ya está ganada de antemano"

Otro consejo destacado del Arte de la Guerra es preparar cuidadosamente los planes de batalla y no acudir nunca al campo de la confrontación sin un diseño bien elaborado de las acciones a llevar a cabo y de las posibles contingencias  a superar. Pues bien, la permanente mezcla de pasividad y de pura reactividad frente a las ofensivas nacionalistas de los dos primeros partidos nacionales también revelan una imprudencia incomprensible. Mientras los independentistas, con la paciencia de una araña venenosa, ponían en práctica años tras año la refinada técnica pujolista del "gradualismo" - cada paso hacia la secesión ha de ser lo bastante pequeño como para no suscitar alarma, pero su suma en el tiempo ha de resultar demoledora- los Ejecutivos centrales y las fuerzas que los sustentaban caían reiteradamente en la trampa para regocijo y burla de los que tan hábilmente les iban segando la hierba bajo los pies. Cuando un lado tiene un rumbo minuciosamente trazado en todos sus detalles y el otro ni siquiera ha pensado el suyo, el desenlace está cantado.

Y, por último, un concepto esencial del esquema teórico del genial estratega chino, el de que la guerra sólo hay que declararla cuando ya está ganada de antemano, es decir, cuando se han preparado todos los elementos que hagan que la victoria esté garantizada con el mínimo coste. Aquí los nacionalistas le han dado asimismo sopas con onda a los encargados de asegurar el imperio de la ley y la integridad territorial del Estado. Durante cuarenta años se han valido de las aulas, de las organizaciones de la sociedad civil y de los periódicos y medios audiovisuales bajo su control para adoctrinar a una población indefensa falsificando la historia, inventando agravios, prometiendo paraísos de leche y miel, consolidando un sentimiento identitario supremacista, excluyente y agresivo y agitando el espantajo de un enemigo exterior tan inexistente como real a los ojos de las masas fanatizadas por una propaganda masiva e infatigable. Ante una operación de lavado de cerebro colectiva de tal envergadura, los Gobiernos de la Nación, lejos de contrarrestarla con una defensa cerrada de la verdad y de los valores de la sociedad abierta, se han dedicado de forma suicida a desmantelar sus propias estructuras en Cataluña  o a entregárselas al enemigo. Al asestarse el golpe del 1 de Octubre, la chispa prendió, como era de esperar, en un gigantesco montón de leña seca. 

Los principales culpables de los penosos sucesos que están arrastrando a Cataluña al caos y a la ruina y a España a la disolución son sin duda los golpistas que han perpetrado la traición, pero también es evidente que la incompetencia, la desidia, el oportunismo y la falta de visión de las cúpulas de los dos grandes partidos nacionales a lo largo de doce legislaturas han sido determinantes a la hora de explicar el desastre. Sun-Tzu legó en su época a los estadistas y generales del futuro un compendio de sabiduría impagable para preservar la unidad y la prosperidad de sus países, aunque con una premisa indispensable: que la aprendieran y estuvieran dispuestos a aplicarla.

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