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Opinión

¿Sueñan los constitucionalistas con candidatos eléctricos?

Masiva manifestación en Barcelona contra la declaración de independencia

La manifestación convocada por Societat Civil Catalana este pasado domingo ha sido todo un éxito. Más de un millón de personas. Miles de banderas rojigualdas y senyeras. Pero, más allá de la crónica, ¿de qué hablaba la gente? ¿Cuáles eran sus esperanzas y cuales sus miedos?

“Que no nos dejen solos otros cuarenta años”

Ese era el comentario que corría de boca en boca en la multitudinaria manifestación. El ministro Méndez Vigo había dicho que no vería mal que Carles Puigdemont concurriese a las próximas elecciones de diciembre, con la consiguiente señal de alerta que estas palabras han producido entre los partidarios de una nueva etapa en Cataluña. “Si todo esto es para que Puigdemont vuelva y gane, limpito de polvo y paja, me voy a mi casa y no pienso votar nunca más”, decía una joven estudiante. Se quejaba de la presión – acoso, dijo, para ser más claros – que sufrían ella y los que como ella no comulgaban con el independentismo en la universidad. “Estamos acorralados, allí no puedes pedir ayuda ni a la policía nacional ni a la guardia civil”. ¿Y los Mossos?, le ha preguntado el cronista. “Peor. No vienen y, si lo hacen, se limitan a mirar y no intervenir”.

No era la única persona de las allí congregadas que intuye un pacto, un acuerdo, ni que sea tácito. Con años de experimentar la soledad del crítico, muchos de ellos – gente que ha votado de siempre a PSC o PP, actuales votantes de Ciudadanos, gente apolítica, sindicalistas, incluso mucha gente de corte netamente comunista, nada de falangistas y mucho menos de neo nazis, que conste – manifestaban una gran dosis de desconfianza hacia Mariano Rajoy y la manera en la que estaba llevando las cosas.

“Nombrar al número dos de Trapero para ponerlo al frente de los Mossos es una barbaridad” o “No intervenir TV3 ni Catalunya Ràdio es ir al desastre” eran también dos de los comentarios más habituales. La gente, el pueblo llano, el que paga con sus impuestos toda esta comedia que hemos venido en llamar política catalana, está escaldada y pide gestos firmes, contundentes, que no dejen resquicio a la menor duda. Son los mismos que tampoco entienden como no se han producido detenciones, como aún no se ha entrado en los despachos oficiales de la Generalitat o porqué siguen siendo legales organizaciones como las CUP o Arran. Hablamos de gente informada, que sigue la actualidad, tal vez con angustia, pero la sigue. No entienden lo que está pasando. Saben que el 155 era la solución, pero están en desacuerdo en la manera de aplicarlo. Acusan al gobierno de España de tibieza, de componenda, de pactos bajo el mantel.

Ya puede tener cuidado Xavi, son los suyos los primeros que quieren hacerle la cama. Bueno, los sociatas y los del proceso ni le cuento"

Uno de ellos, ex votante badalonés del PSC, me comenta que está indignado por cómo han tratado a Xavier García Albiol los socialistas. “Ahí tiene usted tan contento a Miquel Iceta, llevando la pancarta, el que por sus manías personales ha impedido que el político más votado de Badalona sea el legítimo alcalde. ¿Me quiere usted decir que pinta ahí ese hombre?”. Una chica joven que le acompaña, su hija, es más rotunda con los epítetos – francamente impublicables – cuando contesto que siempre es mejor sumar que restar. La chica, veinte abriles y estudiante de enfermería, me mira fijamente y de sus ojos negros como las aceitunas del Jaén natal de su padre espeta “Ya puede tener cuidado Xavi, son los suyos los primeros que quieren hacerle la cama. Bueno, los sociatas y los del proceso ni le cuento. ¿Sabía que una de las condiciones que puso Puigdemont a Rajoy fue que quería fuera a Albiol de la política catalana?”. Le digo que sí, que lo sabía, que era la misma jugada de Jordi Pujol con Aznar en los pactos del Majestic, que supusieron la salida de Vidal Quadras del PP – el candidato popular que ha conseguido más votos y diputados para el PP catalán en toda su historia – sustituyéndole por alguien de perfil más “catalanista” como el ex ministro Josep Piqué. Me mira con un gesto entre la rabia y la conformidad, y se aleja con su padre. Sí, están escamados.

Una candidatura unitaria

Como sea que la gente de a pie es sabia y conviene escucharla siempre – no en vano uno es de infantería -, el bloc de notas iba llenándose con este y aquel comentario. El más formulado, aparte de los reproches al gobierno, era el deseo de que los partidos constitucionalistas integrasen una sola candidatura. La fórmula, no por difícil, sería garantía de éxito. Ha sido precisamente Albiol el que la ha propuesto. El candidato en el que todos coincidían como cabeza de cartel sería Josep Borrell, bien visto por todos los electores, sea cual sea su ideología. Entienden algo que los partidos aún parecen desconocer: al secesionismo de estos señoritos solo pueden plantarle cara alguien potente, con un discurso sólido, que esté apoyado por todos los que se han manifestado en contra de la charlotada de la república catalana.

Borrell siempre ha suscitado una gran empatía transversal en el electorado, no tan solo catalán. Desde el minuto cero, afirmo. Recuerdo las palabras de Iceta cuando Borrell dio su primer mitin en Lleida – entonces era Secretario de Estado de Hacienda – que fueron toda una declaración de principios “Ha nacido una estrella”. Tanto éxito cosechó entre los socialistas, y los que no lo eran, que alguien decidió que una persona así no podía llegar más lejos. La ruindad de algunos de sus correligionarios, en particular la de algún ex dirigente del PSC experto en desafinar las teclas de los pianos políticos, lo acabaron apartando de la escena pública española mediante un turbio asunto con unos inspectores de hacienda que jamás se aclaró y del que el político leridano salió quemado. Luego resurgió en el Parlamento Europeo, que viene a ser el cementerio de los elefantes más sofisticado que tienen los partidos, viviendo ahora una segunda juventud política, por así decirlo.

Cuesta creer, sin embargo, que los socialistas acepten a un Borrell que siempre ha demostrado su fidelidad ejerciendo la crítica, de la misma manera que dudo mucho que Ciudadanos y el aparato del PP, que no Albiol, aceptasen tamaño envite. Sin embargo, es la solución más lógica, eficaz, útil.

Sería bueno, sin embargo, que el PP diga si ya da por perdida Cataluña antes de seguir adelante"

Los que así se pronunciaban en la calle compartían mi escasa esperanza. “Es demasiado honrado”, “Aquí solo acaban mandando los enchufados”, “Tiene demasiado nivel para esta gente” y muchos otros que inciden en los ya dichos.

Tienen razón. Quisiera pensar que los que defienden la lógica y el sentido común en política han aprendido algo de los tristes sucesos que hemos vivido los catalanes. Digo que quisiera, porque no tengo ningún argumento válido para asegurar que sea así. Méndez Vigo ya ha lanzado el primer globo sonda. Si le aconseja al cesado Puigdemont que se presente, todo puede suceder. Sería bueno, sin embargo, que el PP diga si ya da por perdida Cataluña antes de seguir adelante. Lo sería por dos razones: primera, porque aclararía muchas cosas incomprensibles que estamos viendo; en segundo lugar, porque en el resto de España sabrían a qué atenerse a la hora de acudir a votar en unas elecciones generales.

Pactar en interés del bien común jamás debería ir en contra de los legítimos intereses partidistas, al contrario. Cuando los momentos son graves y este, a pesar del tono de farsa que ha adquirido lo es, se revela quién tiene sentido del estado y quién solamente sirve para presidente de una Diputación cualquiera.

Dios nos guarde de replicantes que pretenden hacerse pasar por humanos, así como de políticos que acaban por pactar con los que pretenden dinamitar el sistema que les permite actuar en libertad. Ignoro si soñarán con candidatos eléctricos, pero tengo por cierto que Borrell, formando tándem con Arrimadas y Albiol, producirían un cortocircuito definitivo en la política catalana. Acaso en la española también, y de ahí, quizá, el miedo que a algunos pueda producirle tal escenario.

Miquel Giménez

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