Opinión

Sobre el placer de odiar

Los rehenes son el único elemento de esta nueva degradación de la guerra concebida por Hamás para destrozar física y, sobre todo, anímicamente a su enemigo

  • Uno de los rehenes israelíes liberados este sábado -

Este sábado fueron entregados por Hamás otros tres de los rehenes negociados dentro de los acuerdos con Israel. Se trata de Eli Sharabi, a quien, antes de llevárselo, asesinaron a su esposa y a sus dos hijos. Or Levy, cuya mujer murió en el refugio de Reim con otros muchos que intentaron ocultarse allí y Ohad Ben Amí, a quien pudimos ver cuando era secuestrado en calzoncillos en su casa, junto a su hermano Yossi, al que asesinó Hamás cuando ya se encontraba en Gaza.

No hay sociedad democrática, liberal, sofisticada y altamente educada que pueda sobrellevar indemne las arremetidas de un régimen de terror anclado en el medievo, fundamentado en el fanatismo islámico más radical y con el culto a la muerte como motor.

 

La invasión de Israel, hace apenas año y medio, el 7 de octubre de 2023, desprotegido durante largas horas -aún sin explicar- tiempo en el que los terroristas se dieron a una orgía desenfrenada de violaciones grupales, acuchillamientos, ametrallamientos, amputaciones y ejecuciones, piras de familias vivas, bebés quemados en hornos caseros a la vista de sus padres, destrucción y pillajes, granadas lanzadas en refugios atestados de personas sin defensa, todas víctimas de esta gran carnicería filmada, documentada y distribuida hasta la saciedad en redes sociales, culmina con el rapto de 251 rehenes de los que aún quedan hoy, 90 en Gaza, entre cadáveres y vivos.

 

El goteo de rehenes que Hamás extrae últimamente de sus mazmorras, en las que las torturas, violaciones y abusos podrían estar también grabados según su conocido “modus operandi” para seguir presumiendo de su ferocidad, para saciar la sed de venganza hacia los judíos de su población astutamente educada para el odio, y de paso, la de una parte importante de Occidente que también disfruta, lo dice todo sobre con qué clase de enemigo se las tiene que ver Israel.

 

Los rehenes están siendo canjeados por 1.904 prisioneros palestinos, 737 con delitos de sangre, recibidos como héroes y mártires en la lucha por la destrucción de Israel que Hamás y Fatah promocionan y financian. Los rehenes son el único elemento de esta nueva degradación de la guerra concebida por Hamás para destrozar física y sobre todo anímicamente a su enemigo, un elemento con el que la sociedad entera israelí no es capaz de vivir, apenas puede respirar, apenas seguir avanzando. La suerte de unos seres de todas las edades, secuestrados, arrancados de sus hogares, llevarán dentro de muy poco, los mismos días que J.A Ortega Lara cuando emergió del zulo insalubre donde lo enterró ETA.

 

El placer del que no solo busca la muerte de su víctima, sino su suplicio antes de expirar, ese deleite en la vileza infligida deviene una perturbación incurable para el ánimo del que lo padece o del que lo presencia como testigo. El mundo para el superviviente se torna entonces para siempre inhóspito y ajeno

 

El pueblo judío tiene una Historia inagotable de sufrimientos, pero la experiencia de la crueldad se entendió muy bien cuando los judíos salieron del Holocausto burlando por los pelos la muerte a la que estaban predestinados en la política del exterminio diseñada por Alemania y ejecutada con gusto por tantas poblaciones europeas que tan sencillo resulta entender hoy. Casi todos los judíos que consiguieron salvar sus vidas en Europa sobrevivieron, en gran medida, a actos horrendos, iniquidades, perversidades, suplicios, tormentos, experimentos médicos y abusos abyectos en medio de las vejaciones más terribles y del mayor de los desprecios por la humanidad de las víctimas. El placer del que asesina con malicia y sadismo tiene un carácter diferenciador aunque el resultado, en última instancia, sea también la destrucción de la vida que es el mayor bien que posee todo ser humano. El placer del que no solo busca la muerte de su víctima, sino su suplicio antes de expirar, ese deleite en la vileza infligida deviene una perturbación incurable para el ánimo del que lo padece o del que lo presencia como testigo. El mundo para el superviviente se torna entonces para siempre inhóspito y ajeno. Los suicidios entre supervivientes del 7 de octubre lo demuestran.

 

Si después de los largos años del Holocausto y de sus infamias, los judíos pudieron, poco a poco, reintegrarse al género humano, fue primero porque hubo seres excepcionales, muy contados, que redimieron a la humanidad entera con su heroísmo, en contra de las órdenes, a pesar de la presión de sus semejantes, a pesar de los castigos, con la ética como bien supremo; se les conoce hoy como los “Justos entre las Naciones”. También, Occidente en su conjunto, avergonzado por un genocidio de semejante alcance a la vista de todos y entre las naciones más cultivadas de la tierra, quiso reparar la tragedia, prestar oídos a los testimonios, volcarse sobre los relatos impronunciables de los supervivientes, querer saber con interés verdadero, enmendar comportamientos, señalar a los culpables y a sus cómplices, perseguirlos y juzgarlos, arropar a las víctimas, transmitir sus testimonios y repetir “nunca jamás” como un escudo inexpugnable para males venideros.

 

Si el pogromo del 7 de Octubre hubiese despertado entre la élite intelectual de Occidente ese gran movimiento de aversión por los actos incalificables de los terroristas y hubiese inspirado después, la oleada de calor humano que la sociedad israelí se merecía, si hubiera suscitado el apoyo y el afecto que los supervivientes, y con ellos, toda la nación entera anhelaba, en momentos en que enterraban a sus 1.200 muertos y les arrancaban a sus 251 secuestrados, entonces los judíos, no solo los israelíes, si no probablemente los judíos del mundo entero hubiesen sabido que las promesas hechas tras la Shoah habían verdaderamente acabado para siempre con los miles de años del odio al judío, enfermedad que se llama antisemitismo.

 

Son vergonzosos inventos tan burdos, como sonrojantes, fácilmente rebatibles mediante cifras que no se quieren leer, mediante realidades que no se quieren creer, mediante testimonios que no se quieren oír, acusaciones inconcebibles que perpetraría una sociedad democrática y liberal como la israelí que  sabe condenar y meter en la cárcel a su primer ministro por corrupción

 

Sin embargo, la reacción mundial fue diametralmente opuesta. El 7 de octubre ha supuesto para la mayoría de las élites occidentales y con éstas, para las masas que suelen arrastrar, el mayor avance perpetrado por el antijudaismo en varias generaciones. Las acusaciones fabricadas del “apartheid” infligido a los palestinos, del “genocidio” perpetrado en Cisjordania y Gaza, de “crímenes contra la humanidad” consumados, son vergonzosos inventos tan burdos, como sonrojantes, fácilmente rebatibles mediante cifras que no se quieren leer, mediante realidades que no se quieren creer, mediante testimonios que no se quieren oír, acusaciones inconcebibles que perpetraría una sociedad democrática y liberal como la israelí que sabe condenar y meter en la cárcel a su primer ministro por corrupción, a un presidente del estado por acoso sexual. pero que, en cambio, permitiría gustosamente el genocidio de un pueblo entero en su seno. Y, a pesar de tratarse de calumnias disparatadas, de libelos inconcebibles para nuestras sociedades finamente educadas, sociedades en las que vivimos hiperconectados, han calado profundamente.

 

Israel, pese a quien le pese, se defiende y lucha con el ejército más ético sobre la faz de la tierra, en una guerra despiadada por su supervivencia, atendiendo a cuatro frentes feroces simultáneos: Hamás en Gaza y en Cisjordania, Hezbollah en el Líbano, los Houtis desde el Yemen e Irán, una guerra que pocas naciones en la tierra podrían superar.

 

No es la primera vez que inventos burdos y descabellados sirven para condenar al pueblo judío en su conjunto. Natan Sharansky comparaba hace unos días las mentiras con las que se acusa hoy a Israel en tantos foros supuestamente solventes, con las infamias que atravesaron los siglos, sobre crímenes rituales cometidos contra niños en la Pascua Judía para desangrarlos y con su sangre cocinar el pan ázimo.Todavía en la Rusia de la que él proviene, fueron apresados unos 40 judíos acusados de esta grotesca invención en el siglo XIX. En 1913 otro judío fue juzgado en Kiev y en España, Dominguito del Val sigue siendo santo, venerado hasta hoy, a pesar de la educación básica obligatoria y universal y de que el Concilio Vaticano II calificó, en los años sesenta a los judíos, como “nuestros hermanos”. Que los judíos no somos caníbales y que comer sangre es una de las prohibiciones de nuestras leyes dietéticas no puede estropear una buena historia. Ese libelo, que se fue repitiendo desde la Antigüedad hasta el siglo XX con alguna regularidad, no augura nada bueno para las acusaciones ridículas actuales sobre el comportamiento del Estado judío. Si el Vaticano no pudo terminar en pleno siglo XX con el invento de los crímenes rituales, hoy el esfuerzo combinado del islamismo y de un Occidente enfermo de antisemitismo puede dejar una herencia nefasta.

Si Occidente ha disfrutado de 80 años de paz desde la destrucción del nazismo, probablemente es porque supo sacrificarse sin titubeos, con total claridad moral, como una gran orquesta perfectamente sincronizada para alcanzar la erradicación del mal de su época.

 

Hamás debería haber sido condenado sin matices, por todo el mundo libre al unísono y desde el principio. Debía haber sido derrotado por una gran coalición de naciones unidas para destruir sin contemplaciones al agresor. Si Occidente ha disfrutado de 80 años de paz desde la destrucción del nazismo, probablemente es porque supo sacrificarse sin titubeos, con total claridad moral, como una gran orquesta perfectamente sincronizada para alcanzar la erradicación del mal de su época.

 

Como, esta vez, no ha sabido o no ha querido identificar el Gran Salto Adelante que fue el 7 de octubre para la yihad islámica global; como le complace coquetear, en cambio, esta vez, con un credo totalitario, como por otro lado, en tantas otras ocasiones de su historia, solo podrá comprender, para su desgracia, la gravedad de su ceguera cuando sea ya demasiado tarde y sufra un 7 de octubre en su propia casa.

 

Mientras tanto, Israel contiene la respiración a la espera de recuperar a cada uno de sus rehenes. Esta vez ha dejado de hacerse ilusiones sobre una convivencia futura con un “Pueblo Palestino” que nunca compartió el sueño judío de dos estados viviendo en paz, uno pegado al otro.

 

Ya lo dijo en 1957 Golda Meir: “La paz en Oriente Medio llegará cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros.”

 

Visto lo visto, ese momento aún no ha llegado.

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