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Opinión

Sexo, género y fantasía

La sustitución del sexo por el género está, como todos los totalitarismos, condenada al fracaso

Irene Montero, ministra de Igualdad.

Imaginemos la escena siguiente: un fornido mocetón veinteañero de musculosa anatomía y áspera pilosidad facial escasamente afeitada se presenta ante un funcionario del Registro Civil y le comunica que se siente mujer y que por tanto proceda a cambiar el correspondiente dato identificativo que figura en su ficha para reflejar convenientemente esta perentoria sensación subjetiva que le posee y tome debida nota de que a partir de este momento su nombre deja de ser Pedro para pasar a ser Laura. Supongamos también que esta curiosa pretensión viene respaldada por una disposición legal que preste derecho a Pedro a transformarse a efectos civiles en Laura sin otro requisito que su santa voluntad sin necesidad de, por ejemplo, un examen médico o psicológico que demuestre que o bien tan peregrina exigencia carece de fundamento observable y por tanto ha de ser denegada como un capricho excéntrico o que Pedro está como una regadera y debe recibir de inmediato atención psiquiátrica para que no cometa disparates de mayor peligrosidad.

Pues bien, esta situación se produce ya en algunos países europeos, Dinamarca y Malta sin ir más lejos. Teniendo en cuenta el ardor del actual Gobierno español por las innovaciones legislativas en campos sensibles, hay que esperar que pronto su sección podemita se lance a asombrar al mundo con su creatividad positivista también en estos delicados asuntos.

En la actualidad y en el mundo occidental democrático la igualdad hombre-mujer es plena en el terreno legal y si subsisten vestigios de comportamiento machista en algunos grupos sociales son minoritarios

El problema que les ha surgido, sin embargo, a Irene Montero y a su cohorte de vestales justicieras es la rebelión contra sus tesis queer de las feministas “clásicas”, las de toda la vida, las que ya combatían denodadamente por la igualdad de derechos de la mujer frente al hombre cuando la hiperactiva ministra de Igualdad correteaba por el parvulario sin sospechar que estaba llamada a altos destinos. El razonamiento de las defensoras de la igualdad hombre-mujer de corte tradicional, herederas de las heroicas sufragistas, es demoledor para la posición defendida por la ministra y sus asesoras: si el sexo, condición biológica, es un elemento irrelevante y ha de ser sustituido por el género, construcción cultural, toda la lucha feminista que tiene como objetivo la equiparación de los dos sexos en los ámbitos laboral, político, familiar y social carece de sentido.

Cuando yo era un niño, allá por los años cincuenta del pasado siglo, mi madre necesitaba de una autorización de mi padre para obtener su pasaporte, lo que resulta inaceptable desde cualquier punto de vista. La legislación de la época prescribía la sumisión y la obediencia de la esposa al marido por ser este el orden natural de las cosas, planteamiento aberrante que afortunadamente vemos hoy como una rechazable anomalía de otros tiempos. En la actualidad y en el mundo occidental democrático la igualdad hombre-mujer es plena en el terreno legal y si subsisten vestigios de comportamiento machista en algunos lugares y grupos sociales son minoritarios y reciben el general rechazo del resto de la ciudadanía. La ideología de género, que concibe a la mujer como clase alienada y oprimida y al hombre como clase opresora generadora de la superestructura normativa es un constructo absurdo, divisivo, tóxico y contraproducente.

Identidad sexual

La especie humana es sexualmente dimórfica, tanto en lo anatómico y fisiológico como en lo emocional y psicológico y este hecho lo determina la biología, es decir, sí, por mucho que las feministas radicales se resistan, la naturaleza. Obviamente, los roles, las actividades, las preferencias y las inclinaciones de los hombres y las mujeres no son con bastante frecuencia coincidentes, y esta circunstancia no es sinónima de desigualdad, sino de realidad. La negación de este binarismo sólo puede conducir a la confusión mental, a leyes grotescas y a la infelicidad de muchas personas. Otra cosa es que de manera excepcional aparezcan determinados individuos cuya identidad sexual no coincida con la que marca su cuerpo de origen y en estos casos esté justificado tomar las medidas médicas, civiles y legales que les ayuden a superar sus problemas y les permitan el encaje definitivo y armonioso entre su constitución morfológica y fisiológica y su autopercepción interior.

Todos los intentos conocidos hasta la fecha de construir mediante ingentes operaciones coactivas pletóricas de fervor adanista, órdenes sociales, económicos y morales en contra de la auténtica naturaleza humana han dado lugar a los más terribles horrores y a la barbarie más sangrienta. La sustitución del sexo por el género está, como todos los totalitarismos, condenada al fracaso, aunque, eso sí, no sin antes haber provocado un enorme sufrimiento a sus desorientadas víctimas.

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