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Opinión

Puigdemont los tiene cuadrados

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, en Girona.

Carles Puigdemont presenta un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional. Ojo, y lo hace contra el President del parlamento, el también separatista Torrent. De traca.

Tanto hacerse el chulito colgando tuits en los que se ufanaba de haber recibido hasta cinco notificaciones del alto tribunal, pasando olímpicamente de las mismas, tanto menospreciarlo, aduciendo que es un órgano al servicio de la dictadura española, y ahora va y resulta que el fugadísimo recurre al mismo. Cuidado, que acude pidiendo auxilio ante la decisión de la Mesa del Parlamento catalán porque, pobrecico, ni le dejan votar telemáticamente ni le permiten ser investido por tuit ni hacer de presidente por fotocopia. Es decir, que mientras Esquerra intenta desesperadamente no salirse ni un milímetro de la legalidad por si los Lledoners, este incendiario que, al fin y al cabo, vive cómodamente en Bélgica mientras sus ex compañeros se pudren en la cárcel, pretende seguir siendo la batuta que orqueste este desastre de post proceso que vivimos en Cataluña.

Los neoconvergentes separatistas son unos auténticos fumistas, meros y simples aficionados que practican trucos de magia de manera torpe, atolondrada, cayéndoseles las cartas que esconden en la manga y asomándoseles el conejo por debajo de los faldones del frac. Sus manos solo estaban hechas para aplaudir frenéticamente los discursos de Jordi Pujol, cortar cintas de la misma obra en inauguraciones realizadas diez, veinte, cien veces, eso sí, siempre antes de elecciones, y meter la mano en alguna caja discreta y ladinamente. Son, la historia se ocupará de certificarlo, la peor generación de políticos de Cataluña, lo que ya es decir, porque aquí se ha prodigado mucho, quizás demasiado, el político fatxenda usando un calificativo que usaba Josep Pla. Fatxenda significa algo más que su traducción literal al español, fanfarrón. El fatxenda presume de lo que no tiene, es agresivo y despótico con sus inferiores y lameculos y baboso con aquellos que tiene por encima. El fatxenda, insistimos, es la mala hierba de cualquier sociedad, que en todas pares los hay, pero tienen en mi tierra un acomodo especial, porque en Cataluña son quienes han gobernado las últimas cuatro décadas. Me quedo corto: han mandado desde siempre, porque el terrateniente catalán, el oligarca empresarial, el rico, vamos, es tradicionalmente cenutrio, casposo, gañán, de los de escupitajo en el suelo, misa de ocho, familia numerosa, mujer ultra católica y fulana contorsionista y partidario de mantener su posición privilegiada incluso a costa de la sangre de sus hijos. Se ha perpetuado en el machito por una simple y tremenda razón: la burguesía catalana no ha dudado en financiar golpes de estado, restauraciones o guerras civiles sin con eso salvaguardaba sus privilegios feudales.

Añadan a todas las lindezas propias de esta harka una más: el fatxenda es cobarde por naturaleza y suele ponerse a chillar histéricamente como un loco si ve que alguien se mete con él

Añadan a todas las lindezas propias de esta harka una más: el fatxenda es cobarde por naturaleza y suele ponerse a chillar histéricamente como un loco si ve que alguien se mete con él. Si se corta un dedo proclamará que le han amputado una pierna, y eso es lo que viene a hacer el pastelero de Amer, ese pagado de si mismo que es Puigdemont, haciendo el más colosal de los ridículos pidiendo auxilio a aquellos a los que ha insultado de todas las maneras posibles. Si en Cataluña existiesen separatistas de verdad y no de utilería, abjurarían de alguien que, según su manera de ver las cosas, comete alta traición confiando en la justicia de España.

Mucho despotricar en contra de ella, mucho votar en la cámara autonómica que el Constitucional era una institución falta de legitimidad y competencia en Cataluña – el nueve de noviembre del 2015, con los votos de Junts pel Sí y las CUP, recordemos – y mucho venirse arriba asegurando hiperventilados que no iban a someterse a las decisiones del alto tribunal para acabar pordioseando por un quítame allá esos escaños.

Todo esto va dirigido, también, contra de la línea de flotación de ese carguero escorado que es Esquerra. Los de Junqueras tienen un grave dilema que no parece que sepan resolver. O salen al paso de todas las estupideces que emanan desde Waterloo y cortan con ellas radicalmente, lo que significa dar un puñetazo en la mesa y decir basta, o Puigdemont los arrastrará en su caída. Ayer daba sonrojo escuchar a Joan Tardá contemporizar cuando se le preguntaba acerca de la jugada del fugado. El tiempo de templar gaitas toca a su fin, y si esta gente pretende salvar algún mueble del naufragio será menester que salgan a la palestra y tengan el coraje de decir la verdad. No parece que estén por la labor y lo atribuimos tanto a la falta de valor político como al sentimiento de miedo ante la posibilidad de quedar como los malos de la película. No tienen lo que hay que tener. Por más que nos cueste decirlo, el único que demuestra tenerlos bien puestos, fuguitas aparte, es Puigdemont, aunque sea solamente para defenderse a sí mismo en una maniobra miserable. Los tiene, claro, pero cuadrados. Muy cuadrados. Qué bonita sería esa república con este personal mandando, ¿no les parece? Huevos cuadrados, fíjense.

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