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Opinión

Prohibido ser imbécil

La presidenta del Gobierno de Islas Baleares, Francina Armengol

El Gobierno de Baleares aprobó la semana pasada un decreto que prohíbe el turismo de borrachera en las playas de Palma y Magaluf y también en Ibiza, entre otras cosas también inquietantes, como por ejemplo saltar por los balcones de los hoteles.

Parece lógico que cuando hay aglomeraciones, de lo que sea, en espacios públicos concretos se dicten reglamentos y normas básicas para poner un poco de orden (es el caso de los semáforos, las direcciones únicas, las manifestaciones autorizadas, las fiestas populares, etc.). Sin embargo, no deja de sorprender que en esta ocasión lo que se trate de legislar sean precisamente el exceso alcohólico y el desmadre, dos conceptos que de toda la vida han ido ligados al puro caos y al descontrol pero que en los últimos años han derivado en una asombrosa oferta turística más. Como si a los eslóganes tradicionales: ¡Disfrute a bordo de nuestro crucero!, ¡Sienta la historia!, ¡Viva lo auténtico!, ¡Relájese al sol!, se hubiesen añadido los nuevos: ¡Arrástrese por la pista!, ¡Pierda el conocimiento!, ¡Alcance el coma etílico! Si resulta extraño que alguien trate de acotar con leyes y reglamentos el caos, aún es más paradójico que éste se oferte de manera tan organizada.

Nuestra costumbre social de que en las actividades festivas esté siempre presente el alcohol no es sana, pero está muy arraigada

Pero aunque en algunos puntos de Baleares y de la costa mediterránea esto del botellón y sus variantes turísticas haya alcanzado puntos increíbles, la verdad es que es un modelo festivo bastante general. No hay fiesta en la que participen jóvenes, y no tan jóvenes, en la que el llamado botellón no sea protagonista destacado. Nuestra costumbre social de que en las actividades festivas esté siempre presente el alcohol no es, desde luego, sana, pero está tan arraigada que era de esperar que cuando se establecieron las restricciones a su venta, sin duda indiscutibles para menores de edad, surgieran otras opciones para socializar en torno al consumo de bebidas alcohólicas, por más que estuviesen en el borde exterior de la Ley.

El resultado ha sido el surgimiento de una nueva forma de ocio que ha ido construyendo sus propias rutinas y hasta sus lenguajes, autóctonos o importados (hacer litros, litrar, pubcrawling, happy hour, binge drinking, etc.) Un fenómeno que nos debería hacer reflexionar sobre hasta qué punto es difícil que una Ley pueda torcer lo que está socialmente aceptado como normal. Y el caso del consumo social de alcohol es un ejemplo muy claro de ello.

Con todo, el aspecto más increíble del reciente decreto balear es la prohibición del “balconing” -saltar de un balcón a otro del hotel o lanzarse desde la terraza a la piscina-, cuyos practicantes serán multados y expulsados del establecimiento donde practiquen su afición, siempre que sigan vivos, -debería haber matizado la norma-.

Que hasta los aspectos más minúsculos de la vida estén regulados es una peligrosa tentación contra la que conviene estar atentos, tanto por la intromisión que supone en la libertad individual como porque la responsabilidad personal del ciudadano sobre su propia vida se va debilitando poco a poco y nos vamos infantilizando, dejando nuestros destinos en manos de una telaraña de normas que lo regulen todo.

El momento de gloria

Que me disculpen los millones de niños y niñas inteligentes que tenemos alrededor pero solo esa infantilización del que se considera invulnerable por estar en medio de una fiesta básicamente alcohólica puede explicar que haya individuos que consideren que el momento de gloria que Andy Warhol les reservaba tenga que ser el día que se estrellaron contra el borde de la piscina y salieron en el informativo.

Es cierto que, como ha dicho la presidenta balear Francina Armengol, el turismo de excesos degrada la imagen de la comunidad y por eso resulta comprensible que su Gobierno opte por regular este tipo de aglomeración, como se hace con cualquier otra. Veremos cómo se desarrolla el decreto en materia de oferta y consumo desaforados de alcohol, pero respecto al “balconing” es imposible no sorprenderse porque suena a algo tan chusco como que en Baleares se haya prohibido ser imbécil.

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