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Opinión

Pedro y Pablo: ¿quién es el dueño de la llave?

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias antes de su reunión.

Como un reloj, los intelectuales y columnistas salen de sus madrigueras para pontificar sobre la falta de cultura de coalición en España. Después de las elecciones, allá donde el partido ganador no haya conseguido alcanzar la mayoría absoluta, los lamentos sobre la intolerancia, falta de cintura, torpeza y estulticia de nuestra clase política que no sabe pactar se repiten. En España todo es terrible, no como en esos países del norte de Europa donde todo el mundo pacta constantemente. Cielos que mala cultura política tenemos.

Como de costumbre, ni las cosas son tan lamentables en casa, ni los políticos son tan hábiles y talentosos al norte de los Pirineos. Cuando miramos los sistemas parlamentarios del continente con cierta perspectiva (es decir, miramos a todo el mundo menos Francia), la realidad es que los gatillazos poselectorales a la hora de formar coalición existen en todas partes, y las negociaciones inacabables están a la orden del día.

Miremos, por ejemplo, a Alemania, que el año pasado estuvo seis meses sin gobierno mientras Merkel intentaba formar una coalición. Miremos a Bélgica, que en el 2010-2011 se tiraron 589 días intentando nombrar un primer ministro. Los holandeses hace dos años estuvieron 225 días negociando hasta que alguien logró la investidura. Suecia, este mismo año, sólo cerró un acuerdo de coalición tras 133 días de pataletas y negociaciones. España celebró elecciones hace 84 días; incluso si llegáramos a septiembre no estaríamos fuera de la norma en procesos de investidura.

Cualquier negociación para formar gobierno requiere tacto, talento y voluntad de formar equipos, pero, ante todo, que a todos los implicados les convenga pactar

Si bien es cierto que las repeticiones electorales son algo menos habituales, su existencia en España obedece más a una cuestión de plazos y diseño constitucional que de incompetencia de nuestros políticos. Los diseñadores de nuestra constitución incluyeron una serie de límites temporales en el proceso de investidura en aras de favorecer la creación de mayorías parlamentarias estables. Estos límites temporales en la negociación de gobiernos, sin embargo, son relativamente inusuales en el resto de las constituciones europeas, así que en Europa salvo muy contadas excepciones los partidos negocian hasta que no pueden más. Los padres de la Constitución querían gobiernos fuertes y estables, y los querían rápido. En España llega un momento en que el marco jurídico vigente les echa a patadas y vuelve a llamar a los votantes.

Si bien es cierto que aún no hemos visto a nivel nacional un gobierno que no sea monocolor, todos los partidos españoles han formado parte de gobiernos de coalición en ayuntamientos y comunidades autónomas. La falta de coaliciones clásicas a nivel nacional se debe más a nuestro sistema electoral, que ha generado un número inusualmente elevado de mayorías absolutas, y al bipartidismo imperfecto de nuestra democracia al menos hasta el 2011, cuando los socios minoritarios en el parlamento a menudo tenían apenas una décima parte de los escaños del partido que ocupaba la Moncloa. Los gobiernos de coalición no fueron medio viables hasta el 2011, así que sólo hemos tenido dos “rondas” de negociación.

Que las peleas para formar coaliciones sean algo relativamente habitual a nivel europeo, no obstante, no hace que el espectáculo de estos días entre PSOE y Podemos haya sido menos embarazoso. La negociación, para llamarla de algún modo, se ha centrado más en distribución de ministerios que en políticas públicas concretas, merced de la insistencia de Pablo Iglesias de tener su cuota de sillones a cambio de dar su apoyo. La arrogancia de Pedro Sánchez, y el cada vez menos disimulado odio personal del presidente en funciones hacia su potencial aliado, no han ayudado demasiado a cerrar un acuerdo.

El 'pagafantas' del Gobierno

Esto no quiere decir, sin embargo, que el persistente fracaso del PSOE y Podemos para alcanzar un acuerdo sea cosa de falta de cultura política, respeto, valores y falta de europeidad de nuestros políticos. Nuestros dirigentes no serán los individuos más inteligentes del continente, pero su nivel de idiotez no es demasiado distinto al de los políticos alemanes que se tiraron medio año hablando sin parar hace unos meses.

Cualquier negociación para formar gobierno es una cosa delicada que requiere tacto, talento y voluntad de formar equipos, etcétera, pero ante todo requiere que a todos los implicados les convenga pactar. Ahora mismo, tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias parecen haber llegado a la conclusión que repetir elecciones les conviene más que acceder a las peticiones del otro, así que cultura democrática o no, prefieren jugársela a ceder nada.

Empecemos por Pablo Iglesias. La tendencia en los resultado electorales de Podemos desde las elecciones del 2011 ha sido clara, y siempre ha ido hacia abajo. Pablo Iglesias cree, con cierta razón, que apoyar al PSOE sin tener cargos de cierta visibilidad les convertirá en el pagafantas oficial del gobierno, que votan todo, pero nadie les presta atención. Dada la alternativa entre cuatro años de progresiva oscuridad y convertirse en la Izquierda Unida de antaño el 2023 o alaridos vociferantes ahora y jugársela a que la culpa del fracaso de las negociaciones se la lleva Sánchez, pues mejor lo segundo que lo primero.

La mayor virtud de un buen político es ser paciente, e Iglesias, avanzando hacia la retaguardia, se sitúa a la espera de batallas más favorables

Para Sánchez, mientras tanto, el objetivo es extinguir a Podemos ahora para explotar la división de la derecha a medio plazo. Tener a Podemos como socio de gobierno casi irrelevante (y machacarles con un adelanto electoral si hacen el tonto) es su opción preferida, pero dada la torpeza de Iglesias exigiendo ministerios, repetir elecciones y echarle la culpa a él tampoco suena mal.

Mi sensación es que el único que puede evitar una repetición electoral es Pablo Iglesias, porque Pedro Sánchez cree que tiene una mano ganadora. Podemos debe sopesar si tras unas nuevas elecciones (y la potencial reorganización de la derecha para desperdiciar menos votos) la izquierda seguirá pudiendo formar mayoría, y si el partido saldrá más fuerte o débil después del segundo envite. La experiencia del 2011, cuando Podemos se estrelló tras sabotear un gobierno de Sánchez debería darles pistas, pero Iglesias parece estar dispuesto a tropezar dos veces con esa misma piedra.

Si algo que Podemos no debería olvidar, sin embargo, es que en política cuatro años son muchos años, y pueden pasar muchas, muchas cosas mientras viven a la sombra de Pedro Sánchez. Casi nadie en el PSOE se hubiera imaginado el 9 de marzo del 2008 la catástrofe a la que iba enfrentarse el partido durante los siguientes tres años. Uno nunca sabe qué escándalos y sorpresas le esperan al PSOE de aquí al 2023; es perfectamente posible que un escándalo de corrupción, crisis económica o algo parecido salga de la nada e Iglesias salga beneficiado sin tener que hacer nada.

La mayor virtud de un buen político es ser paciente. Pablo Iglesias quizás debería aprender a serlo estos días, y avanzar hoy hacia la retaguardia, a la espera de batallas más favorables.

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