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Opinión

Paisaje después del griterío

Por fin han terminado los ocho meses de Gobierno en funciones y se ha formado el único Gobierno posible que nuestros representantes políticos han querido construir. Convendría no olvidar eso. Que tanta bronca y de tanta descalificación mutua tienen consecuencias mucho más decisivas que los titulares y los memes que han incendiado medios y redes durante meses. La principal consecuencia de la elección consciente que han hecho nuestros principales representantes políticos de no querer ni mirarse a la cara es que tenemos un gobierno sostenido por la única coalición posible. Extraña, incómoda, seguramente inestable pero -señorías- la única que ustedes han querido que exista.

Porque no vale preferir, para preferir estamos los ciudadanos. Los políticos electos están para decidir, no para preferir. Y cuando se enrocan en que jamás apoyarán nada que se aparte un ápice de lo suyo propio y que no aceptarán acuerdo alguno con “esa gente” (en referencia a otros políticos electos con los que comparten hemiciclo), no están prefiriendo, están decidiendo. Por tanto, la decisión de que España tenga este Gobierno de coalición corresponde a toda la Cámara, a quienes lo han apoyado, a quienes se han abstenido y a quienes han hecho todo lo posible para que no hubiese otra posibilidad.

Todo apunta a que con esos mimbres, la cesta puede ser previsible, sólida y razonablemente del gusto de la Europa que nos vigila el déficit

Obtenida la presidencia, Sánchez ha movido su primera ficha nombrando ministros y ministras entre los cuales hay un plantel en el que no han faltado las sorpresas. Es lo malo de venirse arriba con las exageraciones, que se pierde de vista no solo la realidad sino sobre todo lo poco que importan tales desmesuras fuera de los muros de la escandalera política cotidiana.  Así que, conocidos los nombres de algunos ministros y ministras, no han faltado quienes se han extrañado porque personas de tan probada solvencia profesional y afectos a una indiscutible ortodoxia económica hayan podido aceptar entrar en lo que los más exaltados imaginaban que sería (quizás lo deseaban) un pandemonio de comunistas bolivarianos. No solo no ha sido así sino que, de momento, todo apunta a que con esos mimbres, la cesta puede ser previsible, sólida y razonablemente del gusto de la Europa que nos vigila el déficit.

Lo cierto es que, tanto en su anterior Gobierno, como en el actual, el presidente ha demostrado bastante más destreza y capacidad de atracción de talento de lo que sus adversarios hubiesen imaginado. Un detalle que hace pensar en que posiblemente no esté calando el mensaje apocalíptico que la oposición transmite sobre el futuro de España y que también pone en duda que la solvencia esté únicamente en el lado de la derecha.

Respuesta de la oposición

Una vez elegido, Sánchez ha movido la ficha que le correspondía. Es su turno y su derecho pero pronto tocará a la oposición responder y mejor sería que preparase un mensaje bien sustentado, no las rápidas respuestas de manual en caliente para cubrir el expediente que hemos escuchado estos días.

A despecho de sus muchos partidarios, el tiempo del griterío ha pasado y si al movimiento de Sánchez de nombrar un Gobierno en serio la oposición no es capaz de contraponer un discurso también serio, si se limita a responder con consignas, por tremendas que estas puedan ser, quedará en evidencia su incapacidad para hacer frente a la nueva situación y la ventaja mínima que Sánchez obtuvo en su investidura se agigantará. El PP, el único partido que puede hacerlo, está ante un momento difícil y también decisivo: o encuentra el tono y una forma creíble de marcar una posición propia, capaz de competir con el PSOE y no con Vox, o volverá a hacerse cierta la afirmación de Giulio Andreotti de que el poder desgasta sobre todo a quien no lo tiene.

El deseado cataclismo

La elección más fácil es, por supuesto, seguir sin vacilación la senda del tremendismo a la espera de que la situación de Cataluña haga saltar por los aires el Gobierno. Puede incluso que salga bien (bien para los siempre activísimos partidarios de cuanto peor mejor, claro está) pero aparte de lo peligroso que pueda ser para España que el incendio político se avive en Cataluña, esa apuesta a que todo reviente sería también muy arriesgada para sus partidarios, aparte de irresponsable. En primer lugar porque, de producirse el cataclismo deseado, serían los más radicales quienes se llevarían el gato al agua y, en segundo lugar, porque de no producirse tal desastre, el ganador absoluto sería el socialista. No olvidemos que Sánchez va a poder contar a su favor con el enfrentamiento a muerte que en estos momentos divide profundamente a los propios independentistas.

 Se abre, por tanto, una etapa nueva, con un Gobierno débil en el Parlamento pero que puede hacerse fuerte en la opinión pública a poco que no se cumplan las tremendas previsiones de los agoreros y con una oposición que ha tratado de impedir el Gobierno hasta el último instante pero que finalmente no ha podido hacerlo y que tendrá ahora que buscar acomodo en el nuevo panorama. Lo que desde luego ha terminado, o debería, es el tiempo de los gritos y las alarmas que hemos padecido y que tiene la política española paralizada hace ya demasiado tiempo.

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