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Opinión

¡Muera la inteligencia!

Greta Thunberg (i) escucha a un orador mientras ella y otros 15 niños de todo el mundo presentan una queja oficial sobre la crisis climática.

Claro, claro. Quién no quiere que los pajaritos canten y las nubes se levanten. Con toda esta polvareda de la vida sana ha vuelto a cobrar fuerza aquello de la madre naturaleza, que daba como mucho para título de novela. La madre naturaleza, además de una prosopopeya enternecedora, es un oxímoron, porque si te descuidas te destroza. Incluso sin descuidarte. La vida humana no ha sido más que eso: una incesante pelea contra el mundo natural para tratar de dominarlo y ponerlo a su servicio.

El decurso evolutivo ha establecido en este bípedo implume una serie de conexiones neuronales que le han llevado a la cúspide jerárquica del planeta, donde sigue estando y donde seguirá por mucho, mucho tiempo. Llegar ahí ha sido un proceso lento y duro, con hallazgos milagrosos como, por ejemplo, una consideración moral de la existencia que, más allá de la supervivencia programada, justifica el bienestar (la felicidad, en suma) como meta de este transito cósmico tan curioso. Eso es el progreso. Y a menudo a pesar de la madre misma.

Optimismo de la especie

Las conquistas materiales del hombre lo convierten en el objeto más asombroso del universo conocido. Por mayor o menor casualidad ha conseguido coger un planeta hecho un desastre, todo lleno de maleza y sitios invivibles, y transformarlo en sistemas de producción y organización (por hablar a la antigua) que le han permitido en unos siglos de nada triplicar su esperanza de vida y preocuparse de organizar las próximas vacaciones en vez de andar a la greña con un lobo para comerse un conejo.

Las futuras generaciones de extraterrestres, para cuando nos haya engullido un agujero negro, mirarán la obra humana con admiración y enseñarán en las escuelas su evolución portentosa. En realidad, no hace falta esperar tanto. Aquí mismo hay sitio aún de sobra para el optimismo de la especie, pese al pensamiento estrecho de los medios, que esta misma mañana hablaban del grave problema de los pisos vacíos en las ciudades españolas sin indicar a continuación, y a grandes voces, el porcentaje de gente sin casa en esas mismas ciudades, que viene a ser una minucia. Y lo peor es que no lo dicen porque les arruine un titular, que puede que también, sino sobre todo por la pereza de buscar los datos. Qué manía con los datos.

Esos mismos medios (de comunicación, sociales o como se les llame) son los que ahora han vuelto a sacar a la madre naturaleza y sus excrecencias tópicas con los argumentos sesgados de la intuición y la espontaneidad. Y lo hacen para difundir y fomentar la llamada ideología ecologista, que como tal ideología es lo más reaccionario que ha vivido la sociedad occidental en mucho tiempo. Pero no se trata en realidad (perdón por la locución adverbial: la única realidad para esta gente es su representación mental), no se trata de cuidar el bienestar físico del entorno para asegurar el bienestar físico de los humanos y otros seres vivos.

Llega a la diversión de pedir que se acaben las fábricas, la explotación ganadera, las gasolinas y el dinero. Todo eso que, al parecer, les está rompiendo los sueños"

Eso es como estar a favor de la felicidad o en contra del Alzheimer. Una cosa es reclamar que el ambiente se cuide más y se evite en lo posible su deterioro (a ver quién no quiere tener una casa limpia), y otra es no gritar más solución para ello que abajo el progreso o viva la naturaleza, que para el caso es lo mismo. Ese giro a la naturaleza, que suele propugnarse entre jóvenes criados a los pechos del progreso más puntero, llega a la diversión de pedir que se acaben las fábricas, la explotación ganadera, las gasolinas y el dinero. Todo eso que, al parecer, les está rompiendo los sueños.

Se conoce que esos sueños tratan de volver a cuando el hombre era cazador-recolector o, qué digo, recolector solo, que la caza ya saben bien lo que es la caza. Nos declaramos en rebelión, ha dicho esta mañana una chica con la cara pintada de rojo, voz campanuda y seria. Y el otro día un joven de complexión sana manifestaba ante una cámara que, en fin, más verde de campo y menos verde de esto otro, y el muchacho se frotaba repetidamente los dedos índice y pulgar, ya saben. La rebelión de la masa juvenil (un adjetivo este que ya no tiene que ver con la estricta cronología) identifica contaminación con capitalismo, dinero con injusticia y naturaleza bruta con edad de oro. La obra humana se interpreta como un continuado y perverso acto antinatural y degenerado, que nos ha traído a esta maldita época en que la tierra, en fin, ya ven cómo está la tierra. La culpa de todo la tiene la evolución, que ha creado un ser inteligente para echarlo todo a perder. Muera la inteligencia, qué hostias.

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