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Opinión

Miserables, izquierdistas y el uso político de la muerte

Miserables, izquierdistas y el uso político de la muerte.

El aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco ha puesto al descubierto a los miserables, sobre todo en las izquierdas. No se trata solo de que digan que el PP instrumentaliza el terrorismo, o que las “fuerzas del progreso” acaricien la posibilidad real de aliarse con los batasunos y sus admiradores catalanes para alcanzar su único objetivo: el Poder. Detrás hay dos elementos más: la elaboración de un relato alternativo de la Transición y de la crisis del régimen del 78, y la banalización de la violencia.

Una parte pequeña de la izquierda despreció la oportunidad en 1977, y siguiendo los esquemas leninistas, trotskistas o maoístas –que de todo hubo-, continuó con la aspiración revolucionaria. Llamaron “lucha armada” al terrorismo y a la extorsión, y hablaron de la continuidad de la oligarquía franquista en la nueva situación política. Por eso, afirmaban, no hubo “justicia para los crímenes de la dictadura”, y la democracia se hurtó al pueblo.

Frente a la derecha y sus cómplices, debía formarse una unidad popular, que en vasco se dice “herri-batasuna”, fundada en el derecho de autodeterminación de los pueblos y la propiedad colectiva

Frente a la derecha y sus cómplices, incluido el “apóstata” Carrillo, debía formarse una unidad popular, que en vasco se dice “herri-batasuna”, fundada en el derecho de autodeterminación de los pueblos y la propiedad colectiva. Solo los etarras y sus admiradores, presentes en todas las regiones españolas, decían haber entendido el espurio proceso político que había instalado una “democracia de baja calidad”. La Transición, en consecuencia, era un cuento para memos y franquistas.

En consecuencia, el terrorismo era una respuesta a una cuestión política –como dijo no hace mucho Pablo Iglesias- tanto como a la represión política, policial y judicial. No era original; se basaba en los fundamentos de la Nueva Izquierda, en aquel Frantz Fanon que justificaba la “lucha armada” contra el “capitalismo” sin piedad ni remordimientos, porque constituía la única y más natural vía de expresión de las urgencias populares.

Una parte de la izquierda española sufrió el terror, lo condenó y persiguió, y lo sigue haciendo. Pero siempre ha habido una parte de la izquierda española que lo ha comprendido y justificado, sobre todo si tenía lugar en Hispano América, el patio trasero de los sueños progres europeos. El problema actual es que esa izquierda que rechazaba el terror, hoy, tras tres años de Sánchez, mengua a ojos vista, y la otra, la que se codea con los hombres y argumentos de la “lucha armada”, con el “hombre de paz”, es quien tiene la hegemonía cultural.

Esa izquierda, la que encarna Podemos, ERC o Bildu, pero cuya fuerza radica en que está extendida en ámbitos periodísticos y universitarios, es la que está marcando un nuevo relato de la Transición

Esa izquierda, la que encarna Podemos, ERC o Bildu, pero cuya fuerza radica en que está extendida en ámbitos periodísticos y universitarios, es la que está marcando un nuevo relato de la Transición, de los cuarenta años de democracia, y de la crisis del régimen del 78. “Teníamos razón”, dicen, y nada de lo que se hizo fue bueno o válido: las instituciones eran falsas, los partidos eran bandas de corruptos, las elecciones no generaban representación, las naciones sin Estado estaban pisoteadas, y la riqueza quedaba sin repartir. Y aquí entra Miguel Ángel Blanco.

El asesinato de aquel concejal del PP fue uno más, pero no así la reacción que produjo: la unión de todos, de la gente y de los partidos contra el terror. Fue un rotundo “¡Basta ya!”. Su muerte quedó como un símbolo de lo bueno de la Transición, de la importancia de respetar las reglas del juego democrático, del rechazo a la violencia, y de dirimir los conflictos a través de la ley. En realidad, se trató de un espaldarazo al espíritu democrático que esos izquierdistas no han podido soportar.

Por eso, aquella izquierda frustrada necesitaba diluir el episodio del asesinato de Miguel Ángel Blanco, asimilarlo a cualquier tipo de muerte, incluida la producida por la violencia doméstica, por accidentes como el del metro de Valencia, por enfermedades como la hepatitis C, o los muertos de la Guerra Civil y la represión franquista. Quieren eliminar ese lugar de la memoria sobre el que se edifica la parte decente de nuestra democracia.

Al fondo queda la banalización de la violencia, porque si el asesinato es la expresión de una demanda política, la muerte puede homologarse a una moción de censura

Al fondo queda la banalización de la violencia, porque si el asesinato es la expresión de una demanda política, la muerte puede homologarse a una moción de censura, una performance, o un autobús con eslóganes. Esa izquierda hegemónica trivializa los actos violentos porque, como escribía Georges Sorel, un pensador que leían comunistas y fascistas –valga la redundancia-, tan importante es derribar el orden burgués como dar la apariencia de que se tambalea. En un proceso revolucionario, y esa izquierda cree que vive en uno, lo primero es controlar lo que Trotsky llamaba “la máquina de fabricar la opinión pública” para tambalear el régimen. Y ya la tienen.

Que no se engañe ese PSOE que despotrica naciones sin Estado y posturea blindaje de derechos sociales: el recuerdo de Miguel Ángel Blanco es tan suyo como del resto. El partido de Fernando Múgica, Joseba Pagazaurtundúa, Ernest Lluch, Francisco Tomás y Valiente, o Fernando Buesa, entre otros asesinatos por ETA, no puede tener como compañero de viaje a quienes pregonan el relato de la Transición que hicieron los terroristas, y que rechazan la digna y contundente reacción democrática, verdaderamente espontánea y popular, que siguió a la ejecución de aquel concejal.

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