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Opinión

Lecciones de la derrota de Barcelona con la EMA

Torre Agbar, en Barcelona

La candidatura de Barcelona, quinta en las votaciones, se ha visto afectada por la inestabilidad política y una cierta falta de convicción.

Lo primero que debe hacerse, politesse oblige, es felicitar a la ciudad vencedora de la pugna por la nueva sede de la EMA. Tanto la excelente ubicación geográfica de Amsterdam, el elevado número de angloparlantes como las afinidades culturales con el mundo anglosajón avalan una decisión que, no me cabe ninguna duda, se revelará como acertada.

Sin embargo, uno no puede dejar de pensar que otra ciudad (la mía), presentaba a priori unas credenciales aún más formidables. Al margen de ser la finalista con Londres en la designación inicial hace 25 años -allá por el año en que los Juegos Olímpicos le fueron adjudicados-, Barcelona alcanzaba la máxima puntuación técnica, era –al parecer– la preferida por los funcionarios afectados, cuenta con una arraigada y potente implantación de industria farmacéutica y se ha convertido en todo un referente en biomedicina. Por no mencionar su excelente clima, su localización estratégica, sus estructuras o carácter cosmopolita.

¿Qué ha fallado? Posiblemente todos convendrán en que el factor más determinante para caer hasta el quinto lugar de las votaciones, ha sido la inestabilidad política de los últimos tiempos. Porque no nos engañemos, la decisión acerca de la designación es, fundamentalmente, una decisión política. Con las heridas aun recientes por el Brexit, acaso hubiera sido una apuesta demasiado arriesgada confiar la nueva sede a una ciudad que podría carecer de la necesaria estabilidad.

Con las heridas del Brexit aún frescas, Barcelona hubiera sido una apuesta demasiado arriesgada

Esta inestabilidad no sólo ha sido esgrimida por otras candidaturas para potenciar la suya – lo cual me parece perfectamente legítimo en una decisión competitiva como la que nos ocupa – sino que ha determinado, a pesar de los notables esfuerzos realizados con la ministra Dolors Montserrat a la cabeza, una cierta falta de convicción en la propia candidatura.  

De nada vale –ya se están encargando las fuerzas políticas por nosotros, señalando a sus rivales electorales– tratar de identificar a los culpables de la inestabilidad y, a estas alturas, cada uno ya tiene una visión lo suficiente formada al respecto. Pero sería muy necio resistirse a aprender la lección fundamental: los vaivenes políticos de Cataluña resultan dañinos no sólo para Barcelona y Cataluña, sino también para España. Si es cierto, como afirman los ajedrecistas, que de una derrota se aprende más que de cien victorias, esperemos que la decisión sobre la nueva sede de la EMA haga reflexionar a todo el mundo y se busque un remedio para la inestabilidad que, ella sí, sigue.

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