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Opinión

Arrimadas y la segunda oportunidad de Ciudadanos

La líder de Cs en Cataluña, Inés Arrimadas.

Nos pasamos todo el día criticando el tacticismo, pero seguimos atrapados en el debate táctico. Los políticos y los periodistas. La agenda de las urgencias raramente la componen asuntos como la reforma racional de las pensiones, la deuda que va a condicionar la vida de las futuras generaciones o la adaptación del modelo educativo a las necesidades del país. No, esas son materias escasamente glamurosas, de difícil venta en los medios, y desde los medios, y de casi nula rentabilidad en el corto plazo.

Algo similar provocan las sentencias judiciales que afectan al mundo de la política. Manda el cortoplacismo: se aprovecha el impacto para desgastar al contrario, actitud que, sin carecer de legitimidad, provoca secuelas colaterales que dañan otros valores básicos, como el diálogo interpartidario y la búsqueda de consensos que favorezcan la gobernabilidad. Así viene siendo sin solución de continuidad desde la segunda mitad de la década de los 90 del siglo pasado; y así pasó cuando, cogiendo por las hojas el rábano de la sentencia de la Gürtel, se puso de patitas en la calle a Mariano Rajoy.

Se equivocan quienes piensan que la condena a la antigua cúpula del PSOE andaluz le va a quitar una sola hora de sueño a Pedro Sánchez

Ahora, a la vista de la sentencia de los ERE, pareciera que hay quienes pretenden que el bucle siga enredándose a los solos efectos de dificultar la formación de un gobierno estable. No seré yo quien defienda la injusta red clientelar montada en Andalucía para vergüenza de los verdaderos socialistas; ni a un potencial gobierno cuya única certeza es la vocación de profundizar en uno de nuestros grandes males, el disparatado y desequilibrado gasto público. Sólo digo que unos hechos que tienen su origen en lo diseñado veinte años atrás, y cuyo tardío esclarecimiento está vinculado a otro de los grandes males del sistema, la lentitud en la administración de la Justicia, no deben añadir aún más zozobra a una tesitura nacional que, tanto en el plano político, como en el económico o en el social, se antoja como poco espeluznante.

La condena a la antigua cúpula del PSOE andaluz -que según relevantes penalistas nada sospechosos de parcialidad tiene serias debilidades técnicas- no le va a quitar ni una hora de sueño a Pedro Sánchez. Primero, porque aquí no ha habido enriquecimiento ilícito de los dirigentes socialistas: ni Chaves, ni Griñán, ni Magdalena Álvarez se han metido ni un euro en el bolsillo; y, segundo, porque, de paso, el general secretario de los socialistas estrecha aún más el espacio de Susana Díaz de cara a la confrontación final por el liderazgo del PSOE andaluz.

Primer paso: frenar el deterioro

En definitiva, que salvo que lo que se pretenda es que sigamos instalados en la política destroyer y empujemos al país hacia la sima de una nueva repetición electoral, bien haríamos en concentrar todas nuestras energías en sacar esto adelante. Bastante tenemos con el desgaste que supone el enloquecido drama catalán como para abrir nuevas vías de agua en lugar de achicarla. De lo que ahora se trata no es de debilitar la posición de los partidos que están en condiciones de alcanzar un pacto de gobernabilidad; de lo que va esto, después de años de ausencia de reformas, de fragilidad institucional y de confrontación, es de frenar el enorme deterioro que en términos de convivencia, de progreso económico y de imagen viene sufriendo el país. Si no de avanzar, de no retroceder todavía más. Esto va de evitar que el daño sea irreversible; de que el nacionalismo no siga marcando el paso a los demás; de neutralizar los disparatados planteamientos del populismo simplista. No es la Estación Termini, pero sí un paso adelante, que no es poco. E imprescindible.

Parece que, lamentablemente descartado un gran acuerdo PSOE-PP, las escasas oportunidades de construir un Ejecutivo homologable pasan por Ciudadanos

Está claro que en quien recae la mayor responsabilidad de construir un gobierno viable es en Pedro Sánchez, pero los demás no pueden abdicar de su responsabilidad. Y parece que, lamentablemente descartado un gran acuerdo PSOE-PP, las escasas oportunidades de construir un Ejecutivo homologable pasan porque Ciudadanos le tome la palabra -la última palabra- a Albert Rivera. Inés Arrimadas puede hacer más política con 10 diputados que Rivera con 57. Es cuestión de voluntad. También, al menos en parte, de desandar lo andado. Para empezar, la indiscutida heredera ha de volver a los orígenes, haciendo todo lo posible por rescatar para la causa a algunas valiosas gentes que su antecesor mandó al almacén de la chatarra, y con ellos a muchos ciudadanos que nunca entendieron esa combinación explosiva de falta de pragmatismo y brusco desplazamiento a la derecha. O eso o la irrelevancia.

Como se viene repitiendo desde la debacle en las urnas, si Ciudadanos no existiera habría que inventarlo. Arrimadas sopesa la reinvención. Tiene muy poco que perder, y mucho que ganar; y que ofrecer. A saber: Madrid (comunidad y ayuntamiento), Castilla-León, Murcia e, incluso, Andalucía, dependen del pulgar de Arrimadas. Solo Madrid significaría un extraordinario botín para PSOE y Podemos. ¿A cambio? Mesura, pragmatismo, regeneración democrática, líneas rojas infranqueables frente a una Esquerra en fuera de juego (salvo que se avenga) y el resto del secesionismo. ¿Las cuentas? Complicadas, pero pueden salir. Bastaría con cuatro abstenciones prestadas. O eso, o Pablo Casado explicando por qué su voto coincide con el de Bildu.

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