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Opinión

Independentismo es surrealismo

El presidente del Parlament de Cataluña, Roger Torrent

Que las CUP insistan en reafirmar la declaración de independencia del pasado 27 de octubre es la prueba irrefutable acerca de donde están los secesionistas. Viven instalados en una rueda de hámster y siguen girando y girando sin llegar a ningún sitio. Puro surrealismo.

¿Hubo o no hubo República?

Resulta difícil, si no imposible, seguir los vericuetos que presenta el discurso separatista. Carente totalmente de lógica, solamente puede valorarse desde la perspectiva que nos ofrecía el Manifiesto Surrealista de André Breton. Como muchos saben, en él se ensalza a los locos y a la capacidad de imaginar cosas, partiendo de un enfrentamiento total y absoluto contra lo lógico, lo real, lo cotidiano. Desde ese ángulo, si aceptan mi modesta sugerencia, entenderán perfectamente lo que sucede entre aquellos que siguen instalados en sus teorías fantásticas acerca de proclamaciones, repúblicas, reivindicaciones de políticos fugados y otras lindezas de semejante fuste.

Las CUP, curiosa e indigestísima mélange fabricada a base de gente honesta y primaria, antiguos asociados al movimiento de los violentos, colectivos de extrema izquierda e hijos de poderosos convergentes, haría las delicias de aquellos artistas que escapaban de la realidad para refugiarse en su onirismo. Porque los cupaires son unos surrealistas.

Me fundamento en algo escuchado al desgaire de labios de uno de sus líderes cuando este martes se presentaban en la reunión de la mesa del Parlament sus enmiendas. Todas ellas hacen hincapié en la reafirmación de la declaración de independencia – para ellos sí la hubo -en los resultados del pseudo referéndum del 1-O – para ellos fue legal y vinculante – y la reivindicación de la figura de Carles Puigdemont como único President legítimo – para ellos se ha producido un golpe de estado con el 155 -, con lo que nos retrotraen al mes de noviembre. La persona, en cuestión, se vio interpelada por un miembro de otro partido que le dijo “¿Cómo pretendéis que votemos a favor de cosas que todos hemos negado ante la justicia? Nunca hubo independencia real”, a lo que el cupaire respondió sin inmutarse “Y qué más da que se proclamase o no. Lo importante es lo que crea la gente”.

Al escucharlo me vino a la memoria inmediatamente la frase que dijo el periodista francés Laurent Tailhade al enterarse de que una bomba anarquista había causado varios muertos en una estación de París, a finales del siglo XIX. El plumífero anarquista espetó un seco e insolente “Qué importan la desaparición de algunas vagas humanidades si el gesto es bello”. Poco después, también fue víctima de otro atentado, mientras cenaba en el restaurante Foyot, perdiendo un ojo. Para las CUP sucede igual, todo es secundario cuando del objetivo final se trata. Da lo mismo que se haya proclamado o no la independencia, que Puigdemont se haya fugado o que lo haya hecho también su correligionaria Anna Gabriel, todo sea por la causa. Son como lo juramentados que atacaban a nuestras tropas en las Filipinas, también en el XIX, borrachos de fe islámica. No conocen obstáculos ni reparan en los desastres que causan en su obcecación contumaz. Tienen un modo de actuar que coincide con el de los Padres Jesuitas, y que me perdone mi admirado Ignacio de Loyola: todo ha de ser a la mayor gloria de Dios, solo que ellos lo aplican a la mayor gloria de su revolución, un tanto confusa, oscura, carente de grandeza y subvencionada.

Torrent, que ha dejado claro no tener nada de moderado con sus últimos gestos en el Colegio de Abogados o con motivo de la visita de Felipe VI al MWC, lo ha hecho, pero para volver a lo mismo de antes de las pasadas elecciones"

Les da lo mismo ocho que ochenta. La cuestión estriba en seguir provocando, en continuar el pulso al estado democrático, esperando que se pierda la paciencia en algún momento. Si llegase tal cosa, y ojalá Dios quiere que no sea así, uno se pregunta si los líderes de las CUP emigrarían también a Suiza o a Bruselas.

Un pleno vacío de contenidos

Los que deseaban el desbloqueo institucional en Cataluña pedían, casi de rodillas, que el president de la cámara catalana Roger Torrent convocase un pleno para intentar desencallar el terrible atasco en el que vivimos. Torrent, que ha dejado claro no tener nada de moderado con sus últimos gestos en el Colegio de Abogados o con motivo de la visita de Felipe VI al MWC, lo ha hecho, pero para volver a lo mismo de antes de las pasadas elecciones.

Todo sigue girando alrededor de los yerros pasados, de no aceptar lo que muchos de ellos mismos han declarado ante la justicia, lo que anda repitiendo por los platós el expresident Artur Mas. La coincidencia en que nada de lo que se hizo podía tener el menor recorrido, la inutilidad de las cosas que se proclamaban con grandes visajes, es insignificante para el movimiento separatista, y aquí podemos incluirlos a todos, desde los neo convergentes a las CUP pasando por Esquerra. Es un caso de doble personalidad, o triple, o cuádruple. Lo que declaran ante la justicia no se compadece en modo alguno con lo que dicen en sus mítines, en los medios o en el parlamento.

Lo que en otro caso podría considerarse como calculada ambigüedad, aquí solo puede calificarse de miserabilismo político. Ese tiovivo en el que se han instalado ellos y, desgraciadamente, a todos los catalanes, gira y gira, sin intuirse que pueda detenerse. De ahí que el plenario convocado sea solamente una página más del proceso, en la que escucharemos los mismos argumentos, las mismas consignas, la horrísona tonada que impide reemprender la normalidad institucional.

Decía Xavier García Albiol que, en caso de que volviesen a las andadas los de la estelada, el gobierno debería aplicar un 155 mucho más duro. Debería ser un 300 y no un 155. Un 300 como el de los espartanos en la conocida película.  No sé si la política catalana se habría recuperado totalmente si el PP hubiese intervenido los medios de comunicación de la Generalitat, los Mossos, la administración autonómica y hubiera cerrado de verdad el grifo de las subvenciones a los que se aprovechan de ellas para destruir al estado democrático. Pero sí sé que estaríamos mejor, infinitamente mejor.

¿Es esta la terrible situación de opresión dictatorial que el PP, España, la monarquía y no sé cuantas cosas más ejercen sobre los separatistas?"

Basta con ver el programa de las tardes de TV3 y los personajes que desfilan por allí, vertiendo ponzoña como jamás había visto en la televisión autonómica, para comprender que en Cataluña no estamos viviendo una normalidad constitucional aceptable. Paseen por las calles de Barcelona y verán como en los edificios oficiales hay lazos amarillos y carteles en favor de la libertad para los presos políticos. Escuchen a los separatistas en plazas y calles, intimidando a los que no pensamos como ellos, y vean como su arrogancia no ha disminuido ni un ápice. Hablen en voz alta en cualquier local público acerca de su postura anti secesionista y comprueben como siempre saldrá un energúmeno que les increpará ante la complacencia o la pasividad del resto. ¿Es esta la terrible situación de opresión dictatorial que el PP, España, la monarquía y no sé cuantas cosas más ejercen sobre los separatistas?

Bien se conoce que no. Seguimos igual que antes de las elecciones, perdón, rectifico, estamos mucho peor. Ahora sabemos que solamente un cuarenta por ciento de la gente de mi tierra apoya a la independencia, que el partido que ganó las últimas elecciones fue Ciudadanos, que los líderes del separatismo o huyen o se excusan cuando ven que pintan bastos. Con todo eso, solamente que el gobierno de Rajoy apoyase de verdad a la gente normal de este país, la que aspira únicamente a vivir en paz, dentro de la ley, con justicia y libertad, no estaríamos donde estamos.

Pero Rajoy no es Albiol, ni el PP es Ciudadanos. En Cataluña seguimos condenados a vivir aherrojados a la rueda del separatismo, a sus caprichos, a sus miserias. Estamos inmersos en esos delirios surrealistas de los que les hablaba antes. Unos sueños terribles que son, para la mayoría, auténticas pesadillas. El sueño de la razón engendra monstruos, pero el de la dejación en lo que respecta a la aplicación de la ley y del estado de derecho engendra a las CUP.

Sí, estoy a favor de un 300.

Miquel Giménez

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