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Opinión

Al Gobierno le estalla la brújula

Torra y Sánchez en el palacio de Pedralbes

Estaba todo atado y bien atado. Teruel bajo control, los gallegos, en su sitio, es decir, en medio de la escalera. La investidura en bandeja. Hasta que, en las tranquilas vísperas de la Epifanía, sobrevenía el bombazo. Pocos imaginaban tan contundente el acuerdo de la Junta Electoral Central (JEC) sobre la desobediencia de Joaquim Torra. Imposible pensar que una instancia administrativa pudiera enviar a su casa a un presidente de la Generalitat. Tan inconcebible parecía que tal cosa ocurriera que el criterio más extendido era que la JEC pasaría como sobre ascuas sobre el caso, sin pronunciamiento alguno. No ha sido así.

Ahora se comprenden las presiones de La Moncloa sobre los miembros de la Junta, una instancia en la que, como se ha visto, aún laboran juristas independientes y espíritus libres. Tanto ha manoseado este Gobierno a las instituciones, tanto se ha servido de ellas, tanto las ha manipulado, que resultaba difícil pensar en que la JEC se mantuviera inflexible, ajena a coacciones y 'consejos' y en defensa de la legalidad.

España, esto es, el Gobierno socialista, de nuevo pendiente de lo que decidan los separatistas. Un frente demasiado volátil, impredecible

La inhabilitación del presidente de la Generalitat, decisión de la JEC tras un movimiento de los tres partidos del centroderecha, implica un brusco e inopinado cambio en el escenario político en vísperas de la gran jornada, del arranque de la sesión de investidura. Un serio contratiempo para el Gobierno, al que se le rompe la brújula. España, esto es, el Gobierno socialista, de nuevo pendiente de lo que decidan los separatistas. Un frente demasiado volátil, enfrascado en todo tipo de tensiones y disputas internas. 

No le gustaba a Puigdemont el acuerdo de los republicanos con Sánchez. No le gustaba a la CUP. Tampoco a la ANC y a Òmnium, las operadoras de la agitación callejera. Los Mossos incluso tuvieron que vigilar las sedes de ERC en previsión de ataques. La decisión de la JEC introduce en el flanco socialista un elemento de inestabilidad inesperado, un susto con el que los estrategas de la Moncloa no contaban. Ya vuelven a las calles los procesionantes amarillos, ya se agitan de nuevo las plazas, ya resuenan otra vez los cantables de 'botiflers', los gritos contra los traidores. Un guión demasiado manido pero que, en estas horas, a Sánchez le toca las narices.  

La disyuntiva se antoja enrevesada para los hábiles negociadores de ERC, que con su parsimonia dialéctica habían logrado colocar al PSOE contra las cuerdas. La burocracia jurídica concede 48 horas para presentar los pertinentes recursos. Asunto muy delicado. Parece que ahora están forzados a elegir: o con Torra o con Sánchez. Compaginar ambas opciones se antoja un tremendo embrollo. Torra, soberbio y provocador, con el cerebro del revés, pretende mantenerse en el sillón. Ya lo advirtió en su mensaje de Navidad: sólo el Parlament puede destituirme, vino a decir. Eso mismo repitió en la noche del viernes, tras la reunión con su Gobierno. No se va a casa, esto es "un golpe de Estado". Adriana Lastra, mano a mano con Garzón el corto, arremetía contra la JEC, que se maneja de acuerdo con una ley socialista, por cierto. 

El calendario navideño

Las prisas de Sánchez estaban justificadas. Su extraño calendario, con votaciones en plenas festividades navideñas, no perseguían tan sólo colar sus inconstitucionales decisiones en un entorno festivo, con la sociedad enfrascada en comilonas, festejos y zambombas. Trataba también de evitar algún sobresalto, algún episodio imprevisto que pudiera alterar sus propósitos. No se temían, sin embargo, que el gran bofetón les llegara desde la JEC, sino desde el Supremo, que se reúne la semana próxima.

Algo ha fallado, alguien no ha realizado convenientemente los deberes, algún fusible ha saltado por los aires. En el Gobierno se lanzaron a elaborar el cómputo de daños. El ordenamiento jurídico obliga a Torra a dejar el cargo, que será ocupado interinamente por su vicepresidente, Pere Aragonés, al que en JxCat odian. Pero no es diputado, por lo tanto, habrá que buscar, si es el caso, a otro figurante, otro títere de Puigdemont. La pregunta es si ERC mantendrá su abstención para permitir la investidura de Sánchez, jefe del Gobierno 'represor'. 

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