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Opinión

El Gobierno enseña los dientes...y se echa a temblar

Rajoy, en el Congreso

“Medidas coercitivas”. Por vez primera el Gobierno ha utilizado una expresión que va más allá de la manida y tediosa ‘respuesta jurídica’ que viene esgrimiendo a cada paso de las fuerzas secesionistas catalanas. La frase, filtrada desde Moncloa, se adueñó de los titulares momentos después del intercambio de puñadas dialécticas entre el independentista Sardá y la vicepresidenta Sáenz de Santamaría. “Tiene usted la boca más fina que la piel”, le espetó la número dos del Ejecutivo, con Mariano Rajoy sentado a su vera y mirando al tendido.

El pulso entre el Gobierno central y la Generalitat de Cataluña sube de tono. Las confesiones del exjuez Vidal sobre el ‘robo’ de datos fiscales a los contribuyentes catalanes ha enardecido la habitual templanza de Moncloa. Continuaba su curso el denominado ‘procés’ sin apenas novedades, a la espera de que la CUP le facilitara a Puigdemont la aprobación de sus presupuestos. Liberado al fin de ese yugo, el jefe del Ejecutivo catalán se afana ahora por cumplir otros aspectos del pacto con la pandilla anarquista.

La celebración del plebiscito es el principal. “Quizás se adelante y se celebre en julio”, se escuchó. “O en abril”, se aventuró. El miércoles por la mañana, el consejero del ramo se anunciaba que el sistema informático de la Hacienda Catalana está operativo antes del verano. El 1 de julio. Los episodios se aceleraban en una concatenación de vértigo. Las amenzas no cesan.

La primera señal de alarma

Saltó entonces el ‘off’ de Moncloa. “Medidas coercitivas”. Rajoy se despereza. Un aviso serio. Y más. Se cerrarán colegios si se intenta convertirlos en centros electorales. El presidente del Gobierno tiene en su mesa un plan de contingencia que alcanza, desde la respuesta jurídica, a la intervención en consejerías clave, como Interior y Educación. El fantasma del artículo 155. Una respuesta contundente si el desafío no amaina.

El verbo se enciende. La paciencia se agota. La primera señal se advirtió este lunes en Génova. Pablo Casado, portavoz del PP, habitualmente sereno y comedido, calificó los comportamientos de la Generalitat de “totalitarios y xenófobos”. Nunca se había llegado tan lejos, nunca se había hablado tan claro. La reacción desde las instancias oficiales y políticas catalanes fue unívoca, desde la portavoz Neus Munté al diputado Sardá. Puigdemont se reunía con los cónsules en Barcelona para advertir que no le teme a las amenazas y que no habrá medida coercitiva que impida que Cataluña se convierta en un Estado.

Este mismo miércoles se congregaba el Pacto Nacional por el Referéndum, que engloba a funcionarios, políticos, dirigentes autonómicos, panigaguados diversos, agrupaciones subvencionadas (antigua sociedad civil) para arropar al Govern. Los independentistas pretenden calentar los ánimos a una parroquia fatigada, hastiada y harta. El lunes, todos los asalariados de la Generalitat arroparán a Artur Mas en su comparecencia ante los jueces. Más leña a la descontrolada locomotora del ‘procés’. Tensión institucional y ruido político.

El Gobierno da por hecho que Puigdemont convocará un referéndum que no se celebrará. El del 9N, el de las urnas de cartón, fue otra cosa, apuntan. Lo impulsaban dos asociaciones cívicas. Ahora es el Parlamento y el Ejecutivo de Cataluña y se puede actuar con mayor contundencia judicial, explican. “Ellos lo saben”. Sin consulta, de cabeza a las elecciones anticipadas. Es lo que quiere Oriol Junqueras, que se ve ya presidente de la Generalitat.

Tras enseñar los dientes, el Gobierno se acoquina. Bermúdez de Castro, el ‘número dos’ de Soraya, es el encargado de desinflar el suflé. Ni ‘medidas coercitivas’, ni sellado de colegios, ni plan de intervención… “A cada paso que ellos den, responderemos con otro para que se cumpla la ley”, fue su meliflua amenaza. En suma, la sangre no llegará al río, no habrá choque de trenes, no se alcanzará ‘el punto definitivo’, concluyó. La tormenta derivó en un leve aguacero. Mucho trueno y poco agua. La ‘operación diálogo’, más bien monólogo porque Puigdemont no responde, continúa. Como aplaudir con una sola mano. Aquí no ha pasado nada. Hasta la próxima. Los independentistas conservan la manija. Y la iniciativa.

 

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