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Opinión

Fascistas con esteladas

Manifestación en Barcelona tras la sentencia del 'procés'

Ahora que ya hemos desenterrado a Franco y lo hemos vuelto a enterrar (que sea la última vez, ¿eh? ¡Que sea la última vez! No tomemos esto por costumbre) podemos volver a ocuparnos de cosas importantes, como la zoología. Veamos.

Es sabido que cuando una masa ingente de individuos se pone en movimiento, se forman inmediatamente dos grupos. Uno, poco numeroso, es el que va delante: marca el camino y la velocidad. El otro lo forman todos los demás, la masa que les sigue. Esto sucede con los ñus del Serengueti, con algunas especies de hormigas, con los caribús y, a lo que vamos, en ciertos casos con la gente.

Cuando los que van delante y la masa que va detrás entran en contradicción, suelen suceder dos cosas. La primera, que los de atrás sobrepasan a la vanguardia, algunas veces se los comen (la hormiga Tyrannomyrmex rex o la Revolución francesa, por poner solo dos ejemplos) y el asunto vuelve a empezar hasta que el grupo grande decide calmarse y asentarse, que fue lo que pasó con Napoleón. La segunda opción es la contraria: la mayoría se descuelga de los que corren delante y se organiza de otra manera sin ellos. Es el caso de las mariposas monarca, cuyas vanguardias alguna vez cruzan el Atlántico y acaban en Galicia o en el Reino Unido sin que las siga nadie, en vez de en México; o del País Vasco, donde la sociedad civil, auxiliada por la acción policial y por los líderes políticos, se deshizo de ETA hará unos diez años, quizá alguno más, harta ya de correr hacia ninguna parte detrás de aquella gente brutal y desatinada.

El caso de Cataluña es, como mínimo, parecido. Es verdad que allí no hay ETA y, esto sobre todo, nadie duda de que la gran mayoría de los independentistas son gente pacífica. Eso es evidente. Los que llenan las calles con las manifestaciones podrán estar más o menos enfadados, más o menos catequizados por TV3 y los demás medios afines (veo TV3: es el medio más sectario que conozco después de Fox News y de Hispanidad.com), más o menos radicalizados, pero jamás se les ocurriría quemar un contenedor para expresar sus opiniones políticas.

'Ser pacífico no sirve de nada'

Hasta ahí no llega la gran mayoría, eso está claro. Llegan nada más que unos pocos miles de bestias que están mejor armados y organizados de lo que jamás estuvieron los de la kale borroka vasca, que son sus antecesores directos. Esos son los que han quemado las calles de Barcelona durante una semana de escalofrío. Esos son los que han descalabrado a 288 agentes del orden, la mayoría Mossos d’Esquadra (a fecha y hora de hoy: cuando ustedes lean esto es tristemente probable que haya más), en un total de unas 600 personas heridas. Esos son los que han actuado como una impecable e implacable guerrilla urbana. Esos son los que han saqueado comercios, sucursales bancarias, tiendas, y se han llevado los televisores de plasma en alto, como trofeos, mientras sus colegas les graban con el móvil.

¿Son esos animales la vanguardia política del independentismo? Ellos dicen que sí: “Nos habéis enseñado que ser pacíficos no sirve de nada”, dice, en catalán, una pintada hecha en estos días, en el centro de Barcelona. Pero ¿son de verdad esa vanguardia?

Los cientos de miles de independentistas catalanes tienen que tomar una decisión (perdón por el símil) casi zoológica. O van detrás de esa vanguardia o se descuelgan de ella. O manifiestan su “comprensión” (unos más y otros menos) por los borrokas o les niegan el pan, la sal y los teléfonos móviles, sin los cuales estos chicos no son nada. Es imposible hacer las dos cosas a la vez.

Los salvajes exigen que la Policía y los mossos los traten como si fuesen sus madres. Tendrían que haberles dejado quemar Barcelona entera, ¿verdad? ¿Es eso lo que reclaman?

La vanguardia legal, elegida, representante legítima de los ciudadanos: el Gobierno de la Generalitat catalana, con el indescriptible señor Torra a la cabeza, ha hecho algo sencillamente inaudito: no solo se niega a condenar a los violentos, lo cual les legitima como vanguardia real, sino que exige investigaciones minuciosas para ver si los policías que a duras penas los contuvieron (nacionales y mossos) se extralimitaron en sus funciones. Coinciden así, en lo esencial, con quienes, desde los límites del sistema democrático, exigen la libertad de los detenidos (unos 200) y califican a los agentes de “represores”. Sí señor, muy bien. Los salvajes exigen que la Policía y los mossos los traten como si fuesen sus madres. Tendrían que haberles dejado quemar Barcelona entera, ¿verdad? ¿Es eso lo que reclaman?

Si Torra y sus compañeros de gobierno no condenan rotundamente a los salvajes y además dejan caer la sospecha y la desautorización sobre los mossos; es decir, dejan a los pies de los caballos a su propia policía, ¿dónde estamos? ¿Qué es lo que queda? ¿Quién es la auténtica vanguardia? ¿Qué credibilidad dejan a la evidencia (porque es una evidencia) de que la gran mayoría de los 'indepes' no comparten la violencia? ¿Cuánto falta para que se generalice la frase: “Claro, eso de quemar las calles no está bien, pero qué otra cosa pueden hacer los pobrecitos ante la terrorífica represión del Estado franquista”? ¿Cuánto falta para eso? ¿Cuánto falta para que el pacifismo de la mayoría se termine de transformar en miedo, en la terrible frase de “si les queman los coches será porque algo habrán hecho”, que oímos durante décadas en Euskadi?

La gran trola de los 'mil heridos'

De momento ya se ven algunas cosas inquietantes. Hablar o escribir de la violencia callejera no está bien visto entre los pacíficos, es propio de la “prensa-española-manipuladora”. Ante la grandeza de espíritu de las manifestaciones multitudinarias, ¿por qué se le da tanta importancia a la quema de mil contenedores, a las batallas campales callejeras, a las barricadas ardiendo por decenas y al saqueo de los comercios? Eso se difunde para desacreditar al independentismo, dicen. No es noticia. Es mala fe.

Pero ¿cómo que no es noticia? ¡Que hay seiscientos heridos, coño, y la mitad son policías! Pues no: “Ya estáis los de siempre repitiendo como loros lo de los heridos”. Pero ¿qué loros ni qué ocho cuartos? ¿Qué ocurre? ¿Es que eso no es importante? ¿Hemos llegado ya a que lo que no os gusta no existe, o hay que taparlo como sea? ¿Habrá que recordar hasta qué extremo repitieron y repitieron (y repiten) los pacíficos aquello de los “mil heridos” del día del referéndum ilegal, de los cuales solo cuatro pasaron por el hospital? ¿Quiénes son los manipuladores?

Gabriel Rufián, que no es santo de mi devoción ni mucho menos, lo ha dicho con toda claridad: “También hay fascistas con esteladas”. Pues claro que los hay. Son los que le increparon –tuvo que escapar para que aquello solo quedase en insultos– cuando se presentó en una manifestación pacífica después de, él sí, condenar con toda claridad la violencia. Los fascistas no son solo quienes queman las calles. Son quienes les alientan. Son quienes los “comprenden”. Son quienes acosan o atacan a los periodistas, ya sea de palabra, obra u omisión. Son quienes dicen que “es una alegría que haya [en las calles] fuego en vez de tiendas abiertas”, como ha hecho Cristina García Morales, granadina de 34 años que ha ganado, sin duda merecidamente, el Premio Nacional de Literatura. Son quienes desacreditan a los mossos y no a las fieras de la kale borroka, desde las calles o desde las instituciones. Son quienes pretenden que no se hable ni se informe de las atrocidades callejeras de estos días porque “es mucho más importante hablar de las manifestaciones pacíficas”. Son, en fin, quienes no cortan el paso a los salvajes convocando –desde el independentismo– una gran manifestación contra ellos, contra la violencia, contra el fascismo con estelada. Eso dejaría sin aire a los borrokas en tres días.

La sociedad catalana está partida en dos, seguramente para generaciones. Eso ya no tiene remedio. Pero la mitad independentista tiene que tomar una decisión sobre qué hacer con su “vanguardia”. Es urgente. Esas hormigas siguen corriendo. Y les están saliendo alas.

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