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Opinión

España: un pronóstico

Se repetirá bajo otro formato el cambio acaecido en 1996 y en 2011 y entraremos en un período de reactivación económica

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias tras la investidura del primero.

La prospectiva, como la medicina, no es una ciencia exacta, pero dentro de sus amplios márgenes de imprecisión, puede también determinar el éxito o el fracaso. Los seres humanos han intentado durante miles de años discernir el futuro y un sinnúmero de augures, videntes, profetas y sacerdotes de las más diversas deidades han consolado o embaucado a los que se acercaban a sus transparentes esferas, humeantes pebeteros, animales sacrificados o naipes misteriosos para indagar que les deparaba el destino. Hoy los grandes ordenadores y sofisticados algoritmos permiten afinar bastante en algunas cuestiones relevantes sobre lo que sucederá en diez, veinte o cincuenta años.

El conjunto de datos que describen las situaciones que nos aguardan se denominan con un nombre tan teatral como sugerente: escenarios. Así se habla del escenario 2030, 2050, 2100 y demás. Los calculadores de estos mundos que nos aguardan publican en primorosamente editados volúmenes sus anuncios del porvenir y el hecho de que al cumplirse la fecha sus predicciones con frecuencia no se cumplan no disminuye su prestigio ni el afán de sus clientes, grandes corporaciones, poderosas entidades bancarias o gobiernos, por reclamar sus servicios para diseñar sus estrategias de cara al mañana. En algunos casos, esta capacidad de avizorar lo que nos espera ha proporcionado a los acertantes considerables fortunas como sucedió a los pocos que vieron venir el crack de 1929 o la crisis financiera de 2008.

Llevamos ya el suficiente número de muertos por la pandemia y por errores garrafales por parte de nuestros gobernantes como para que la esperanza sea tan tenue que encoge el corazón

En la presente y dramática circunstancia española, las incertidumbres se multiplican y los ciudadanos de toda la geografía nacional buscan desesperados un ribete de luz en los negros y densos nubarrones que ensombrecen nuestro horizonte. Llevamos ya el suficiente número de muertos por la pandemia y de errores garrafales por parte de nuestros gobernantes como para que la esperanza, si es que nos queda algún resto, sea tan tenue que encoge el corazón. Sin embargo, hay ciertos hechos difícilmente controvertibles que nos permiten aventurar algunas certezas para los próximos años.

El primero es que nuestro Estado partitocrático y autonómico está quebrado. Habida cuenta de la brutal caída de la recaudación fiscal provocada por la covid-19, tiene liquidez para pagar las pensiones, el desempleo, los ERTEs, los sueldos de los empleados públicos y los intereses de la deuda durante unos pocos meses a lo sumo y después, el abismo. El segundo es que los restantes países de la Eurozona, notablemente Alemania y los países septentrionales ricos, no pueden asistir impasibles al derrumbe de una de las grandes economías de la moneda común porque les arrastraría en su colapso. España es, en este sentido, sistémica, y ya se sabe que los objetos sistémicos no se dejan caer y no por solidaridad, ingenuo vocablo, sino por egoísmo, palabra lapidaria.

Viernes sociales y pensiones

En consecuencia, y este es el tercer punto, nos van a prestar dinero suficiente para que podamos parar el golpe y no van a tardar en hacerlo. Por supuesto, si alguien cree que estos recursos vendrán en forma de transferencias sin retorno, de coronabonos o de deuda perpetua, debe despertar de tal ensoñación. Serán, en buena parte, créditos condicionados, en términos favorables, sin duda, pero a devolver. En cuarto lugar, los acreedores querrán asegurar su préstamo, como es natural, y aplicarán severos mecanismos de vigilancia sobre nuestras cuentas, sobre cuánto, cómo y con qué fin empleamos el dinero que pongan a nuestra disposición.

Se acabarán, por tanto, los días de vino y rosas de viernes sociales, indexación de las pensiones con el IPC, proliferación de organismos públicos inútiles, nóminas de contratados a dedo infladas, subvenciones a causas variopintas y multicolores y la larga lista de despilfarros que ha impedido que cumplamos con los objetivos de déficit. Frau Merkel y su séquito de gobiernos luteranos confían tanto en la pareja Sánchez-Iglesias como confiaría el padre de una inocente doncella requerido de permiso para invitarla a cenar por Giacomo Casanova, lo que implica que las previsiones presupuestarias para este año y el siguiente, al igual que el programa de gobierno de la coalición socialista-comunista apoyada por los golpistas, sólo vale ya para papel higiénico.

Podemos entrará en contradicción consigo mismo y se apeará del Gobierno, que a estas alturas estará ya tan desprestigiado que ni fuerzas le quedarán para mentir

En el momento en que lleguen los caudales comunitarios y se imponga la aplicación de una agenda económica y social sensata, Podemos entrará en contradicción consigo mismo y se apeará del Gobierno, que a estas alturas estará ya tan desprestigiado que ni fuerzas le quedarán para mentir, habilidad que le es consustancial y casi automática. Será, pues, imperativo convocar elecciones generales a finales de año o a principios de 2021. Es probable que los votantes, que ya han disfrutado de los efectos de una mayoría de extrema izquierda liderada por un holograma aventurero y apuntalada por racistas, inclinen sus preferencias hacia opciones menos arriesgadas. Se repetirá bajo otro formato el cambio acaecido en 1996 y en 2011 y entraremos en un período de reactivación económica que esperemos no sea tan miserablemente desaprovechado como lo fue el que dirigió el impávido registrador y su infatigable oficial mayor.

Hagan ustedes sus planes de acuerdo con este escenario a medio plazo si lo consideran verosímil, pero si los acontecimientos discurren por otros vericuetos, no me presenten reclamaciones. Tal como reza en los folletos de los fondos de inversión, clarividencias pasadas no garantizan perspicacia venidera.

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