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Opinión

España, ¿nación en riesgo?

Los CDR revientan un acto de Vox por la Constitución en Gerona

A lo largo del tiempo histórico, la nación española ha pasado por periodos de bonanza, de tribulación y de crisis graves.  El hecho es que al abrazar el ser de España  a través de las centurias hay un rasgo característico: la voluntad de seguir, permanecer, de no rendirse ante las adversidades, protagonizado por los españoles de a pie de todos los lugares de España: de los Pirineos a las Canarias; desde Galicia a Baleares; y los españoles de ultramar que con empeño y sacrificio con sus líderes al frente y, en su defección, sin ellos lucharon y se organizaron para resistir sin rendirse nunca.

El hecho es que en las primeras décadas del siglo XXI seguimos juntos con voluntad de permanecer, de seguir siendo españoles, pero la mirada atenta al presente muestra signos de crisis que nos abocan a un  horizonte de incertidumbre.

Los cuatro hechos decisivos que determinan el ser de España como nación, después de formar parte del Imperio romano, son:

1. La Reconquista, entre el siglo VIII y el XV. La conquista musulmana de sur a norte a principios del siglo VIII destruyó la Hispania romana y visigoda y puso en riesgo el acerbo de la civilización romana: el latín del que nacerían las lenguas romances, el derecho, la ciudadanía, el mercado y el ágora, el cristianismo. Núcleos de resistencia al invasor, portadores de estos valores amenazados, se fueron consolidando en los enclaves montañosos del norte dando lugar a distintos reinos medievales: reconquistaron las tierras arrebatadas y  se unieron, no sin conflictos,  para ser más fuertes hasta la unión definitiva de Castilla y Aragón en el siglo XV.  La reconquista concluye con la toma de Granada y  la unidad inicial se restablece con la incorporación de Navarra al reino de Castilla a comienzos del XVI.

2. El  Imperio global español, entre los siglos XV y XVIII.  La experiencia de la reconquista y la repoblación será decisiva para la consolidación del Imperio español en América durante tres siglos y la expansión de la civilización occidental  del humanismo erasmista -con sus luces y sombras agigantadas por la leyenda negra y un marcado carácter religioso- a los súbditos indígenas de la Corona  en iguales condiciones que  a los hispanos: creación de ciudades, vías de comunicación, escuelas y universidades, hospitales  e iglesias. Tanto es así que a mitad del siglo XVIII muchas ciudades de la américa española eran más prósperas, salubres e ilustradas que muchas ciudades europeas.

3. La lucha  contra la invasión napoleónica a principios del siglo XIX, entre 1807 y 1813, fue una segunda reconquista y puso a prueba a la Nación  ante la defección de sus monarcas Carlos IV  y Fernando VII. Los españoles organizados en juntas asumieron la soberanía nacional y en las Cortes de Cádiz (1812) proclamaron la primera constitución española. La retirada final del ejército francés, aparte de los motivos estratégicos de otros frentes abiertos por Napoleón, fue debida a la organización de la resistencia de abajo-arriba de los españoles para oponerse al mayor ejército del momento con altos costes humanos y económicos.

4. La Modernidad, con su apuesta por la libertad individual, la democracia  y los derechos humanos.  La Modernidad ilustrada después del Renacimiento y el Barroco aportará las ideas y valores de la individualidad con efectos políticos, económicos y socioculturales que alumbrarán la democracia liberal, el desarrollo económico, los derechos humanos y el imperio de la ley.  Nos llevó mucho tiempo, vidas y recursos hacer nuestra esta  concepción de la vida social y política desde los estertores del imperio hasta la guerra de Cuba, la pérdida de Puerto Rico y Filipinas, la guerra colonial del norte de África, las dictaduras militares, los cambios de régimen político, el impacto social de las ideologías totalitarias: anarquismo, marxismo y fascismo.

El mayor riesgo actual es la idealización de la división medieval por parte de los nacionalismos fragmentarios, atizados por intereses de élites locales"

La impronta de estos hechos, pese al tiempo transcurrido, sigue vigente y es  la clave explicativa tanto de lo que nos une como lo que nos separa. Somos capaces de responder a enemigos externos con unidad y sacrificio, pero en la conducta democrática interna tendemos a la división, al sectarismo y la hostilidad. El mayor riesgo actual de España procede de su interior: los nacionalismos fragmentarios, atizados por intereses de élites locales y su idealización de la división medieval; la decadencia de España, desde el declive  del imperio en el  siglo XVIII con la pérdida, incluso, de un trozo de España (Gibraltar), se arrastrará hasta buena parte del XX;  y las pulsiones totalitarias contra la libertad y el estado de derecho enarboladas, en alianza de intereses, por los nacionalismos y el populismo disolvente.

Después del régimen de Franco, entre 1939-1975,  para España se abría una nueva etapa de institucionalización democrática al converger la necesidad con los intereses, tanto de los herederos del franquismo como de la izquierda socialista y comunista. La transición democrática, la constitución de 1978 y la integración en las instituciones de Occidente, singularmente la UE y la OTAN, son los resultados. Una España democrática, integrada en Europa, y actor global como potencia media con relaciones especiales con  los países Hispanoamericanos. 

El último tercio del siglo XX ha sido un periodo dinámico, de crecimiento socioeconómico y cultural. En lo político, la alternancia entre la socialdemocracia (PSOE) y centro derecha (PP) con la bisagra de los nacionalistas periféricos (CIU y PNV) cuando no tenían mayoría en  las Cortes, aunque  con la contrapartida de cesiones de competencias estatales en el marco de un modelo autonómico abierto. Esta realidad junto a la ceguera interesada de los líderes españoles es la clave explicativa de la actual crisis constitucional por la pretensión secesionista de partidos y grupos catalanes y vascos que además del desafío rupturista de la unidad española ponen en tela de juicio la viabilidad política y económica del modelo autonómico. 

La alianza funesta entre la rapidez actual, un sistema educativo dividido y mediocre y el relativismo debilitan el núcleo duro de la democracia"

En paralelo y complementaria a la crisis territorial  hemos de enfrentarnos a la crisis de la Modernidad con la emergencia de ideologías  totalitarias y estrategias populistas amplificadas por los medios y las redes sociales que impactan en grupos sociales de tipología diversa. La realidad social hiperconectada es el campo donde se libran las batallas de influencia ideológica tanto a escala estratégica global entre bloques planetarios como a escala nacional y local. La información envolvente: datos, opiniones, gráficos, símbolos, emociones, pasiones..., responde a intereses y opera como mecanismo de poder y control social. Busca influir para instalar “estereotipos” en la mente, esto es, fijar ideas, valores y sentimientos soslayando la reflexión y la crítica como vía para establecer “prejuicios” estables en las personas al deformar y condicionar sus marcos mentales.

Los efectos de esta estrategia de poder y propaganda pueden observarse en la conductas personales en las redes sociales, en los debates de los medios de comunicación, en la elección de candidatos e, incluso, en las conductas de los responsables de las instituciones democráticas. La  alianza funesta entre la rapidez actual, el pensamiento débil alimentado por un sistema educativo dividido y mediocre, y el relativismo en todos los aspectos de la vida debilitan el núcleo duro  de la democracia: la libertad individual, la responsabilidad  ética derivada de los actos, la deliberación razonada y crítica, el respeto al otro, el imperio de la ley.

A los españoles contemporáneos compete como a nuestros antepasados el compromiso por la unidad y prosperidad de la nación como garantía de derechos,  deberes y del futuro para las nuevas generaciones. Los enemigos del presente son el nacionalismo fragmentario, alimentado con la añagaza del plurinacionalismo, y la entraña totalitaria del populismo.  Seamos conscientes del mal que se cierne contra España como nación unitaria y diversa en cultura y tradiciones: la tupida red de hechos, principios, valores y sentimientos compartidos que nutren el patriotismo presenta desgarros considerables donde los nacionalismos desleales están instalados subvirtiendo las instituciones españolas que controlan: ayuntamientos, diputaciones, comunidades autónomas, y utilizando el poder público como ariete de control social y cultural para enajenar España del marco mental de los ciudadanos.

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