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Opinión

ETA desaparece y yo tengo que planchar una camisa

Un empleado del Ayuntamiento de Pamplona borra una pintada callejera de apoyo a ETA.

Fernando Aramburu describió con maestría en ‘Patria’ lo que fue aquella Euskadi gris, triste y odiosa que sobrevivió, con mucha pena y ninguna gloria, a lo que hemos dado en llamar ‘los años del plomo’. Y ahora, de nuevo, Aramburu ha hecho en ‘Twitter’ un resumen perfecto de lo que es el final de esta banda de indeseables: “Hoy por fin se disuelven. Por la tarde iré a nadar.”

Sinceramente, y espero que nadie se ofenda, me importa un carajo si ETA desaparece por carta, vídeo o 'whatsapp'. Me da exactamente igual que monten un sarao en Francia con palmeros equidistantes o que hagan un akelarre en un recóndito bosque de la Guipúzcoa profunda. Porque como gritaba la Euskadi decente -que no era toda ni mucho menos- los etarras sin pistolas no son nada. Así que si han decidido diluirse, que lo hagan rápido y que caigan ya por el desagüe de residuales del que nunca debieron salir.

Como gritaba la Euskadi decente -que no era toda ni mucho menos- los etarras sin pistolas no son nada

Hablando con un colega vasco de los que sufrieron a ETA en primera persona, de los que llevó sombra durante años y arriesgó su vida para arraigar la libertad de todos, me decía algo terrible: “Estamos en el momento en el que uno se pone frente al monstruo ya muerto y no sabe si es mejor recordar el dolor que causó o seguir la vida. Si el monstruo merece el tiempo dedicado a revisar el daño que hizo o no”.

Los vascos no nacionalistas no necesitamos nada de ETA. Ni su perdón, ni su compasión ni sus comunicados pueriles, ni las palmas de sus amigos equidistantes, ni el apoyo soterrado de la televisión pública vasca que justo hoy emite un documental sobre la reconciliación.

No necesitamos reconciliarnos con ellos porque ellos ya no son nada para nosotros. Son el humo sucio y negro de un fuego pasado en el que pretendieron abrasarnos. Pero, sobre todo, son el pasado. Ellos, no sus obras, merecen quedarse en el olvido. Ni una glosa, ni un adjetivo, ni nada.

Son el humo sucio y negro de un fuego pasado en el que pretendieron abrasarnos. Pero, sobre todo, son el pasado y ellos, no sus obras, merecen quedarse en el olvido

Lo que sí recordaremos siempre, cada día, es su obra de terror. A las víctimas de su genocidio. El dolor inútil causado y la limpieza ideológica que hicieron de una sociedad en la que muchos murieron, otros sufrieron y decenas de miles se marcharon. Su legado, el supremacismo nacionalista, sigue. Y contra este pretendido lavado de memoria, contra este olvido de lo sucedido seguiremos peleando día a día con la palabra y la memoria. Con el recuerdo y el respeto a todas y cada una de las víctimas que en nombre de Euskadi provocaron.

Olvidaremos a los etarras, esa es nuestra humilde venganza. Pero recordaremos su obra de dolor, exclusión y supremacismo. Por las víctimas, por nosotros y para impedir que se repita. Me voy a planchar porque hoy es un día como otro cualquiera.

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