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Opinión

La Diada se desinfla: entre el 'mambo' y el miedo

Una imagen de la manifestación de este lunes en Barcelona.

Niños, niños, niños. TV3 tan sólo mostraba rostros de niños. Y tomas aéreas con masas en movimiento. Los separatistas querían ofrecer la Diada de la sonrisa. "De todas las revoluciones, esta es la más bonita, una revolución con ilusión y con amor", había dicho Jordi Sánchez, el presidente de la ANC, la máquina de movilizar independentistas. Querían una Diada festiva, sin incidentes ni malos rollos. Mostrar a Europa el rostro amable de una Cataluña que se quiere separar de España alegre y jovialmente, como una gran fiesta de fin de curso. Todos con con la camiseta amarillo chillón, con banderas estrelladas y bajo el grito de 'Independencia' y 'Queremos votar'. Y un 'Sí' descomunal en la pancarta gigante que debía unirse en el crucero central de la marcha, pero no se logró. Un intento fallido. Falló la coordinación y los cuatro trozos de lona no lograron ensamblarse. ¿Fatídico anuncio de lo que vendrá?

Lanzaba su mítin Jordi Cuixart, presidente de Omnium Cultural, el otro de los pilares del gran desfile, y la gente se dispersaba ya por las calles adyacentes del Paseo de Gracia. A las 18:30, el asfalto se imponía a la muchedumbre. En pocos minutos, Paseo de Gracia se despoblaba. Había prisa por volver a casa. Por quitarse de en medio. Por borrarse de la zona. 

Los movimientos separatistas y sus portavoces llevan calentando el referéndum desde hace días, con escraches, amenazas, provocaciones, anuncios de ocupación de plazas y puntos neurálgicos de la ciudad. Han presionado a los alcaldes socialistas, remisos a participar en la consulta, a la Guardia Civil, a los letrados del Parlament, a los políticos de la oposición, a los disidentes, a los tibios. Habían anunciado con ahínco que después de la Diada vendrá 'el mambo'. La gente se lo tomó al pie de la letra. Y se temió una Diada con más jaleo que sonrisas y con más líos que flores. Quema de banderas europeas y Otegi como gran padrino de la manifestación. Un etarra, convicto por terrorismo, gran estandarte de la Diada de las sonrisas. Algo no cuadra. 

Los separatistas habían anunciado con ahínco que después de la Diada vendrá 'el mambo'. La gente se lo tomó al pie de la letra. Y se temió una Diada con más jaleo que sonrisas y con más líos que flores

Hablan los organizadores de un millón de personas. El año pasado contaron dos millones. La tradicional guerra de cifras con tendencia menguante. La gran Diada del año de la liberación y la victoria, la última Diada bajo el yugo español, la gran marcha antes del referéndum de la libertad no había logrado su propósito de desbordar a todas las precedentes. Ni de lejos. El sol brillaba en Barcelona, el termómetro era agradable y los niños disfrutaban en el jolgorio. Aún así, apenas se cumplió con los mínimos anunciados. El independentismo quería exhibir músculo y mostró un perfil algo deshilachado. Necesita más anabolizantes.

Han metido miedo. La CUP se ha enseñoreado de las calles y del Parlament, de la política y del 'procés', del referéndum y de la Generalitat. Se puede ser independentista y no comulgar con las ruedas de molino que se han vivido estas semanas. La manifestación contra el terrorismo, tras la matanza de las Ramblas, convertida en un desprecio a las víctimas y una explosión de odio a España, a la Corona y a los representantes de los ciudadanos. Los episodios del Parlament, con media Cámara arrollando, amordazando, maniatando a la otra media, en un espectáculo jamás visto hasta la fecha en un entorno democrático y oocidental, han despertado inquietud y recelo, hasta en los propios. "Nos llevan a la caverna, a la jungla, a la Edad Media", confesaban algunos líderes soberanistas, espantados ante la evolución de los acontecimientos. "Actúan como matones de discoteca", denunció este lunes un portavoz del PP. La región más vanguardista y europea de España está a punto de dar un salto atrás, sin red y sin paracaídas.

La Cataluña silenciosa

Medio millón, un millón. La cifra que se quiera. Seis millones de catalanes no estaban. Se han quedado en sus casas. No han respondido al flautista de Puigdemont. No se han sumado al desfile. No les interesa este teatro. No se les escucha porque no alzan la voz. No viven del gran negocio de la independencia. No se han acercado a la Diada del 'Sí', a la gran procesión previa a la ruptura. Algunos, por temor. Otros, porque la rechazan y buena parte, porque abominan de cuanto han estado viendo estos últimos días. El gran reto de la secesión es mantener la tensión hasta el 1-0. El 'mambo' continuo, la reivindicación sin tregua, el griterío sin pausa. 

En vísperas del decisivo referéndum, que Rajoy insiste en que no tendrá lugar, mucha gente de bien, que quizás se acercaría a votar en una consulta legal, se ha asustado con lo que ha visto. Los radicales en el centro de la pista y los demás, aplaudiendo. Un espectáculo siniestro. Una sociedad fracturada, partida por el eje, hecha añicos.

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