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Opinión

Despenalizar la natalidad

Imagen de archivo de una madre con sus hijos.

Ahora que los jubilados indignados nos recuerdan en la calle los problemas de nuestro sistema de pensiones, es buen momento para recuperar el viejo consejo de que, para salir de un pozo, lo primero que hay que hacer es dejar de cavar.

 

Así es. Antes de ponernos a buscar soluciones novísimas e imaginativas a nuestro amenazador desierto demográfico sería más práctico frenar el deterioro del problema. En este caso, el de una realidad social, económica, educativa y, sobre todo, laboral que, de hecho, (obviamente no de derecho) penaliza a los jóvenes que pretenden tener hijos.

 

La conciliación se percibe como un problema, pero únicamente porque interfiere en la eficiencia del mercado, convirtiéndose en un freno a la producción y en una complicación insidiosa que viene a molestar el buen funcionamiento de las empresas y de la misma sociedad: los turnos se complican, las ausencias imprevistas (casi siempre de ellas) causan trastornos, como las reducciones de jornada. Las tiendas que languidecen los martes se petan los fines de semana, en las ventanillas oficiales todo el mundo tiene prisa, la dieta mediterránea se olvida…no sigo.

 

Nos afanamos en buscar soluciones que fracasarán mientras no estemos dispuestos a cambiar nuestras formas profundas de funcionamiento (igual en lo público que en lo privado). El ejemplo más sangrante es, desde luego, la enorme precariedad laboral, que ha mejorado mucho nuestros indicadores de competitividad y empleo, pero al precio de disuadir a las personas jóvenes de iniciar proyectos vitales durante sus años de fertilidad, que es cuando peor les trata el mercado.

 

El precio de la mejora del empleo y la competitividad es demasiado alto: disuadir a los jóvenes de iniciar proyectos vitales durante sus años de fertilidad

 

La brecha salarial, que tanto se denuncia estos días y con tanta razón, tiene que ver con esa inadaptación del mercado laboral a la conciliación familiar, que se sigue viendo como un problema “de ellas”, que habrán de adaptarse a “lo que hay”. Y claro que se adaptan, sacrificando sus carreras profesionales o no teniendo hijos. Lo primero se ve y se denuncia. Lo segundo es lo que amenaza con arruinarnos.

 

Vuelven los discursos que apuntan a regresar al modelo tradicional de las mujeres como actores secundarios en el entorno laboral que, aunque se utilizan eufemismos como el “egoísmo de los jóvenes”, “hedonismo consumista” o “pérdida de valores familiares” para no decirlo con tan descarada claridad.

 

Pero, volviendo al inicio, un buen comienzo es listar las penalizaciones reales y cotidianas que soportan las personas que optan por trabajar y, aun así, tener hijos. Ahí van solo unas pocas:

 

  • Es ilegal, pero nada raro, que al final de una entrevista de trabajo, en tono ya aparentemente distendido, le pregunten a una joven por su futuro familiar.
  • Las bajas no gustan en las empresas, ni siquiera las de maternidad, y a la larga eso suele notarse.
  • Las guarderías y las actividades extraescolares se llevan buena parte de los ingresos de la pareja.
  • Los suegros se hacen imprescindibles en casa y a la salida del cole.
  • Las promociones internas en las empresas no esperan a nadie.
  • Las citas con los tutores del cole son dentro de su horario laboral, por supuesto.
  • Las reuniones de buenos padres y madres (no como vosotros, que sois unos egoístas, que solo pensáis en el dinero y en las vacaciones) también son en horario escolar.
  • Hay una cosa en el cole que se llama semana blanca. Los chavales están encantados.
  • La inmensa mayoría de las gestiones públicas han de hacerse en persona y en horario laboral (a menudo solo de mañana), incluso aunque -paradojas de la vida- haya que pedir la cita por internet.
  • ¿De verdad la reunión del equipo de desarrollo es en Sevilla? Sí. No puedes faltar.

 

Hay muchas más penalizaciones, que apuntan a causas profundas, imposibles de revertir con unos cuantos miles de euros por niño, que demuestran que seguimos pensando en una sociedad para hombres en la que han irrumpido las mujeres, trayendo “sus” problemas. Mientras esa percepción, no declarada pero perfectamente visible en estos ejemplos citados, no se modifique, la natalidad seguirá penalizada en la vida cotidiana, se diga lo que se diga en las tribunas y en los debates.

 

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