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Opinión

¿Debería el Rey salir a la palestra ante el 1-O?

¿Debería el Rey salir a la palestra ante el 1-O?

Aumenta la presión en no pocos sectores de población para que el rey Felipe VI salga a la palestra esta misma semana, a través del correspondiente mensaje televisado u otro formato de parecida relevancia, al objeto de condenar la intentona golpista que en Cataluña protagoniza el Govern de Carles Puigdemont y garantizar el cumplimiento de la Ley y la unidad de España. En el recuerdo de la mayoría sigue fresco el mensaje televisado que en la madrugada del 24 de febrero de 1981 pronunció su padre, el entonces rey Juan Carlos I, y que tan decisiva importancia tuvo en la neutralización del golpe del 23-F y en la vuelta de los tanques a los cuarteles. Entre la mayoría constitucionalista existe una cierta unanimidad a la hora de calificar de golpe de Estado lo que está ocurriendo ahora en Cataluña, de modo que el paralelismo de la acción sitúa a su hijo ante la reacción de tener que imitarle y dar la cara. Y bien, ¿qué hace Felipe VI? ¿Por qué no sale? ¿En qué se ocupa? ¿A qué se debe su silencio?

Es evidente que este es el debate que desde hace días, semanas incluso, ocupa buena parte de las reflexiones del monarca y de las conversaciones que mantiene con sus ayudantes en la Casa Real. El propio rey está despachando en las últimas semanas con todo tipo de personas de la más variada condición a las que pide discretamente opinión sobre la cuestión catalana e incluso consejo, en el caso de los más cercanos. De hecho, el Rey mantiene ahora conversaciones diarias con los principales líderes políticos, desde luego con el presidente del Gobierno, pero también muy especialmente con el líder del PSOE, Pedro Sánchez, hasta el punto de que fuentes bien informadas sostienen que ha sido él, el rey de España, el que ha conseguido reconducir al levantisco Sánchez por la senda del respaldo al Gobierno Rajoy a la hora de cerrar filas en defensa de la Constitución y en contra de la celebración del referéndum del 1 de octubre.  

Felipe VI está despachando en las últimas semanas con todo tipo de personas de la más variada condición a las que pide discretamente opinión sobre la cuestión catalana e incluso consejo, en el caso de los más cercanos"

En el frontispicio de todas las consejas, el marco legal que regula las obligaciones, y al tiempo las limitaciones del Monarca en la materia, el Artículo 56.1 de la Constitución española, según el cual “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. El Artículo 61.1 dice también que “El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes”. El Artículo 62, en fin, asegura que “Corresponde al Rey, h) El mando supremo de las Fuerzas Armadas”.

“Símbolo de su unidad y permanencia”, una expresión que parece conminarle a intervenir de manera ineludible, si bien matizada a continuación por ese “arbitra y modera” que excluye cualquier tipo de poder ejecutivo. Esa es la cuestión. Los expertos constitucionalistas descartan de plano una intervención directa del monarca en el conflicto catalán, porque “eso no sería arbitrar. Juan Carlos I tomó la decisión de salir en televisión a parar el golpe del 23-F porque en aquel momento el Gobierno de la nación estaba prisionero de los golpistas en el Congreso, ergo no había Gobierno. Eso no se da en las actuales circunstancias: el Rey solo tiene poderes simbólicos, y un discurso de las características que reclaman algunos se entendería como la arrogación de un poder que la Constitución no le confiere”.

Jaime Alfonsín tras las bambalinas

A Jaime Alfonsín, Jefe de la Casa del Rey, le produce verdadera urticaria la sola posibilidad de meter a su señorito en la tesitura de tener que salir a dar la cara. Miembro de esa cofradía gallega de la que tan ferviente seguidor es el propio Mariano Rajoy, partidaria de no decir una palabra más alta que la otra, Alfonsín cree que eso de “arbitrar y moderar” es un mandato que solo cabe interpretar en voz baja, en privado, entre bambalinas. Nunca a través de un discurso público. Y cuando se le apremia con la urgencia del momento, el lucense Alfonsín se revuelve, siempre muy educadamente, eso sí, argumentando que todos los poderes ejecutivos están residenciados en el Gobierno y que fuera de ahí no hay nada que rascar. Es el Gobierno quien tiene que gobernar, quien tiene que mojarse, no el rey.

A circunstancia excepcional, respuesta excepcional. A Felipe VI no le va a quedar más remedio que mojarse, porque, en última instancia, sin mojarse sería muy difícil responder a la pregunta de para qué necesitamos un rey garante de la unidad de España si no hay España"

Lo cual puede ser cierto en momentos de normalidad, pero quizá no, sin duda no, en las circunstancias excepcionales por las que atraviesa el país, con un referéndum a cuatro días vista cuyo resultado ya conocemos (lo único bueno de los indepes es que son muy previsibles), sea cual sea el número de urnas, el simulacro de votación y la cifra de votantes, que irá seguido por una declaración unilateral de independencia como ha quedado recogido en esas Leyes Habilitantes que el independentismo se ha regalado a la manera del nacionalsocialismo alemán en 1933. A circunstancia excepcional, respuesta excepcional. De modo que a Felipe VI no le va a quedar más remedio que mojarse, porque, en última instancia, sin mojarse sería muy difícil responder a la pregunta de para qué necesitamos un rey garante de la unidad de España si no hay España, si se rompe España.

Lo que parece indudable es que el silencio del rey en los momentos actuales resulta tan difícil de mantener como de explicar. La clave de lo que está ocurriendo podría, con todo, estar en los tiempos, es decir, en la elección del momento adecuado en el que Felipe VI no tenga más remedio que saltar al ruedo como garante de esa unidad de España. Salir en lo que queda de semana probablemente solo contribuiría a alimentar el monstruo y darle alas, y a verse arrastrado por cualquier error que pudiera cometer Mariano Rajoy, que, éste sí, volverá a dirigirse a los españoles por televisión en la noche del próximo domingo 1 de octubre. “Creo que el Rey solo debe salir en el momento en que Puigdemont declare la independencia. Ese es su momento y su sentido: en formato 23-F y como símbolo de la unidad y permanencia del Estado”, asegura el líder de uno de los partidos constitucionalistas. La suerte está echada. En este envite, Señor, se juega usted el trono.

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