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Opinión

Ciudadanos como promesa

Albert Rivera, líder de Ciudadanos.

Desde su irrupción en la política nacional en las elecciones generales del 20 de Diciembre de 2015 obteniendo cuarenta escaños en el Congreso de los Diputados, resultado que mantuvo sustancialmente en las siguientes del 26 de junio de 2016, aunque perdiendo nueve décimas en porcentaje y ocho diputados, ha cundido en la opinión pública española la percepción de que la formación naranja y su joven líder están llamados a jugar un papel decisivo en nuestra vida pública durante los próximos años. Esta sensación se vio reforzada en las elecciones autonómicas catalanas del 21 de Diciembre de 2017, cuando Ciudadanos se impuso como primer partido con un espectacular 25% y más de un millón de papeletas. Hay que señalar que el récord en porcentaje de voto de una formación liberal y constitucionalista lo ostentaba el Partido Popular, que en los comicios catalanes del 19 de Noviembre de 1995 alcanzó un 13,2%, cifra jamás superada posteriormente en este tipo de citas con las urnas por esta opción electoral en esa Comunidad Autónoma. El hecho de que Ciudadanos, llenando el hueco que en 1996 el entreguismo de José María Aznar ante Jordi Pujol abrió en beneficio del separatismo -natura horror vacui-, haya triturado veintidós años más tarde aquella cota que hizo perder entonces a CiU la mayoría absoluta que había disfrutado ininterrumpidamente a lo largo de tres legislaturas en el Parlament, fue sin duda el anuncio de que Ciudadanos, más pronto que tarde, reemplazará al PP como representante de referencia del espacio liberal-constitucionalista en España.

En este contexto de espera de un cambio de mapa político que intensificará y consumará el ya registrado recientemente, la atención que recibe la estrella ascendente se multiplica y el número de cortejadores que zumban como ávido enjambre alrededor de un panal sobre el que existe la certeza de que no tardará en suministrar abundante y densa miel, crece cada día. El presidente de Ciudadanos y sus principales colaboradores no dan abasto para responder a las invitaciones que les llueven desde las más altas instancias empresariales, académicas y financieras hasta las más humildes entidades de la sociedad civil, deseosas de conocer de forma directa sus planes, sus programas y sus propuestas para el futuro enderezamiento de una gran país europeo que vive la paradoja de estar creciendo al tres por ciento y creando medio millón de empleos al año a la vez que es sacudido por una grave crisis institucional y de unidad nacional. La impresión que albergan una gran mayoría de ciudadanos es que este tremendo esfuerzo de recuperación económica tiene lugar no por una acertada acción de gobierno, sino a pesar del lastre que representa una clase política que, salvo honrosas excepciones, no se corresponde ni por su competencia ni por su preparación ni por su honradez con lo que requiere la envergadura de la nación a la que en teoría debe conducir.

Un proyecto obligado por las circunstancias a definirse al tiempo que fija su rumbo, es normal que en ocasiones convierta sus perplejidades transitorias en una cierta apariencia de confusión mental"

Como es de esperar, a Ciudadanos le llueven las alabanzas, pero asimismo las críticas, algunas completamente injustas, y otras más dignas de consideración por su parte. Las que carecen de fundamento y son fruto de la lucha descarnada por el poder que caracteriza tradicionalmente la política española, en cuyos lances el interés nacional suele quedar postergado ante el electoralismo partidista, no merecen mayor comentario. Las otras, las que se apoyan en algunos defectos, han de ser evaluadas tras pasar por el tamiz de las características de una organización nueva que se halla más en la fase de construcción que de plenitud o, como sucede con los antiguos protagonistas del bipartidismo, en período de declive y posible debacle. En primer lugar, el rápido crecimiento del partido en número de afiliados hace que la selección sea difícil y dentro del material de aluvión que invade sus filas puede haber mercancía de diferente calidad y de una composición ideológica peligrosamente heterogénea. En este aspecto, la clarificación conceptual de su último Congreso, con la desaparición de la etiqueta socialdemócrata para declarase como netamente liberal, ha sido un movimiento inteligente y oportuno. En segundo, la falta de madurez doctrinal propia de un work in progress da lugar a giros algo bruscos de posición como el que se ha producido sobre la prisión permanente revisable. Sin embargo, lejos de denotar incoherencia u oportunismo, las rectificaciones en la buena dirección son un síntoma positivo de que la cúpula de Ciudadanos sabe escuchar el pulso de la calle y comprender a tiempo la solidez de los mejores argumentos. En tercero, en una empresa a la que el éxito ha sorprendido por la velocidad y la magnitud con que se ha producido, pueden aparecer inevitablemente algunos reflejos de autosuficiencia que conviene corregir porque hasta ahora Ciudadanos, a diferencia de sus anquilosados rivales PP y PSOE -Podemos no entra en la categoría de rival ya que es más bien una plaga-, que hace tiempo que se muestran sordos a cualquier advertencia de voces autorizadas o incluso de la misma realidad, Ciudadanos ha sabido hasta ahora ser desacomplejadamente permeable a las recomendaciones y consejos procedentes del exterior, sana costumbre que debe conservar cuando llegue al gobierno. Por último, la acusación de ambigüedad y de descarado pragmatismo, ha de ser atemperada por la obviedad de que un proyecto que viene obligado por las circunstancias a definirse mientras simultáneamente construye su armazón organizativo y fija su rumbo, es normal que en ocasiones convierta sus perplejidades transitorias en una cierta apariencia de confusión mental.

La cualidad más destacada de Ciudadanos es su aroma embriagador de novedad, vitalidad y limpieza, que contrasta con la espesa capa de óxido que recubre los despachos en Génova y Ferraz"

En este panorama de transformación profunda que se avecina, la cualidad más destacada de Ciudadanos, frente a la cual los dos partidos que han disfrutado en el pasado del duopolio imperfecto diseñado por la Transición son impotentes, es su condición de promesa, su aroma embriagador de novedad, vitalidad y limpieza, que contrasta irresistiblemente con la espesa capa de óxido que recubre los despachos que se asoman a las calles Ferraz y Génova. Y es esa ilusión de que a partir de ahora las cosas serán diferentes y de que los españoles podremos dejar atrás la división, la corrupción, la mediocridad y el desánimo para tomar con vigor renovado la senda del éxito, del trabajo en común, de la pisada fuerte en Europa y de la salud institucional, la que se concentra en Albert Rivera y en su imagen impoluta y atlética de yerno ideal, de amigo leal, de socio fiable y de patriota sin aspavientos. Si estas expectativas se cumplirán o darán paso a una decepción que añadir a la larga lista acumulada durante las últimas cuatro décadas de nuestra historia, no lo podemos vaticinar. Ahora bien, teniendo en cuenta lo que ya hemos padecido, parce aconsejable que las amplísimas capas sociales que, junto a la Corona y a la Justicia, sostienen todavía con su labor diaria, su generación de riqueza y su cultivo de las virtudes cívicas vertebradoras de las sociedades abiertas, a una España que ha visto muy cerca el abismo, contribuyan tanto como esté en su mano a que esta promesa nos proporcione pronto una fecunda realidad.

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