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Opinión

Casado evita el abrazo

El líder del PP, Pablo Casado.

Ahora que no puede, Ciudadanos anuncia que sí quiere, organizando, por todo lo alto, la operación 221. Entonces, en abril, sí podían sacar por sus propios medios a España del bloqueo, pero no le convino a la estrategia de Rivera. De de los cuatro millones cien mil votantes, solo un millón seiscientos mil siguieron en noviembre el plan de Rivera contra “Sánchez y su banda”. Como Ciudadanos ya había ejercido de bisagra, tras aquel “pacto del abrazo” entre Rivera y Sánchez en marzo de 2016, el marco mental del electorado varió mucho más deprisa el pasado verano que el del propio líder naranja, hoy retirado de la vida pública por méritos propios.

Otra vez los votantes por delante de sus representantes en cuanto a lógica. A estas alturas, solo por las encuestas se sabría la respuesta de los electores a un Gobierno de coalición con Sánchez. Con Rivera de vicepresidente y el PP hecho añicos con 66 escaños, cuatro años de legislatura era un mundo por descubrir. Desde la primavera del 2018, Rivera se veía presidente. Si Rajoy hubiera convocado las elecciones para septiembre, las hubiera ganado Ciudadanos. Tal vez por eso, el presidente destituido por una moción de censura pensó que era mejor dejarse llevar por el acontecimiento de la traición del PNV. Aquella fotografía del bolso en el escaño del presidente dejó al PP en la unidad de cuidados intensivos. Se había ido, y apareció Vox. Un año y medio después, Casado ha sacado al enfermo a dar sus primeros paseos por la planta. No hay margen de error.

Desde que Sánchez se asustó con el resultado del 10 de noviembre, estamos asistiendo a una ensoñación, que diría Marchena. Lo de Rivera podría haber sucedido mientras que lo de Casado no va a ocurrir. Y que no se olvide, muchos lo hacen casi a diario, del hecho de partida. Sánchez se abrazó a Iglesias la misma noche del recuento para alejar la convocatoria de otras elecciones. Dos días después, ya exhibía el papel firmado. Al presidente del PP no le va a suceder lo mismo que a Rivera porque su partido ha sido Gobierno, es alternativa y no bisagra. Además, si diera ese paso, facilitando un Gobierno de Sánchez e Iglesias, se estamparía con el mismo final político que Rivera.

La abstención de Casado a Sánchez le dejaría igual que a Rivera pero por bendecir el abrazo de los otros

Casado no ha tenido más remedio que no hacer caso al coro de voces que le pedían un paso atrás en favor de Sánchez. Rajoy ignoró el llamamiento de los mismos poderes cuando le exigían para España el rescate europeo y total de las cuentas públicas. Tampoco se dejó seducir por aquellos que le insistían en que aceptara el encargo del Rey para formar Gobierno, en enero de 2018. Sánchez inauguró en aquel momento los cuatro años de bloqueo con su “no es no”. Ahora, lo que hace Casado es evitar que le pase lo mismo que a Rivera, pero por todo lo contrario. La abstención de Casado a Sánchez le dejaría igual que a Rivera, pero por bendecir el abrazo de los otros.

Los votantes del PP, muchos de ellos regresados de Ciudadanos, más los que votaron todavía a Rivera o se fueron a la abstención, son un caudal suficiente de votos, casi ocho millones, como para dejarle todo el terreno a Sánchez y a Vox. La trampa del abrazo se la tendió Sánchez a Casado la mañana del 12 de noviembre cuando Iglesias se abalanzó para hacer el papel de dominante. Si finalmente hay investidura, con la abstención del sedicioso de Lledoners, Sánchez alargará su mandato hasta el límite. Si ha sido capaz de gobernar 18 meses con los presupuestos del PP, no parece descabellado que aprobando los de 2020 sea capaz de aguantar, como mínimo, otros dos años. Casado tendrá su tiempo pero se le ha puesto un listón más alto que a sus predecesores. Aznar gobernó a la tercera y Rajoy también, pero entre cada elección pasaron cuatro años, no seis meses. La diferencia con aquellos tiempos es que cuando le toque, que ya veremos, nada será igual. Más bien será tarde.

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