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Opinión

Carta de un padre al Gobierno

Un padre junto a su hija pasea a sus dos perros en una calle de Valencia.

Treinta y ocho días después, hablaremos del Gobierno. Miren, como esto es un diario que pretende narrar con humor las nuevas costumbres familiares derivadas del confinamiento, llevo treinta y siete artículos sin meterme en demasiados jardines políticos. Confieso que a veces he tenido ganas de hacerlo, y motivos no han faltado, por lo que sí he diseminado alguna que otra pulla para los unos y los otros, pero en general no lo he hecho precisamente porque considero de mal gusto intentar sacar rédito político de esta tragedia. No me gusta mezclar las churras y las merinas. Pero la realidad de una familia cambia bruscamente cuando el Gobierno te promete una cosa, luego anuncia que va a hacer la contraria y por último se rectifica a sí mismo para volver al punto inicial, que es lo que ha pasado con la promesa de las salidas de los niños a la calle. 

No obstante, prefiero no recordar los motivos por los que los padres pedimos desde hace semanas que los niños, grandes olvidados de la reclusión, puedan salir. Tampoco voy a perder tiempo y espacio narrando cómo el Ejecutivo nos prometió que los niños podrían pasear para después, en este martes de infausto recuerdo, primero anunciar el incumplimiento de dicha promesa y, horas después, sin solución de continuidad, anunciar que sí habrá paseos. Ni siquiera caeré en el exabrupto fácil, porque con lo que se podía leer este martes en los grupos de WhatsApp de todos los padres que conozco ya tuve bastante. Sólo voy a dejar volar la imaginación. Y les pido, señores del Gobierno, que imaginen conmigo. 

Imaginen que tienen un hijo de algo más de dos años que lleva casi cuarenta días sin pisar la calle, con una suerte de excursión furtiva al garaje como único movimiento allende las cuatro paredes de su hogar. Imaginen que se trata de un pequeño bastante revoltoso cuyo comportamiento evidencia cada día lo bien que le vendría pasear media hora. Imaginen que en todo este período el mocoso ya ha pedido unas cuantas veces "calle, calle, calle" porque se nota que la echa de menos, si bien es cierto que en su domicilio lo pasa genial con sus progenitores. 

Imaginen que el pasado sábado, al escuchar al presidente del Gobierno hablar de "aliviar el confinamiento de los más pequeños", el padre del niño mirase a su hijo y le comunicase, aún a sabiendas de que no le entendería del todo, que "en pocos días ya podremos bajar a la calle, cariño"

Imaginen que el pasado sábado, al escuchar al presidente del Gobierno hablar de "aliviar el confinamiento de los más pequeños" y de "darles la oportunidad de disfrutar un rato al día del aire libre", el padre del niño, alborozado por la noticia, mirase a su hijo y le comunicase, aún a sabiendas de que no le entendería del todo, que "en pocos días ya podremos bajar a la calle, cariño". Imaginen la ilusión rebosante en esos ojos pequeños y traviesos. Imaginen que, como es su pasatiempo favorito verlas, contestase "excavadoras a calle" (sic). 

La imaginación es maravillosa y nos hace libres, ¿verdad? Sin ella, estaríamos perdidos. Así que imaginemos aún más juntos, señores del Gobierno. Síganme en este viaje. Imaginen conmigo que la primera salida de ese niño a la calle, exactamente cuarenta y cuatro días después de iniciarse el confinamiento, el día 27 de abril, lunes, fuera para ir al supermercado. Transportémonos a ese momento tan esperado y glorioso. 

Imaginen la excitación previa de ese niño, ataviado con guantes pero sin mascarilla porque no hay manera de conseguirlas, porque sabe que va a bajar a la calle. Imaginen cómo se sentirá en el ascensor. Imagínenlo con una sonrisa y una mirada chispeantes durante el camino hacia el destino permitido. Imaginen lo animado que estará en la larga cola del supermercado, tal vez pletórico por estar rodeado de "nenes". Imaginen a los trabajadores de seguridad del súper rociando con desinfectante los guantes del pequeño que se asusta por un momento pero luego vuelve a la dicha por lo que se avecina.

Imaginen el comportamiento del niño en los pasillos del establecimiento, intentando tocarlo todo, abalanzándose sobre un conocido que, oh casualidad, pasaba por allí, y llorando cuando su padre no le permita tocar nada ni a nadie

Imaginen el comportamiento del niño en los pasillos del establecimiento, intentando tocarlo todo, abalanzándose sobre un conocido que, oh casualidad, pasaba por allí, y llorando cuando su padre no le permite tocar nada ni a nadie. Imaginen la forma en que el progenitor se moverá en todo momento por el Mercadona de turno, lo que tendrá que hacer para sujetar al pequeño y conducir el carrito respetando la distancia de seguridad con el resto de clientes, y no digamos ya para pagar la cuenta. Imaginen el regreso a casa, con el enano encolerizado por tanta restricción y el padre igualmente enfadado porque repara en el gigantesco error que ha sido llevar al niño al súper.

Eso sólo era un viaje imaginado, claro, porque en mi familia y en cualquier otra que sea medianamente normal eso no iba a ocurrir, porque por responsabilidad no lo íbamos a hacer. Sin embargo, parecía que esa era la única salida que ustedes, señores del Gobierno, nos dejaban este martes, trigésimo octavo día de reclusión, cuando a la hora de comer anunciaron que los pequeños de cero a 14 años sólo podrían acompañar a un adulto a los supermercados o farmacias, obvios focos potenciales de contagio, pero no podrían, en cambio, darse un paseo en libertad por su barrio.

Imaginen el sentimiento que invadió nuestro hogar y tantos otros en España al conocer esa noticia. ¿Pueden imaginar cuánta frustración sentimos los padres? Pero resulta que todo era un fake creado por ustedes mismos, señores del Gobierno, porque sólo unas horas después, antes del telediario de la noche, nos anunciaron lo contrario: los niños finalmente sí podrán "dar paseos". Imaginen ahora, para acabar, la sensación de delirio que nos provocó su enmienda a su propia rectificación.  

Mi temor, como padre al que están volviendo loco con estas idas y venidas, es que en las próximas horas vuelvan a rectificar. Quiero imaginar que no lo harán y, por ello, el día 27 mi hijo podrá salir a pasear. Pero, visto lo visto, con ustedes nunca se sabe.

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