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Opinión

Las CUP avalan el desastre

El portavoz de la CUP, Carles Riera.

No podía esperarse otra cosa. Las CUP, hijas políticas del nacionalismo más recalcitrante, han obedecido a sus papás y mamás en política y se abstendrán este lunes en la investidura de Quim Torra.

La falsa retórica revolucionaria se alía con el nacionalismo identitario

Decir que el nacionalismo siempre es excluyente no es nuevo. En Cataluña, además, ha tenido la habilidad de enmascarar su ideología totalitaria y racista bajo una pátina democrática. Pero la realidad es muy tozuda y ahí están los textos rabiosamente racistas de Jordi Pujol al referirse a los andaluces, las declaraciones de su mujer Marta Ferrusola con respecto a los niños castellanos con los que no quería que jugasen sus hijos, el racismo abiertamente expuesto por el dirigente de ERC Heribert Barrera o los tuits estremecedores de Quim Torra.

Tales cosas, en cualquier otro país europeo, serían consideradas como de extrema derecha y, ya que tanto gusta a los separatistas comparar a España con loa que consideran países modélicamente democráticos, sepan que nadie que se presentase a un cargo público con los antecedentes de Torra tendría la menor posibilidad de hacerlo sin incurrir en severas leyes contra la xenofobia. A los separatistas catalanes, claro, eso les da igual, porque su concepto de patria, aunque dicen que se basa en la identidad cultural, lingüística e histórica, parte del mismo punto que el resto de racismos: la superioridad que ejerce una parte de la sociedad sobre otra, a la que consideran inferior. De ahí a la categoría de Untermenschen no hay siquiera que dar un solo paso. Es lo mismo.

Todo es falso en esta Cataluña de los eufemismos, porque ninguno de sus actores políticos tiene el coraje de decir de manera pública qué es y qué representa. De ahí que los separatistas se nieguen a aceptar su componente racista e intenten disimularlo con todo tipo de postverdades destinadas a hacer pensar a propios y extraños que su causa es justa, digna, honesta. En ese mismo sentido también podríamos acusar a no pocos partidos de la oposición; al PSC lo único que le interesa es no desaparecer en las arenas de la historia, de ahí esas ambivalencias suicidas; otrosí los Podemitas, siempre prestos a estar sin estar, a apoyar sin que se note y a decir lo que desea oír la masa, aún a sabiendas de que lo propuesto sea imposible. El PP es mucho peor, porque exhibe una firmeza de la que adolece, dejando con el culo al aire a sus representantes en este complicado terreno de juego. Los 155, señores populares, o se aplican o no se aplican, pero no caben las medias tintas ni los señores Millos, que parecen aliviadísimos al saber que habrá gobierno catalán, aunque el cariz de este y su propósito sea ir mucho más lejos que el anterior.

Si alguien merece el primer premio en este baile de máscaras son las CUP, que se revisten de un aura revolucionaria tremebunda para luego apoyar, indefectiblemente, a la derecha más brutalmente antisocial y racista de toda España y, me atrevería a decir, de Europa"

Ahora bien, si alguien merece obtener el primer premio en este baile de máscaras son las CUP, que se revisten de un aura revolucionaria tremebunda para luego apoyar, indefectiblemente, a la derecha más brutalmente antisocial y racista de toda España y, me atrevería a decir, de Europa. Los que pretenden que ardan las iglesias- ellos mismos lo afirman en una de sus más infames pintadas, “la única iglesia que ilumina es la que arde” -, los que amenazan a jueces y periodistas, los que se manifiestan amigos de Otegui, de Batasuna, de lo más negro y terrible de nuestra reciente historia, acaban siempre prestando su feliz concurso a los de los recortes sociales, los que solo admiten una sociedad excluyente, los que opinan que las mujeres han de tener unas tetas grandes para ser escogidas.

Es normal. A la hora de la verdad, los buenos hijos suelen acudir en ayuda de sus papás. Las casitas en la Cerdaña, las buenas escuelas de pago sufragadas por estos, las llamadas telefónicas a los Mossos para que los pongan en libertad después de alguna barbaridad, han de saberse corresponder. Hijos de papá con rastas y olor a marihuana, camisetas con eslóganes groseros y vulgares, copas vaginales y lo que quieran, pero cuando suenan las alarmas se despojan de todos estos falsos ropajes de revolucionarios y sale lo que son en realidad, unos rojos de salón, malcriados e irresponsables. Porque con su acatamiento van a permitir que la irracionalidad más extrema ande suelta por Cataluña.

Millo no ve sentido en prolongar el 155

El problema, sin embargo, no es que las CUP sean la voz de su amo o que el separatismo esté descabalado, porque ambas cosas son las que todos esperamos de esas mentes totalitarias. Otra cosa sería un milagro. Lo realmente preocupante es que el delegado del gobierno en Cataluña, Enric Millo, alias el contemporizador, diga que no vería lógico prolongar el 155. Es el mismo Millo que hablaba de la violencia policial del 1-O - ¡como si no tuviera nada que ver con la policía un delegado del gobierno! - contradiciendo a Xavier García Albiol; ese Millo que va a los medios de la Generalitat a hacerse perdonar la vida, con su carita de ex militante de Unió Democrática. Vamos a ver, ¿Qué necesita un responsable del gobierno para entender que estos señores de la estelada están crecidos, que no van a desistir, que lo que quieren y desean es forzar al estado a un conflicto mucho más grande y mayúsculo que el vivido hasta ahora? ¿Tan difícil resulta extraer alguna conclusión de lo que hemos vivido en Cataluña en estos últimos tiempos, de las masas asediando a la guardia civil y a una comitiva judicial, destrozando un vehículo de la Benemérita y sustrayendo las armas que portaba? Y cito solo ese ejemplo porque extenderme en todos los casos de violencia sería demasiado extenso para este artículo. No, señor Millo, señor Rajoy y señora Sáenz de Santamaría, esto no se acaba, solo ha hecho que comenzar. Con el brazo armado de los CDR y las CUP – muy amigas, por cierto, de Quim Torra, que fue el encargado de negociar con ellos a lo largo de estos meses – y con un President de la Generalitat mucho más radical que ninguno de sus predecesores, aquí solo podemos esperar, además de la vulneración constante de la legalidad vigente, un conflicto de orden público de primerísimo orden.

No existe ni un solo estado en Europa, ¡ni uno solo!, que no disponga de los mecanismos legales para impedir que un grupo organizado destroce la convivencia. Lo que está pasado en Cataluña es totalmente impensable que pudiese suceder en Francia, en Alemania, en el Reino Unido o en Italia. Ni en los países nórdicos, a los que tanto gusta aludir el separatismo, carecen de leyes para la protección del estado, lo que equivale a decir de protección a la democracia.

Aquí, sin embargo, parece que la ley de ilegalización de partidos se quedó dormida con Batasuna, que la capacidad de reacción del gobierno se limita a advertir y advertir y advertir, esperando que los jueces le solucionen la papeleta. Y los jueces, señoras y señores, solo pueden aplicar las leyes que redactan los políticos, por lo que no podemos ni debemos exigirles más. El problema es político, y ahí estoy de acuerdo en el enunciado, que no en el fondo, con lo que dicen los separatistas.

O los partidos que defienden abiertamente la constitución se ponen de acuerdo en un gran pacto por la defensa de nuestra democracia, y eso equivale a decir tomar medidas de ilegalización de partidos e intervención de la autonomía a todos los efectos sine die, o acabaremos todos a tiros por la calle"

O los partidos que defienden abiertamente la constitución - que será todo lo mejorable que ustedes quieran, pero es la única que ha permitido disfrutar del régimen de libertades más duradero en toda la historia de nuestro país - se ponen de acuerdo en un gran pacto por la defensa de nuestra democracia, y eso equivale a decir tomar medidas de ilegalización de partidos e intervención de la autonomía a todos los efectos sine die, o acabaremos todos a tiros por la calle.

Rajoy me recuerda mucho a Giral, el político republicano que, cuando le advirtieron la madrugada del dieciocho de julio de 1936 que el ejército se había levantado se limitó a decir “Ah, pues si ellos se han levantado yo me voy a dormir”. Esa gracieta le costó a España una durísima y desoladora guerra civil, casi un millón de muertos, el país roto por la mitad, exiliados -de los de verdad, no esos pijos de ahora – y una dictadura. Lea menos el Marca, presidente, y espabile, que esto también le concierne a usted.

Miquel Giménez

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