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Opinión

Burgueses oprimidos

Alfonso de Villalonga, compositor catalán.

Hay descubrimientos que provocan un doble sentimiento de alegría y de vergüenza. Alegría por lo mucho que te aportan y el enriquecimiento emocional, intelectual y estético que te proporcionan, y vergüenza por haberlos ignorado hasta este momento. Esto es lo que me ha sucedido al llegar recientemente a mi móvil, entre la mucha y variopinta información que se agolpa en las redes -la mayor parte de la cual no podemos procesar-, un video de la canción “El lamento de los burgueses oprimidos”, título original en catalán “La complanta dels burgesos oprimits”,  letra y música de Alfonso de Villalonga, el compositor de la banda sonora de películas tan conocidas como “Princesas” de Fernando León de Aranoa o “Mi vida sin mí” de Isabel Coixet, músico y cantante destacado del que confieso abochornado desconocía su existencia. Sin embargo, a partir de ahora, queda incorporado a mi galería de ídolos contemporáneos. Yo conocí superficialmente a su tío, ya fallecido, el actor, escritor y bon vivant José Luis de Villalonga, porque era muy amigo de mi primo hermano, el reputado retratista también desaparecido Alejo Vidal-Quadras Veiga, pero no era consciente de que su sobrino y heredero de los títulos familiares fuese un personaje tan fantástico.

‘La complanta dels burgesos oprimits’ pone de relieve la insalvable mezcla de farsa, bobería, codicia alicorta y cursilería, que impregna el malhadado procés

Esta sátira musicada sobre los burgueses catalanes oprimidos no tiene desperdicio. La sucesión de ironías crueles, hallazgos coloristas, imágenes sorprendentes y alusiones inspiradas, revela un nivel de inteligencia y talento artístico realmente extraordinario. Es una lástima, como sucede siempre con la buena literatura, que la traducción no pueda expresar en toda su riqueza la inmisericorde destrucción que Villalonga hace de la causa separatista y de esas clases acomodadas barcelonesas que se han sometido cobardemente a su hegemonía. Sin una sola palabra ofensiva, sin el más mínimo asomo de agresividad, sin ataque frontal alguno, con la suavidad con que se hunde un fino estilete florentino en el cuerpo desprevenido de una víctima propiciatoria, las estrofas despiadadas de la canción desmontan hasta disolverla en la irrisión toda la tramoya sentimental del secesionismo.

Decía con razón Josep Tarradellas, el anciano president que vio la luz al final de su vida -nunca es tarde para el arrepentimiento sincero-, que en política se puede hacer cualquier cosa, menos una, el ridículo. Y lo que la cadencia hipnótica de “La complanta dels burgesos oprimits” consigue sin despeinarse es poner de relieve la insalvable mezcla de farsa, bobería, estrechez mental, codicia alicorta y cursilería, que impregna el malhadado procés. Aunque los estereotipos nacionales no deben ser sacralizados, sí hay un sentido del humor propio de las diferentes culturas. Villalonga exhibe de manera magistral un humor típicamente catalán, comparable al del filósofo de la Torre de las Horas de Martorell, Francesc Pujols, o al del inimitable Albert Boadella, combinación de distanciamiento, seny, sorna, compasión y surrealismo que únicamente un auténtico nativo del Principado es capaz de utilizar y disfrutar. Por eso siempre he sustentado la convicción de que los separatistas son catalanes de pacotilla. Recuerdo que ante la rotunda tautología ontológica “Som el que som” - “Somos lo que somos”- de Jordi Pujol, yo me preguntaba desde la tribuna del Parlamento mientras le miraba amablemente: “¿He sido hoy lo suficiente? ¿He sido más que ayer y menos que mañana?”. Su rostro reflejaba el profundo desconcierto del que sabía que le estaba tomando el pelo, pero no entendía cómo. Lo dicho, de catalanes, lo justo.

Ninguna de las notables figuras que Cataluña ha dado al mundo -Gaudí, Albéniz, D´Ors, Cambó, Plá, Dalí…- ha vivido de la identidad ni le ha rendido culto

Cataluña ha dado al mundo una serie de figuras notables: Feliu de la Penya, Gaudí, Albéniz, D´Ors, Casas, Sagarra, Cambó, Plá, Dalí, Vicens Vives, Boadella, Espada y tantos otros, que han trascendido los asfixiantes límites de un nacionalismo impostado y rastrero para proyectarse hacia la universalidad. Ninguno de ellos, como es lógico, ha vivido de la identidad ni le ha rendido culto, sino que la ha dado por supuesta, con la naturalidad y la espontaneidad del que no necesita demostrar nada más allá de la excelencia de su obra.

Dejando aparte los componentes políticos del independentismo golpista que hoy lastra a España y hunde a Cataluña en el descrédito, Alfonso de Villalonga disecciona en unos minutos de acertadas notas y rimadas líneas la pequeñez espiritual, el provincianismo cultural y la pusilanimidad temblorosa de una sociedad que un día fuera innovadora, pujante y cosmopolita y que hoy se arrastra por el mediocre ensimismamiento que produce un inconfesado complejo de inferioridad. ¿Quién sino un conjunto de nulidades inseguras preferiría jugar en un patio trasero de masía que en un amplio espacio de alcance global? En sus sueños húmedos se ven como la Dinamarca del Sur cuando apenas forman una colla de barri.

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