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Opinión

Besos con lengua, pero catalana

Niños en una escuela.

El anuncio por parte del ministro Méndez Vigo acerca de que el gobierno va a revisar la inmersión lingüística en Cataluña ha puesto de los nervios a separatistas y socialistas. Algo tan normal como que el idioma del Estado no quede reducido al veinticinco por ciento de los contenidos les parece fatal. Ya saben, la República de todos, un país normal y sonrisas, muchas sonrisas. Pero en catalán.

“La escuela ha ayudado a construir una realidad nacional”

La ex consellera de Enseñanza Irene Rigau ha dicho de manera clara lo que opinan todos los separatistas. En TV3 ha declarado que la inmersión ha sido pieza clave de la nación catalana. Según Rigau, el PP y Ciudadanos compiten entre ellos a ver quién es más anti catalán, porque ir en contra de la omnipresencia en las aulas del idioma de Josep Pla, bilingüe de pro, es ir contra Cataluña.

Acompañada por Ernest Maragall, también ex conseller en materia educativa con los Tripartitos – qué pena, Ernest -, el discurso de ambos venía a decir que la inmersión había sido un modelo de éxito. Deberían recordar que, antes de la cosa nacionalera, el catalán gozaba de un setenta por ciento como lengua de uso habitual entre alumnos; a día de hoy, el catalán como lengua de relación entre chavales es de un veinticinco por ciento. En los patios escolares se habla más castellano. Vaya por Dios.

Que la consejería de Educación haya visto cómo se presentaban numerosas quejas contra sus decisiones, que el Tribunal Constitucional – sí, el mismo al que acuden Oriol Junqueras et altri cuando consideran que sus derechos están siendo vulnerados – haya dicho que hay que garantizar el derecho de los padres a escolarizar a sus hijos en la lengua que prefieran, que el español sea el idioma oficial en todo el Estado o futesas similares es algo que se la trae al pairo.

Hablar de modelo de éxito acerca de lo que no es más que una apropiación del ámbito escolar es cinismo

Hablar de modelo de éxito acerca de lo que no es más que una apropiación del ámbito escolar es cinismo. En Cataluña se lleva adoctrinando desde las escuelas públicas hace décadas. Desde la interpretación torticera de la historia de Cataluña a la recuperación de pretendidas o ridículas tradiciones, pasando por el idioma, para terminar con esa cultura progre blandengue que divide al mundo entre catalanes, cívicos, anti militaristas, anti policías y anti España y el resto, que somos unos fachas, todo ha sido una pura delicia. Y muy pedagógico.

La enseñanza en catalán, desterrando al castellano a la categoría de asignatura “María”, ha sido una manera sumamente eficaz, en tanto en cuanto que totalitaria de forma y aplicación, para crear generaciones de ignorantes, lobotomizados, dúctiles ante las consignas emanadas del poder nacionalista. La confusión creada ha sido tal que ahora personajes como Rigau puede muy bien tildar de anti catalán a todo aquel que se oponga a esa draconiana manera de entender la enseñanza, y cuela perfectamente. Todo lo que no sea el discurso oficial es anti catalán. A eso hemos llegado. Que haya dicho que el gobierno lo que pretende es utilizar políticamente la enseñanza sería de risa si no fuese por el tremendo daño que se ha hecho con centenares de miles de alumno, educados en una serie de mitos, de imposiciones, de fábulas que va a ser muy difícil de corregir.

Eso sí, los capitostes separatistas llevan siempre a sus hijos a colegios donde lo que se prima son los idiomas. El Colegio Alemán, el Liceo Francés, colegios en Suiza – Rahola, verbigracia -, en fin, lo que niegan a los hijos de los catalanes y catalanas. Porque los únicos que pueden exhibir un dominio de lenguas son los Jordi Pujol o Carles Puigdemont. Los currantes, con que sepan hablar catalán para que sus señoritos puedan pedirles que les limpien los lavabos o les hagan la comida, tienen más que suficiente. Qué menos, como señal de agradecimiento por el pan que, según estos sátrapas, les dan en esta tierra. Manda carallo.

Cuando hablar castellano es señal de rebeldía

Si Cervantes levantase la cabeza, se moriría de vergüenza. Esa Barcelona a la que calificó como archivo de la cortesía se ha convertido en capital de mezquinos sectarios, de provincianos resentidos, de férreos intolerantes, ajenos a nada que no sea su propio ombligo. En los centros públicos todo lo que no sea “pensar”, y no digo hablar, en catalán no tiene cabida. Si en mis tiempos mozos se hablaba de convertir cada mesa de periodista en un Vietnam, de lo que se ha tratado en estos años ha sido de hacer de cada escuela un lugar de adoctrinamiento alrededor del tótem nacionalista. La educación ha sido un instrumento clave en la ingeniería social del pujolismo, auxiliada por los siempre inefables sindicatos de enseñanza, léanse CCOO y UGT.

Sin dichos elementos jamás se habría llegado a donde estamos hoy. Algún día habrá que preguntarse, entre muchas cosas, qué pintan esos aparatos clientelistas subvencionado por nuestros impuestos que son las centrales sindicales. Auténticos viveros de aprovechados, epicentro de infinitas corruptelas y, al menos en mi tierra, seguidistas a macha martillo de las consignas nacionalistas, para lo único que han servido ha sido para ser el modus vivendi de una pléyade a la que eso de trabajar no parece apetecerles demasiado.

Las faltas de ortografía son tan tremendas que en las universidades no son pocos los profesores que aconsejan a sus alumnos la compra de libros de gramática básica (yo soy uno de ellos)

Sindicatos y escuelas, amén de periodistas y medios de comunicación, han auxiliado al nacionalismo en la consolidación de un modelo escolar que es un auténtico fracaso, en el que los críos acaban por no saber hablar ni escribir correctamente ni catalán ni castellano, en el que las faltas de ortografía son tan tremendas que en las universidades no son pocos los profesores que aconsejan a sus alumnos la compra de libros de gramática básica (yo soy uno de ellos). Todo esto, claro, no va tan solo en detrimento del conocimiento de los dos idiomas, sino también en el del inglés. Y así nos luce el pelo.

Porque el sistema jamás ha sido bilingüe, sépanlo en toda España. Ni lo quería Pujol ni lo han querido sus sucesores, socialistas incluidos, esos que ahora dicen que uy uy uy, de aplicar el 155 en materia de enseñanza nada de nada. Sus gallináceos miedos a no quedar mal, a no ser tildados de malos catalanes también han sido una extraordinaria muleta en la que se ha apoyado el andamiaje nacionalista. Baste recordar a Marta Mata, la que es considerada en el PSC como referencia pedagógica por excelencia, que era en materia de inmersión lingüística tanto o más radical que sus homónimas en el terreno convergente.

¿Tan difícil sería adoptar el modelo trilingüe español-inglés-catalán? ¿Es irrazonable que se impartan en inglés clases de matemáticas o en castellano clases de biología?

¿Tan difícil sería adoptar el modelo trilingüe español-inglés-catalán? ¿Es irrazonable que se impartan en inglés clases de matemáticas o en castellano clases de biología? Claro que lo es, y les digo por qué. No hay profesorado que tenga la formación suficiente en inglés para poder impartir esas materias en la lengua de Shakespeare. Mucho hablar de modelos de éxito y mucha barretina, pero algo tan imprescindible como sería disponer de profesionales de la enseñanza preparados para tal menester es poco menos que un sueño. En Cataluña eres profesor si tienes la titulación, y, of course, el nivel de catalán exigido por la Generalitat. Se acabó. De forma y manera que no hay ni maestros ni maestras preparados para dar clases de todo en inglés. Ni en castellano, si me apuran.

El atraso que padece el profesorado catalán en lenguas extranjeras, así como en las TIC, las tecnologías de la información, empieza a convertirse en un pesado lastre. Hasta ahora bastaba con saberse el calendario de fiestas como la Castanyada, Sant Jordi, la Diada de Catalunya o Sant Joan, hacer recoger a los chavales hojas secas para absurdos trabajos o emplear la plastilina, mucha plastilina, en manualidades horripilantes. Eso sí, todo en un catalán fabriano puro, ortodoxo, alejando localismos que tanto enriquecen a cualquier idioma. No se te ocurra decirle a uno de esos censores de la filología algo como “popar” en lugar de “mamar” – modismo típicamente leridano – porque te suspenden. Son talibanes hasta con los suyos. Ya decía yo cuando suprimieron el latín que esto iba a acabar mal.

Con lo sugerentes que son dos lenguas intimando de manera retozona. Frígidos.

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