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Opinión

Autorridiculizarse sin complejos

Captura de imagen de una de las parodias del programa Polònia de TV3

Reírse es sano. No sé si tanto como cuidar la ingesta de colesterol o hacer ejercicio treinta minutos al día mínimo, pero también tiene su qué. Después de cubrir las necesidades básicas de comida, vivienda, trabajo e higiene, para psicólogos, parece ser, el sentido del humor es un aspecto indiscutible para gozar de buena salud. Un método infalible para aumentar la autoestima y la capacidad de aceptación cuando uno convierte en anecdótico lo dramático de sí mismo. Proyectas humildad y resiliencia, en primera instancia, y hace a la sociedad un poquito más tolerante y humana, y menos susceptible.

La política, que parece monitorizar la opinión pública, nos tiene absorbidos en el día a día. Si a todo lo incómodo que es recibir a diario noticias sobre corrupción, intereses privados en dirigentes de empresas públicas, juicios largos y pesados, confrontación entre diferentes niveles de nacionalismos y otros sufrimientos de la democracia, le añadiéramos humor, habríamos encontrado la mejor vía para comprender toda esa complejidad. Sin embargo, parece difícil que un espacio de televisión reservado al humor tenga éxito en este país o, al menos, no abundan.

En las redes se insulta y se ataca al adversario, se silencian los errores de los tuyos y se fiscalizan los de los demás

No sé cuál fue el primer producto audiovisual que parodió sobre la clase política y el poder. Quizá fue Charles Chaplin con la genial comedia ‘El gran dictador’, en 1940, con la que consiguió que los espectadores se rieran con una tragedia, la Segunda Guerra Mundial. Y fue una forma más que elegante de denunciar el fascismo de Hitler y condenar sus crímenes. Si ponemos el foco en España, dejando de lado medios como El Mundo Today, y hacemos un breve repaso a la historia televisiva reciente, tuvimos en su día ‘Las noticias del guiñol’, inspirado en los guignols franceses; hemos tenido a ‘Caiga quien caiga’, que duró cuatro años en antena; o el ‘Mire usté’, un programa de sketch parodiando la política española que emitió solo ocho programas; o, ahora, el Gran Wyoming, que está en esa fina línea entre lo denominado ‘infoentretenimiento’ y un programa satírico. Solo este último parece haber esquivado esa mano negra que algunos llaman presiones políticas para seguir en antena. A excepción de los canales autonómicos.

De todas las cosas mal que se pueden hacer desde Cataluña, actúa como contrapeso la capacidad de los catalanes de reírse de sí mismos. Si no me creen basta con pensar en ‘Polònia’, un programa de la televisión pública catalana que ha mantenido altas cuotas de pantalla desde que se creó hace doce años, en febrero de 2006. Solo el nombre del programa, que ironiza con aquello de llamar despectivamente polacos a los catalanes, da una pista de su manera de 'autorridiculizarse' sin complejos.

El programa ha soportado quejas y menosprecios de políticos de todos los colores. Desde Mariano Rajoy y José Montilla a Jordi Pujol. Con todo, puede, ciertamente, que los políticos lleven peor que los ciudadanos de a pie el desgaste de la información diaria y su exposición las 24 horas a críticas, y necesiten recomponerse con una dosis de humor que les minimice el golpe de los ataques entre ellos. Es la mejor manera de ser injusto con todas las posiciones políticas.

Hay que desconfiar de los que no son capaces de reírse de sí mismos. Sus vidas serán más equilibradas, pero probablemente no tienen idea de cuáles son sus traumas

Al otro lado están las redes sociales, que no lo son todo, pero en ocasiones pueden ser un reflejo de la vida fuera de las pantallas. En esos microespacios, donde proliferaban cuentas de personas anónimas dispuestas a hacerte reír de la actualidad, hoy se está instalando la dinámica de normalizar la ofensa, sin una pizca de gracia. En mayor o menor medida, se insulta y se ataca al que crees el adversario, se silencian los errores de los tuyos y se fiscalizan los de los demás. Lo que podía ser un lugar donde merodear tras aflojar el pantalón y descalzar los tacones al llegar a casa, ahora vuelan mensajes que difunden enfados.

El sentido del humor es madurez y es, sobre todo, inteligencia. Esa provocación de relativizar lo más serio, quizá despierte aversión en alguna mente mesurada que crea que nos infantiliza el pretender tomar las cosas importantes de la vida de un modo socarrón. Yo, en cambio, soy de desconfiar de esas personas que no son capaces de reírse de sí mismas. Sus vidas serán un pelín más equilibradas que la tuya, pero probablemente no tengan ni idea de cuáles son sus defectos ni traumas.

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