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Opinión

Rivera, sangre caliente

El presidente de Ciudadanos Albert Rivera.

Me estrené en esta tribuna hace unos meses hablando de que, al igual que las bodas, en política los divorcios también necesitan fotos. Y la más que segura ruptura de Ciudadanos con el Partido Popular no iba a ser menos. Con un ‘aprovechategui’ mediante, Albert Rivera ha entonado el “hasta aquí” para marcar diferencias, que ser campeón demoscópico obliga a abrirse hueco, aunque sea a codazos.

Hay que admitir que el líder de Ciudadanos ha buscado un asunto a estas alturas sin ninguna efectividad y que, encima, puede resaltar su imagen de político resolutivo. Porque los del 155 han sido, realmente, PP y PSOE, que negociaron letra a letra su aplicación en Cataluña, sin que en el acta de las reuniones discretas en La Moncloa entre los equipos de Soraya Sáenz de Santamaría y Carmen Calvo haya figurado nunca alguien de Ciudadanos. Por eso, antes de empezar con las críticas, conviene elogiar que pese a estar radicalmente a favor de entrar con los tanques en la tele autonómica (independentista, diría yo), no han hecho sangre con el detalle, que fue una de las imposiciones socialistas.

Ha llegado el momento de guardar el artículo 155 en el desván hasta mejor ocasión, y Rivera se hace una foto de divorcio que, en realidad, no es para tanto. Porque lo realmente importante en estas fechas no es que Cataluña sea capaz, de una vez por todas, de tener un presidente y un gobierno dispuestos a cumplir con la ley (Torra ofrece muchas dudas), sino si Rajoy consigue sacar adelante los Presupuestos. Si Rivera clamaba venganza por lo de “aprovechategui”, el territorio ideal eran los Presupuestos, ahí sí que habría hecho verdadero daño.

Han sido PP y PSOE los que negociaron la aplicación del 155, sin que en el acta de las reuniones entre los equipos de Sáenz de Santamaría y Carmen Calvo haya figurado nunca alguien de Ciudadanos"

En Ciudadanos siguen pensando que su victoria en Cataluña obedece a ser el partido que más cerca se coloca de una postura firme contra los independentistas, o que al menos así lo percibe la gente. Atrás quedan las críticas internas contra Inés Arrimadas, a quien consideraban en círculos madrileños de su propio partido como una nueva “nacionalista” abducida. Así que el “exceso” de Rajoy en la tribuna de oradores les ha venido como anillo al dedo. Y le dejan plantado por blandito, por no tener a todos los independentistas desfilando por la Rambla.

Más curiosa es la fórmula escogida. De Rivera y su gente sabíamos que imponían ultimátums, si les pillaba de buenas los convertían en exigencias, pero nada de propuestas o reflexiones. Solo imposiciones. De ellas están llenas sus relaciones con el PSOE y con el PP allá donde estos necesitan de sus votos. Pero en este caso ha sido distinto, porque lejos de avisar varias veces antes de mandar el toro a los corrales, como se suele hacer, Rivera dice que ya había lanzado suficientes señales a Rajoy como para que entendiera que no estaba contento con él en el asunto de Cataluña. Enviar señales, un nuevo método. Le ha molestado especialmente que los cinco escaños del PNV para los Presupuestos hayan valido para debatir mientras que él hace ya tiempo que no degusta el menú de Moncloa.

Pero no son solo celos, o un rebote magistral por sentirse insultado y ninguneado. Es el precio que tiene que pagar Rivera por salir tan alto en las encuestas. El liderazgo demoscópico tiene su precio, salvo que tengas la sangre lo suficientemente fría. Y en Ciudadanos la temperatura suele ser alta.

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