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Ciencia

Los ‘vampiros’ de Silicon Valley

Así están intentando las grandes fortunas tecnológicas comprarse la eterna juventud.

Gavin Belson, CEO de una gran empresa tecnológica de California, asiste a una reunión acompañado de un chico joven que se sienta junto a él y al que se conecta mediante una máquina. “Este es Bryce, mi socio de transfusión”, le presenta, y a continuación explica que están practicando la parabiosis, “el intercambio regular de sangre de un donante más joven y sano para retrasar de manera significativa el proceso de envejecimiento”. La escena no es real, forma parte “Silicon Valley”, una serie de HBO que retrata mordazmente las excentricidades de estos supermillonarios y plantea un escenario que podría no estar tan lejos de la realidad. De hecho, algunos de ellos, como el cofundador de PayPal Peter Thiel, han expresado públicamente su interés en la técnica y hay quien asegura que la están poniendo en práctica.

A cambio de unos 8.000 dólares, Ambrosia inyecta a sus clientes un litro y medio de sangre joven

Más allá de la ficción, ya han surgido en California al menos dos compañías que investigan las posibilidades de rejuvenecer a sus clientes con transfusiones. Una de ellas es Ambrosia, con sede en Monterrey, que a cambio de unos 8.000 dólares inyecta a sus clientes un litro y medio de sangre joven para analizar después los biomarcadores en busca de mejoras medibles. Ya lo han hecho con más de 600 personas, a pesar de que este tipo de ensayos clínicos de pago han sido muy cuestionados. La otra empresa es Alkahest, fundada por el investigador de Stanford Tony Wyss-Coray, quien descubrió en 2014 que al poner sangre joven en un ratón más viejo producían mejoras significativas en sus músculos, corazón y cerebro. Su intención ahora es estudiar el plasma en busca de los componentes clave que le permitan fabricar un cóctel que frene enfermedades como el alzhéimer. El asunto suena tan apetecible que la multinacional española Grifols, líder mundial en la comercialización de plasma, ha comprado el 45% de la compañía a cambio de 37,5 millones de dólares.

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El auge de estos proyectos forma parte de la fiebre inversora de las grandes fortunas tecnológicas en investigaciones antienvejecimiento. Como apuntaban en un artículo reciente en The New Yorker, es como si los Médici, en vez de pagar para ser inmortales a través del arte, estuvieran invirtiendo en ciencia para alargar sus vidas. “Están surgiendo empresas como champiñones, y recauden grandes cantidades de dinero”, asegura Alejandro Ocampo, quien investiga en el equipo pionero de Juan Carlos Izpisúa en el Instituto Salk. En este ambiente, los científicos punteros como ellos se han convertido en objeto de deseo de estos millonarios “dispuestos a lo que sea por vivir más”, que organizan fiestas y tratan de obtener información sobre futuras estrategias. “Si tienes algo relativamente serio y tienes tu reputación, no sería demasiado difícil conseguir financiación”, explica Ocampo. “Aquí han aparecido varias veces personas que tienen dinero, han leído tu artículo y están dispuestas a invertir. Eso sí, cuando les explicas un poco más, y les bajas a la parte realista, su efusividad ya no es tanta porque ven que no se lo van a poder inyectar al día siguiente”.

Los nuevos Médici están invirtiendo en ciencia para alargar sus vidas

La lista de millonarios entusiasmados con la extensión de la vida es larga. Larry Ellison, cofundador de Oracle, ha invertido más de 300 millones de dólares en estas compañías, Sergey Brin y Larry Page, cofundadores de Google, crearon hace dos años la empresa Calico, con alrededor de 1.500 millones de dólares para investigar en la materia (aunque nadie sabe muy bien qué están haciendo), y proliferan conglomerados como la Fundación Matusalén o el Fondo para la Longevidad dispuestos a inyectar dinero en empresas de biotecnología que abren nuevos campos de investigación. “El gran empuje de todo ha sido la cantidad de dinero que han generado las tecnológicas”, precisa Ocampo. “Han generado tal cantidad de millones que sus dueños ven que pueden acceder y comprar todo lo que quieran menos el tiempo: lo único que no pueden comprar es la vida”.

Un abanico de estrategias

El equipo de Ocampo trabaja en uno de los terrenos más prometedores contra el envejecimiento. De momento, su grupo ha conseguido que los ratones vivan un 30 por ciento más mediante reprogramación celular. “Cada semana les dábamos una pequeña dosis de esos factores de reprogramación y conseguimos que vivieran más”, detalla a Next. Lo que hacen es modular químicamente las instrucciones para empaquetar el ADN, el llamado epigenoma, y llevar a las células a un estadio anterior, como si estuvieran menos “gastadas”. “Nosotros pensamos que el envejecimiento es un programa epigenético”, explica. “Cuando eres joven tienes un epigenoma y cuando eres viejo tienes otro, y pensamos que modificando el programa podrías volver a un estadio juvenil. Es como un ordenador: si tienes Windows, cuando lo acabas de instalar está todo perfecto y funciona muy bien. Pero según lo vas usando e instalando programas se va corrompiendo”.

“Hay gente aquí en las tecnológicas de California, que un día a la semana no comen nada”

Si Izpisúa y sus colaboradores encontraran la manera de introducir unas enzimas que cambiaran la expresión de las células, esta podría ser en el futuro una vía de alargar la vida y evitar enfermedades asociadas a la vejez. Pero no es la única estrategia para combatir este fenómeno. Una de las hipótesis más de moda es la de la restricción calórica, según la cual comer menos alarga la vida, algo que también se ha visto en modelos animales. Esto ha llevado a crear una moda alimentaria que ya se conoce como “la dieta de Silicon Valley”. “Hay gente aquí en las tecnológicas de California, que un día a la semana no comen nada”, cuenta Ocampo. Paralelamente han surgido empresas que se están haciendo ricas vendiendo suplementos vitamínicos para esos días en que la gente ayuna. Al tiempo que hay empresas que buscan una molécula que tenga los mismos efectos que la restricción calórica, como la famosa rapamicina, un inminosupresor que se usa para evitar el rechazo en trasplantes y que ahora es una de las estrellas del antienvejecimiento. “Se ha visto que en ratones extiende la vida y en primates mejora la incidencia de enfermedades”, explica Ocampo. “Y se están empezando a hacer ensayos en humanos”. Pero mientras tanto ya hay quien la toma por su cuenta. “Yo conozco gente de Silicon Valley que se la toma todos los días”, revela.

Otra de las vías más prometedoras es la de intentar alargar la vida de los telómeros, los extremos de los cromosomas que se van gastando a medida que envejecemos. La empresa Life Length que comercializa en 35 países una sistema para medir la longitud de los telómeros desarrollado originalmente por el equipo de María Blasco, actual directora del CNIO. Su equipo también diseñó la estrategia para introducir un virus con la enzima telomerasa que alarga la vida en ratones y que está siendo probada, de manera independiente y al margen de todas las reglas clínicas y éticas por una emprendedora llamada Liz Parrish. Esta mujer, CEO de una empresa llamada BioViva, se está tratando a sí misma con una terapia génica basada en la enzima telomerasa y en la inhibición de una proteína llamada miostatina, que controla el crecimiento del tejido muscular. Nadie en la comunidad científica la toma demandado en serio, pero su aventura no carece de interés.

Otras empresas intentan centrar sus esfuerzos en la obtención de información. Es el caso de Human Longevity, liderada por el prestigioso Craig Venter, quien está analizando el ADN de miles de personas con vistas a comercializar esos datos. Las prácticas para obtener esos permisos han sido cuestionadas, puesto que se dirigen a gente que ha sido diagnosticada con cáncer en los hospitales y les ofrecen una secuenciación gratis bajo la esperanza de que quizá se encuentre algo para ellos. Un sistema que quizá explota la desesperación. Uno de sus servicios estrella se llama Health Nucleus y es un estudio personalizado de más de 8 horas de análisis, en los que la persona se somete a todo tipo de pruebas, escáneres y la secuenciación de su gemoma a cambio de 25.000 dólares. Hay quien ha alertado de los peligros de estas práctica, que pueden diagnosticar más enfermedades o problemas de los que realmente se van a desarrollar.

El dueño de Amazon, el multimillonario Jeff Bezos, también ha invertido sumas enormes de dinero en compañías que investigan contra el envejecimiento, primero en Juno Therapeutics en 2014 y ahora en una empresa llamada Unity Biotechnology, que ha recaudado 116 millones de dólares en busca de una estrategia para eliminar las células senescentes. La senescencia es un estado al que la célula se autoinduce cuando detecta un daño como por ejemplo un tumor, pero la acumulación de células senescentes puede ser una de las causas del envejecimiento y las enfermedades asociadas a él. “Unity ha demostrado en modelos animales que eliminar selectivamente las células senescentes revierte y previene una amplia variedad de enfermedades, desde la osteoartritis, a la aterosclerosis y enfermedades del ojo y del riñón”, aseguran sus responsables.

Uno de los científicos pioneros en este campo es el español Manuel Serrano, quien ahora trabaja en el IRB Barcelona y ha fundado la empresa Senolytic Therapeutics. Para intentar desarrollar un fármaco que elimine las células senescentes que se acumulan en los tejidos dañados y que ya han probado en ratones. “En ratones hay pruebas de que se mejoran muchas enfermedades como la fibrosis pulmonar, la esclerosis o la artritis”, explica Serrano a Next. “Si esto ocurriese en humanos, aunque fuera la mitad de la mitad, ya sería la bomba”. Su enfoque se basa en encontrar nuevas moléculas dentro del grupo de los llamados senolíticos, con capacidad para inducir la muerte celular (apoptosis) en las células senescentes y sacarlas de nuestro organismo. “En una persona envejecida llega un momento en que se acumulan las células dañadas pero no reparadas, y son las que producen la patología y los síntomas”. Los inversores de su empresa spin-off, también millonarios interesados en este tipo de terapias, les han dado un plazo de tres años para llegar a un ensayo clínico.

¿Osados o visionarios?

Tres años para llegar a un ensayo clínico parece un plazo demasiado corto para hacer grandes avances, pero esta es la manera en que funcionan estas inversiones, guiadas por la mentalidad que procede del mundo de la tecnología. Para Alejandro Ocampo, estos grandes inversores pecan de ingenuidad al pensar que la biología es tan sencilla como la programación. “Para ellos es muy atractivo pensar que esto es un código, y que esto es como un ordenador, porque ellos son expertos en software”, explica. “Vienen con sus millones y con su saber hacer de tecnología y se creen que la biología es igual de sencilla, ‘no pasa nada, esto lo reprogramamos’. Pero la biología no funciona así. Al final la ciencia tiene su ritmo y por mucho que la quieras acelerar no se puede correr más”. El propio Manuel Serrano admite este tipo de nuevos inversores a menudo no son conscientes de la complejidad de la biología. “Quizá sobrestiman el nivel de conocimiento y de control que tenemos, piensan de una manera muy mecanicista y electrónica”, asegura. “A veces te preguntan cómo es posible que se pueda ir a la Luna pero no se pueda curar el cáncer. Y eso es porque no son científicos y no son conscientes de todo lo que no sabemos”.

Estos grandes inversores pecan de ingenuidad al pensar que la biología es tan sencilla como la programación

A pesar de todo, al investigador español le parece estupendo que haya una “burbuja” de inversiones en el terreno del antienvejecimiento. “Menos mal que ha llegado al imaginario de la gente rica que el envejecimiento es una condición que se puede tratar”, asegura. “Empezamos a tener resultados espectaculares en ratones y me parece que hay una base científica suficiente para ser optimista. Yo si fuera rico también invertiría mi dinero en esto”, sentencia. Para Serrano, cometemos el error de mirar con desprecio, a veces con sorna, a las élites educadas de Estados Unidos, cuando tienen mucha más cultura científica que los de aquí. “¿En qué gastan su dinero los ricos españoles?”, se pregunta. “Estos millonarios americanos leen papers, se van a cenar con científicos, van a conferencias… No es gente naif ni ingenua”.

“Hay una base científica suficiente para ser optimista. Yo si fuera rico también invertiría en esto”

Ocampo también celebra que proliferen las inversiones en este tipo de proyectos, aunque muchos quedarán en nada y algunos aprovechados sacarán tajada con terapias sin fundamento científico. También cree que en la fiebre por buscar el alargamiento de la vida hay, en ocasiones, cierto punto de narcisismo. “Cuando tú conoces a una persona así, te das cuenta de que algunos quieren vivir para siempre porque se creen mejor que los demás, que el mundo necesita que vivan para siempre”, asegura. “Lo ves muy claramente, y se enfadan cuando les dicen que no va a ser posible, porque ellos han alcanzado todo lo que en nuestras sociedades se considera como éxito; tener una compañía que usa millones de personas y tener millones de dólares. Es como querer ser dios”. Serrano, por su parte, cree que hace falta gente visionaria, gente valiente e impaciente, que crea en estas cosas y tire del carro. “A mí la impaciencia de los americanos me encanta y me desespero con la paciencia que tenemos muchas veces en Europa”, asegura. Y coincide con Ocampo en que no cree que estos millonarios hagan estas cosas por dinero. “Ellos tienen dinero de sobra, lo hacen porque quieren ‘marcar la diferencia’”, concluye. “Y bueno, puedes decir que es por vanidad , pero no deja de ser loable que alguien que lo tiene todo resuelto quiera cambiar las cosas a mejor”.

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