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Ciencia

¿Hacia una pandemia “permanente”?

Cuando el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunció el pasado fin de semana su intención de declarar un estado de alarma en España con posibilidad de prórroga hasta el mes de mayo, a muchos ciudadanos les pareció un plazo disparatado e inasumible. Y no es de extrañar, porque desde el principio no se ha explicado el alcance de esta situación y se ha actuado pensando solo en el corto y medio plazo. De hecho, con la promesa de una vacuna a final de año se ha “vendido” la falsa esperanza de que la normalidad estaba a la vuelta de la esquina. Pero, según los especialistas, es hora de cambiar de mentalidad y empezar a actuar pensando en el nuevo escenario, el de una enfermedad que nos va a someter a un estrés permanente en sucesivas oleadas y en el que la ansiada inmunidad de grupo tardará en llegar, incluso cuando lleguen las vacunas.

“Hay una tormenta perfecta para que este virus se quede con nosotros y eso es muy mala noticia”, asegura a Vozpópuli el epidemiólogo Javier del Águila. “Este virus tiene la capacidad de circulación de la gripe y transmisión asintomática, y con eso está todo dicho”. “Esto es como una carrera de gran fondo, que va realmente para largo”, coincide Joan Caylá, portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). "Es previsible que haya ondas epidémicas recurrentes en el tiempo y que teóricamente cada vez serían de menor intensidad”, añade, “pero solo si tomamos las medidas adecuadas”. Para el epidemiólogo Adrián Aguinalde, director del Observatorio de la Salud Pública de Cantabria (OSPC) que el virus se vuelva estacional también es “un escenario plausible”, pero ello “no tiene que conllevar que baje su intensidad, ni siquiera que su impacto asistencial y demográfico baje a cero”. En otras palabras, explica, “es altamente probable que, más allá de la tercera ola pandémica, el virus mantenga su presencia y que se vuelvan a registrar aceleraciones de la transmisión” a lo largo del tiempo.

“Hay una tormenta perfecta para que este virus se quede con nosotros”

Durante la primera ola de la pandemia, el epidemiólogo Jacobo Mendioroz, hizo un cálculo de servilleta sobre uno de los posibles escenarios. Si la primera embestida, de acuerdo con el estudio serológico nacional (ENE-COVID), había dejado un 7 por ciento de inmunidad en marzo y abril, y necesitamos llegar a un 60-70% de inmunidad para alcanzar una protección de grupo, calculó, significaba que nos quedaban 10 o 12 olas para llegar a una inmunidad más o menos generalizada. “Eso son fácilmente tres años, y en ese tiempo podríamos haber perdido la inmunidad, con lo cual esto no se acabaría nunca”. Después de todo lo que hemos aprendido estos meses, no estamos en ese escenario catastrófico, pero sí tenemos elementos para pensar en que el coronavirus tendrá un comportamiento estacional y duradero, que nos azotará en invierno con altos niveles de ingresos hospitalarios y bajará un poco en verano. “Si la pandemia fuera un coche, en verano avanzaría por una pista de barro y en invierno iría por una autopista”, señala. “Parece que el frío y la humedad, y el hecho de que estemos en espacios interiores, le benefician”.

El problema es que esta pandemia mundial tiene características que la diferencias de las anteriores. La gripe de 1918, por ejemplo, golpeó a la humanidad con fuerza durante un año y después fue sustituida por otra cepa más benigna. La tasa de mutación del SARS-CoV-2 es mucho más lenta y diferente de la gripe y quizá tenga consecuencias igual de devastadoras por efecto desgaste. “Todos asumen que este virus se habrá ido en un par de meses o incluso en un año, basándose en las experiencias anteriores (de gripe, SARS o MERS) que desaparecieron, pero este virus tiene todas las papeletas para quedarse”, recalca Javier del Águila. Utilizando una metáfora ciclista, mientras la gripe del 18 sería un escalador capaz de hacer ataques muy duros puntuales, el coronavirus sería el típico pedaleador incansable que derrota a sus rivales por agotamiento; un Miguel Indurain de las pandemias. “La comparación ciclista es buena”, asegura el doctor Caylá. “Este virus nos puede agotar con sucesivas curvas, es como subir el Stelvio diez veces”.

“El problema es que el virus corre más que algunos políticos”

A juicio del portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología, la comunicación sobre la pandemia ha fallado por parte de los poderes públicos y la visión cortoplacista de cara al verano nos ha traído hasta un escenario en el que “puede que el toque de queda no sea suficiente y acabemos en un nuevo confinamiento”. E incluso después, si no hacemos las inversiones necesarias y jugamos a “salvar las Navidades” por motivos electorales o económicos, estaríamos contribuyendo a la dinámica perversa del virus, con subidas y bajadas entre los momentos de tensión del sistema y relajación de las medidas. “El problema es que el virus corre más que algunos políticos”, afirma Caylá. “Hay que hacer una inversión rentable, invertir en salud y pensar a largo plazo, porque no arreglamos nada si vamos dando tumbos y discutimos si el estado de alarma tiene durar tres meses o tres años”.

La promesa de la vacuna

Desde el principio de la pandemia la posibilidad del desarrollo rápido de una o varias vacunas contra el coronavirus ha introducido un factor de esperanza en el horizonte, pero los expertos coinciden en que no hay ninguna certeza de que vayan a funcionar inmediatamente y de que, incluso en el caso de que funcionen, la inmunidad grupal tardará en ser alcanzada. “Para que la vacuna tenga un impacto quedan muchísimo más de dos años”, asegura Javier del Águila. “En primer lugar, por encontrar una vacuna primero tienes que conseguir que sirva, y luego hay que ver para qué sirve, porque puede servir para evitar enfermedad grave, para evitar contagiar pero no contagiarse, puede ser duradera, pasajera, pueden ser mil cosas… Y luego el día que realmente tengamos una buena, la capacidad de producción a escala masiva va a ser un gran desafío”.

A todo esto hay que sumarle lo que apuntaba un reciente estudio en la revista Science en el que se predice que las propias las dinámicas de dispersión del virus podrían ser un serio problema para conseguir una inmunidad de grupo suficiente con las vacunas. “Incluso si existieran unas pocas regiones con una proporción suficiente de individuos susceptibles para apoyar la transmisión del virus, el SARS-CoV-2 puede continuar circulando en humanos”, advierten los autores. Es decir, que aunque vayamos consiguiendo inmunidad en algunos lugares, si quedan zonas de circulación del virus el proceso será, cuando menos, mucho más lento.

El efecto acumulado de las medidas que tomemos atemperará la escala de las siguientes olas de coronavirus

“Desconocemos aún si las primeras vacunas que se comercialicen conseguirán o no evitar la infección o disminuir la gravedad de la enfermedad, y evitar infectarse o disminuir la transmisibilidad”, reconoce Adrián Aguinalde. En cualquier caso cree que el efecto acumulado de las medidas que tomemos, junto a vacunas y tratamientos, atemperará la escala de las siguientes olas de coronavirus. ¿Cuántas serán y qué nivel de desgaste producirán en los sistemas sanitarios? Todavía es pronto para saberlo, pero está bastante claro que nos queda una larga temporada de llevar mascarillas y tomar medidas de protección. Para el doctor Caylá, incluso cuando tengamos la vacuna puede pasar como sucede ahora con el sarampión, “que llevamos 40 años de vacunas, pero nos sigue pasando que si llega un caso importado aún puede generar algún pequeño brote entre gente que no estaba vacunada o inmunizada”. El secreto está, en cualquier caso, en hacer las cosas bien a partir de ahora y prepararse para un montón de pequeñas batallas dentro de una guerra agotadora y duradera.

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