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Ciencia

Las últimas flores de “nomevés”, un tesoro botánico que se desvanece

Es la única superviviente de su especie y su género, una rareza botánica a punto de desaparecer. Así sobrevive la planta más amenazada de España.

A la izquierda, el reducto de nomevés en Madrid. A la derecha, la flor de la planta. Pablo Vargas

Los ciclistas que pedalean por un camino de tierra en los alrededores de la localidad madrileña de Cadalso de los Vidrios ignoran que están pasando junto a uno de los mayores tesoros ecológicos de nuestro país. Allí, a la sombra de unos pinos, hay una pequeña parcela vallada que protege una de las dos únicas poblaciones conocidas de “nomevés” (Gyrocaryum oppositifolium), una planta única en su especie y su género, separada de sus ancestros hace 27 millones de años, la más amenazada de la flora ibérica en este momento.

“Qué buen nombre le habéis puesto, ¿dónde está?”, preguntó uno de los botánicos que acompañó a Pablo Vargas en la última visita al lugar para confirmar que las plantas siguen vivas y están recién florecidas. En la mañana del pasado 6 de mayo, este investigador del Real Jardín Botánico que lleva años estudiando y supervisando esta población madrileña de la planta, llevó a un grupo de colegas hasta el lugar para enseñarles este cercado de apenas dos metros cuadrados. Para su sorpresa, las plantas habían germinado más fuera del recinto que dentro, porque los líquenes y musgos se habían hecho los dueños del terreno. 

“La “nomevés” se parece mucho a la “nomeolvides”, que está allí viviendo junto con ellos”, explica Vargas a Vozpópuli. “Y al principio todo el mundo identificaba la que no era, hasta que uno dio con ellas. Todos coincidieron en que el nombre estaba bien puesto, porque pasas por encima y no la ves”. Unos días después, el investigador anunció en las redes sociales: “¡Sigue vivo!”. Y añadía: “Esta es la planta más importante en la conservación vegetal de España. Pero no está oficialmente protegida ¿Hasta cuándo?”.

Una planta muy esquiva

Esta pequeña planta es tan escurridiza que su propio descubrimiento fue hasta cierto punto casual. Una mañana de 1982, durante una salida rutinaria por la localidad de Constantina, en Sevilla, al catedrático y taxonomista Benito Valdés le llamó la atención su florecilla azul y su tallo con rasgos muy particulares.

“Al principio me pareció un “nomeolvides”, pero vi que era una planta distinta”, recuerda Benito Valdés

“Lo recuerdo perfectamente”, asegura cuarenta años después. “Yo soy especialista en la familia a la que pertenece esta planta. Al principio me pareció un “nomeolvides”, pero vi que era una planta distinta a lo que se conocía: tenía las hojas opuestas, que ocurre muy pocas veces en las Borragináceas, y los frutos, que son muy chiquititos, llevaban un anillo que tampoco es normal en la familia”. 

Aquellas dos características - y la comparación minuciosa con lo que había en otros herbarios europeos - le llevaron a describir la nueva especie en una prestigiosa revista alemana. “Y le puse de nombre Gyrocaryum (de la raíz griega latinizada Gyros quiere decir anillo y Caryon, fruto) y oppositifolium, que alude al carácter de hojas opuestas”, señala. Se trata de una planta pequeñita, que no llega a un palmo o unos 25 centímetros, según el investigador. “Es muy vistosa, porque las flores, aunque son pequeñas, son azules y se ven muy bien”, subraya. “Pero como es una planta anual, es fugaz y efímera”.

Se trata de una planta anual, fugaz y efímera. Encontrarla es casi un milagro

Esta naturaleza anual, que hace que germine y florezca solo unos cuantos días al año, hace que la posibilidad de localizarla sea muy remota. De hecho, haciendo honor al nombre que le pusieron después por su parecido al nomeolvides, en la misma población de Sevilla donde Valdés la localizó, nunca han vuelto a hallarse los “nomevés”.  “Es una casualidad que pase un botánico experto que lo pueda identificar, y no lo confunda”, afirma. “Yo mismo, si llego a pasar por allí dos meses después, o dos meses antes, no la veo. Y los que después la han encontrado, como el mismo Pablo Vargas, lo han hecho casi de casualidad”.

Menos de mil individuos

Unas décadas después del descubrimiento de aquella planta tan especial, un equipo de botánicos identificó otra población cerca de Ponferrada, en León, y más adelante se identificó el pequeño reducto que sobrevive en Cadalso de los Vidrios. Hasta ahora son las únicas poblaciones, aunque - como señala Valdés - no es descartable que haya otras que no se hayan identificado, en especial en terrenos arenosos de la zona occidental de la península.

Sin embargo, entre los 300 individuos que quedan en León y los alrededor de 400 de Madrid, no suman ni un millar de ellas, lo que la convierte en la planta más amenazada de España, más incluso que el lince ibérico y con un mayor valor específico, según los expertos, si consideramos que la especie lleva 27 millones de años aislada, es única en su género y ha sobrevivido a varias glaciaciones. 

Una flor de nomevés analizada en el RJB |Cortesía de Pablo Vargas

Nomevés, no me toques

“Nosotros llegamos a esta planta en el año 2003, un año antes se localizó en el Bierzo”, recuerda Carmen Acedo, investigadora de la Universidad de León que lleva años preocupada por su estudio y conservación. “Es una población pequeña y no tenemos la certeza de que tengamos bien delimitada la zona en la que está”, apunta. “Te tienes que tropezar con ella, es un área pequeña de unos metros y con pocos individuos”.

“Nosotros ni nos acercamos, para no alterar el suelo”, dice Carmen Acedo

En el caso de esta población, que quedó dividida históricamente por la línea de tren de Madrid-Galicia, no se ha instalado ninguna valla protectora. “Nosotros ni nos acercamos, para no alterar el suelo”, explica Acedo. “Lo que sí hemos hecho es visitar y desde puntos de seguridad periféricos tratar de observar que está en buenas condiciones”. Es por eso que barajan pedir ayuda para conseguir un dron que les permita hacer el recuento y la observación sin riesgo de acabar con los últimos ejemplares de la planta.

Como en el caso de Madrid, la supervivencia de este grupo pende de un hilo. Podría llegar una manada de jabalís y acabar con ellas en unas horas, o el lugar podría llenarse de curiosos que, al pisotear el terreno, impidieran la germinación de las semillas. “Otras plantas le van ganando terreno y podrían colonizar el sitio donde viven”, enumera la especialista. “Y un problema puede ser el cambio climático; si no llueve lo suficiente, si hay más olas de calor… Podría desaparecer en cualquier momento”.

Un grupo de botánicos en una de sus salidas |Cortesía de Pablo Vargas

Biodiversidad que se desvanece

En el año 2011, Pablo Vargas y otros investigadores hicieron uno de los estudios más completos de la planta, conservaron semillas para el banco de germoplasma del Real Jardín Botánico y lograron germinar varias plantas en el invernadero para analizarlas con más detalle. De las 52 semillas sembradas, el 48% germinaron transcurridas cuatro semanas, una tasa bastarte exitosa. 

“Trajimos arena del sitio, las hicimos germinar y vimos que las que florecieron, sin hacer nada, se fecundaban a sí mismas”, recuerda Vargas. “Eso seguro que las ha salvado de desaparecer, junto con lo que vimos al estudiar partes del genoma, que tienen una diversidad genética media-alta y no tienen un problema de viabilidad por endogamia”.  

Fue por entonces, dentro del Proyecto Cero de conservación de especies de plantas amenazadas, cuando se les ocurrió bautizarla como “nomevés” y hasta publicaron un cómic para concienciar sobre los peligros que la acechan. Desde entonces, Vargas y otros especialistas luchan por convertir esta planta tan especial en un símbolo sobre la importancia de proteger la biodiversidad y las decenas de especies que desaparecen, a veces incluso sin llegar a ser identificadas.

Un detalle del cómic sobre la conservación del nomevés |J. García Roldán

Patrimonio sin proteger

Aunque el ser humano no es el causante del declive progresivo de esta planta, nuestra dejadez puede contribuir a que se pierda para siempre este tesoro ecológico. De hecho, los botánicos se ven tan atados de pies y manos que sienten que la planta se desvanece entre sus dedos, que está condenada a desparecer en un futuro no muy lejano.

Nuestra dejadez puede contribuir a que se pierda para siempre este tesoro ecológico

Como manifestaba en su tuit, la gran lucha de Pablo Vargas en este punto es conseguir que la Comunidad de Madrid la incluya en el catálogo regional, lo que le otorgaría cierta protección, como ha pasado en Castilla y León con las plantas de Ponferrada. “Recientemente la administración nos ha contactado en la Universidad de León porque están interesados en hacer algo”, señala Carmen Acedo, quien adelanta en exclusiva a Vozpópuli que están comenzando movimientos para que la planta sea incluida en el catálogo nacional, para conseguir que se movilicen más recursos para conservarla. 

“Es una planta muy rara, es un linaje antiquísimo, no hay ningún pariente próximo viviente en la actualidad, y hablamos de escalas geológicas”, señala Acedo. “Yo lo que siento es mucha frustración”, añade Vargas. “Tenemos un patrimonio histórico y natural y lo estamos dejando que se pierda. Estas plantas son joyas de la conservación”. 

Para su descubridor, Benito Valdés, perder una especie y un género como estos sería como perder una obra de arte o una catedral. “Sería una pena que en nuestra generación se perdiera algo tan valioso como esto”, sentencia. “Todo depende de lo que pase en el futuro y cómo alteremos su medio ambiente. Desde luego, no lo tiene fácil”.

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