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Ciencia

¿Son nuestras preferencias musicales biológicas o aprendidas?

¿Son nuestras preferencias musicales biológicas o aprendidas?

Si hay algo que distingue a todas las culturas de la Tierra es nuestro amor por la música. Los seres humanos tenemos gusto por los patrones repetitivos y hemos creado todo tipo de expresiones culturales a partir del sonido, pero ¿tenemos todos las mismas preferencias en cuanto a los sonidos consonantes y disonantes? La discusión sobre si el gusto por los sonidos consonantes es biológica o cultural viene de largo y hay pruebas para apoyar la tesis de cualquiera de los dos bandos. Por un lado, la disposición de nuestras células receptoras en el oído hace que determinadas frecuencias nos resulten desagradables, algo que se ha visto en bebés de pocos días y en distintas especies animales. De otro, hay pruebas bastante sólidas de que la apreciación de la música tiene mucho de cultural. En 1958, por ejemplo, las emisoras de radio de Estados Unidos censuraron el tema instrumental de Link Wray "Rumble" porque consideraban que aquellas "insoportables" disonancias de la guitarra incitaban a la violencia, cuando hoy es un sonido que nos parece perfectamente armónico.

Los autores comprobaron las preferencias musicales de 64 miembros de la tribu de los Tsimane

Para intentar comprender mejor el origen de esta distinción entre lo que nos parece disonante y lo que no, Josh McDermott ha realizado un interesante experimento cuyo resultado se publica este miércoles en la revista Nature. Él y su equipo se desplazaron al Amazonas y allí comprobaron las preferencias musicales de 64 miembros de la tribu de los Tsimane. "Nos desplazamos a Bolivia e hicimos un experimento con los miembros de una tribu que viven en aldeas muy apartadas, no tienen electricidad y están bastante aislados de la cultura occidental", explica McDermott a Next. A cada uno de los participantes se les presentó una serie de sonidos mediante auriculares y se les pidió que valoraran hasta qué punto les resultaban agradables o desagradables en una escala de cuatro puntos. Para su sorpresa, los tsimane valoraron los sonidos disonantes y consonantes como igualmente placenteros, mientras que en la misma prueba ciudadanos de Bolivia o EEUU daban valoraciones diferentes.

Dos de los sonidos emitidos durante las pruebas. El primero es consonante y el segundo disonante.

"Para confirmar que habían entendido las instrucciones correctamente, les pusimos una serie de sonidos y reaccionaron igual que los occidentales, lo que prueba que habían entendido la tarea", apunta el autor principal del estudio. En concreto, los investigadores pidieron a los tsimane que valoraran sonidos de su vida cotidiana, como risas o suspiros de desagrado, así como sonidos artificiales con distinta 'rugosidad'. El hecho de que los indígenas mostraban las mismas preferencias que los 'occidentales' demuestra- a juicio de McDermott y su equipo - que su percepción no difiere de la nuestra en términos de discriminación entre sonidos. Con estos elementos, los autores se atreven a concluir que la preferencia por los acordes consonantes que aparecen en casi todas las culturas humanas obedecen a la exposición a determinada música polifónica más que a la biología del sistema auditivo, confirmando así la hipótesis de quienes defienden que se trata de una cuestión cultural. "Nuestra conclusión es que esta preferencia depende lo expuesto que hayas estado a la música occidental y no de factores biológicos", insiste el investigador.

Pero el asunto no está del todo claro. En un artículo de análisis publicado simultáneamente en Nature por el especialista Robert Zatorre se enumeran algunas posibles objeciones a esta conclusión. Los autores pasan por alto, por ejemplo, que la música de los tsimane es monofónica, con una sola voz o tono en cada una de las composiciones (hasta el puto de que rechazaron cualquier petición de que cantaran varias voces juntas). De modo que los tonos simultáneos son irrelevantes en su cultura musical, lo que podría explicar por qué no presentan ninguna preferencia cuando se les presentan combinaciones de tonos disonantes y consonantes. Es posible por tanto, plantea Zatorre, que su sistema auditivo haya sido moldeado por esta circunstancia de la misma manera que las personas orientales terminan por no distinguir entre los sonidos 'r' y 'l' si no los aprenden desde pequeños. Si el ambiente y la propia cultura modelan la percepción mediante un mecanismo de plasticidad cerebral, se explicaría por qué a los tsimane no les chirrían los sonidos disonantes más que los consonantes, simplemente por falta de entrenamiento.

Puede que los indígenas no distingan sonidos disonantes de consonantes simplemente por falta de entrenamiento

Esto, unido al hecho de que los tsimane mostraron el mismo desagrado que los 'occidentales' a sonidos disonantes cotidianos, hace pensar a Zatorre que aún hay elementos para sostener la hipótesis biológica. De hecho, en el trabajo de McDermott se cita un estudio anterior de Thomas Fritz que apuntaba a que otra tribu aislada, esta de Camerún, sí parecía preferir la consonancia a la disonancia. Para Iñaki Úcar, músico e ingeniero, lo que demuestra el artículo es que "los miembros de esa tribu prefieren consistentemente intervalos más grandes que más pequeños, que producen más batidos, igual que los otros grupos", lo que a su juicio "no hace más que confirmar la base fisiológica de la disonancia". Para Almudena M. Castro, música y divulgadora científica,  está claro que la cultura juega un papel en el reconocimiento de la consonancia y la disonancia. "Ahora bien", matiza, "que una población determinada sea insensible a esta diferencia tampoco demuestra per se que esta sea puramente cultural". El hecho de que no usen polifonía, insiste, hace que no sea tan chocante que no muestren una preferencia fuerte por unas combinaciones de sonidos frente a otras. "Es como si a alguien le das a probar el picante por primera vez y no sabe si le arde más el chile habanero o el chile de árbol", asegura. "Eso no significa que la sensación "picante" no exista o sea puramente cultural".

Para Zatorre, este estudio sugiere que el ambiente puede cambiar algunas de las propiedades innatas del sistema biológico de percepción, pero este sigue teniendo un papel determinante. En las neuronas de la corteza de los macacos, recuerda, se registran respuestas sustancialmente diferentes entre sonidos más o menos disonantes, "y sería difícil argumentar que este efecto está mediado por la cultura musical de los monos".

Para el autor, la preferencia por la música consonante puede ser un artefacto histórico que viene de los griegos

Para McDermott, en cambio, todos estos argumentos son insuficientes y considera que las pruebas sobre la base biológica del sonido en animales y bebés son “bastante débiles”. Respecto a la crítica de Zatorre, cree que lo que sucede en el lenguaje no es equivalente a la preferencia por los sonidos y, aunque admite que es posible que aquello a lo que has estado expuesto influya en lo que oyes, cree que la clave no está en la discriminación (que los tsiname sí son capaces de hacer), sino en la preferencia. “La preferencia por la consonancia depende de la exposición a determinados tipos de música, no es automática”, asegura. La propia definición de lo que es disonante está hecha en términos occidentales, insiste, y describe los sonidos que nos resultan placenteros y los que no. “Es verdad que existen propiedades del sonido están relacionadas matemáticamente y esto es por lo que muchos han supuesto que esta preferencia tiene una base biológica”, afirma, “pero puede ser un artefacto histórico que tiene sus raíces en la antigua Grecia”. En resumidas cuentas, para McDermott los griegos trasladaron sus ideas sobre las proporciones a la música que hacían y aquel criterio ha sido heredado durante milenios marcando nuestras preferencias. Aun así, su intención es seguir haciendo más experimentos con los tsimane y ver si encuentran efectos similares en otras culturas.

Referencias: Indifference to dissonance in native Amazonians reveals cultural variation in music perception (Nature) DOI 10.1038/nature18635 | ‘Amazon music’, Robert Zatorre (Nature, News & Views) doi:10.1038/nature18913

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