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Ciencia

Dejad que los niños se acerquen al wifi

La diputada de Podemos Aragón Marta Prades presentó esta semana una petición a la Comisión de Sanidad de la comunidad para reducir la exposición de la población a los campos electromagnéticos. Su grupo ya ha explicado que se trata de una posición individual y que “no existe evidencia científica significativa sobre la relación causa-efecto”, pero no es la primera vez que la formación morada alimenta el miedo a las antenas y propone medidas en este sentido. En el ayuntamiento de Vitoria, la marca local del partido aprobó hace dos años la restricción de las zonas wifi especialmente en las áreas con niños y el propio Pablo Iglesias registró ante el Parlamento Europeo una petición para que la Unión Europea reconociera la hipersensibilidad electromagnética. Para defender estas posiciones, la diputada Prades se remitía a la decisión de la Agencia Europea de Medioambiente en 2007 de pedir la aplicación del principio de precaución en estos temas y a una resolución del Consejo de Europa (órgano de asesoramiento ajeno a la UE) en el que se recomendaba proteger a los menores de “los efectos nocivos para la salud de la exposición al wifi y el teléfono móvil”. Sin embargo, hay un amplio consenso científico y numerosas resoluciones y estudios de organizaciones como la OMS que sostienen lo contrario: no hay pruebas para afirmar que las emisiones de baja frecuencia que usamos en comunicaciones puedan tener efectos adversos en la salud. ¿Por qué tanta confusión?

La resolución en la que se inspira la diputada de Podemos Aragón es un documento muy poco riguroso que utiliza términos alarmistas y poco prudentes. “Recomendamos a los estados miembros del Consejo de Europa”, dice, “tomar todas las medidas razonables para reducir la exposición a los campos electromagnéticos, especialmente a las frecuencias de radio de los teléfonos móviles y particularmente la exposición de los niños y jóvenes que parecen estar en mayor riesgo de desarrollar tumores cerebrales”. Estas afirmaciones tan gruesas, sin embargo, no están sustentadas en pruebas y los estudios que se citan han sido ampliamente cuestionados por la comunidad científica. El autor de la resolución es el diputado socialista Jean Huss y el carácter de documento es político e ideológico y escasamente científico. “Una gran mayoría de los estudios “científicos” que en el memorando se citan como base para formular esta propuesta no están respaldados por evidencias contrastadas; mientras que sus resultados no han sido replicados por otros autores y no cumplen los criterios de evaluación científica que son utilizados para establecer y consensuar el estado del conocimiento científico”, resume el médico epidemiólogo Francisco Vargas en un informe de Comité Científico Asesor en Radiofrecuencia y Salud (CCARS), institución independiente financiada por el Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación. Para Alberto Nájera, profesor de Radiología y Medicina Física en la Universidad de Castilla-La Mancha y experto en temas ambientales y de salud, la resolución tampoco tiene ningún sentido. “Todas las medidas de protección de niños frente a las antenas que reclama no cuentan con evidencia científica que lo avale”, explica a Next. “Siguiendo esa misma lógica, se debería prohibir a los niños respirar porque, a diferencia de la wifi, sabemos que la contaminación atmosférica es muy peligrosa”.

“Siguiendo esa misma lógica, se debería prohibir a los niños respirar”

La principal referencia de la resolución de Huss y otras posiciones citadas por los activistas antiantenas es un informe llamado Bioninitiative, un trabajo realizado en 2007, sin revisión por pares, y que ha sido duramente criticado por grupos de investigación de todo el mundo por su falta de equilibrio y su parcialidad. “Ese informe no cumple con los criterios de calidad científica”, sostienen desde CCARS, “ya que se trata de un conjunto de artículos redactados desde una posición militante que recoge numerosas opiniones personales, llamamientos, exigencias de aplicar el principio de precaución y conjeturas que no están aceptadas por la comunidad científica”. El documento de Huss, además, cita casos aislados y anecdóticos y los eleva a categoría, menciona hipotéticos efectos a largo plazo que no están acreditados por estudios experimentales, clínicos o epidemiológicos y cita “potenciales efectos” sin concretarlos.

La lista de informes y estudios independientes o gubernamentales que sostienen que las radiaciones de baja frecuencia no suponen un riesgo es extensísima. También lo son los estudios que demuestran que el llamado “síndrome de hipersensibilidad electromagnética” tiene origen psicosomático y las personas que lo sufren muestran síntomas cuando creen que los aparatos están encendidos aunque estén apagados. Pero todos estos argumentos carecen de validez para quienes creen que las antenas nos están provocando algún tipo de daño, y en cierta manera es comprensible porque no tienen por qué tener conocimientos básicos de física. Sin embargo, hay algunos conceptos y ejemplos que quizá puedan contribuir a entender mejor por qué, con lo que sabemos, las ondas que salen de nuestras radios, televisiones y teléfonos móviles no son dañinas para la salud.

Todos los cuerpos emiten radiación, la diferencia está en la frecuencia y energía

En primer lugar hay que entender el concepto de radiación (que habitualmente da mala espina por su asociación con la radiactividad) y el espectro electromagnético. El universo está hecho de materia y energía y todos los cuerpos emiten radiación. Esta puede ser en forma de calor, como el que emite nuestro cuerpo, en forma de energéticos rayos gamma que se producen tras la explosión de una estrella. Ambas son manifestaciones de un mismo fenómeno, pero lo que diferencia a unas ondas de otras es su longitud y frecuencia, además de la intensidad. Durante los últimos 200 años los científicos han ido descubriendo la existencia de distintas manifestaciones de estas ondas y de una norma común: cuanto mayor es la frecuencia y menor la longitud de onda y más energética es la radiación. De este modo, los temidos rayos gamma tienen son los que tienen mayor frecuencia y energía, seguidos de los rayos X y los rayos ultravioleta (capaces de penetrar en nuestra piel). Después de estos estaría la luz visible, los infrarrojos, los microondas y las ondas de radio. Estas dos últimas, en concreto, son radiaciones de gran longitud de onda y menos energéticas, son las que utilizamos para comunicarnos y las que por definición se consideran no-ionizantes, es decir, que interactúan muy poco o nada con la materia y son incapaces de arrancar electrones -que es el efecto verdaderamente dañino de las radiaciones más energéticas. Ahora bien, esto no quiere decir que sean del todo inocuas, ya que pueden provocar la excitación de los electrones que se traduce en forma de calor, por ejemplo. Por eso existe un organismo internacional que regular sus efectos que se llama ICNIRP (International Commission for Non Ionizing Radiation Protection) y cuya función es elaborar los protocolos de protección frente a estas radiaciones y los límites en los que es recomendable emitir.

Esquema del espectro electromagnético

Lo que no sabe la gente, o lo que no suelen contar los activistas antiantenas, es que los límites puestos por la ICNIRP son muy garantistas y ya aplican una especie de principio de precaución. “El ICNIRP establece límites recomendables para cada banda de frecuencia basándose en estudios sobre sus efectos. Si sabemos que las microondas producen efectos térmicos a partir de determinado nivel, el organismo toma esa referencia y la divide por diez. Si el nivel es de 2.000 µW/cm2, la ICNIRP establece su recomendación en 200 µW/cm2, y así para cada banda, incluidas las de televisión o antenas de telefonía”. Los niveles a los que estamos emitiendo las ondas de radio, teléfono o televisión están varios órdenes de magnitud por debajo de ese umbral establecido por la ICNIRP, de modo que quedan muy lejos de la intensidad y frecuencia donde podrían, a lo sumo, provocar un calentamiento de los tejidos - que no un daño como el que provoca otro tipo de radiación. “Es como si en la autopista tuviéramos un límite que son 120km/h y la velocidad habitual de los conductores fuera de 12 metros por hora”, explica Nájera.

“Es como si ante un límite de 120km/h la velocidad habitual de los conductores fuera de 12 metros por hora”

Pero no solo eso. Si encendemos un microondas vemos un efecto que sí podría provocarnos un daño, debido a su potencia, de unos 800 w, las moléculas de agua se agitan y el alimento se calienta. “Pues bien”, insiste Nájera, “una antena de telefonía móvil de las que hay en los edificios está emitiendo con alrededor de un millón de veces menos energía”. En otras palabras, si pudiéramos bajar la potencia del microondas hasta igualarlo con la antena “tendríamos que darle varios miles de vueltas y con esa energía nunca se calentaría el alimento”, insiste. Por otro lado, debido a su baja energía, las ondas de radiofrecuencia prácticamente no penetran. “Por eso para calentar un plato de macarrones lo mejor es extenderlos”, asegura el experto, “para asegurarte de que la radiación llega todos y no se detiene por la capa más gruesa de comida”.

El profesor Xavier Giménez Font, de la Universidad de Barcelona, pone un ejemplo muy interesante comparando las radiaciones de distinta frecuencias y energías con distintos proyectiles. “Los daños mayores los causan, entonces, proyectiles que transportan mucha energía, potencia e intensidad”, escribe. Los rayos ultravioleta, gamma o X serían como las balas de un rifle, mientras que la radiación visible sería como una pelota de béisbol y las microondas y radio (las que preocupan a los antiantenas) serían pelotas de ping-pong. Se puede aumentar la intensidad- el número de bolas que se lanzan - pero no es lo mismo que te golpeen con una bala que una lluvia de pelotas de ping-pong, por mucha fuerza que lleven al lanzarlas. Otra forma de enfocarlo es la del catedrático de la Universidad del País Vasco Felix Goñi, quien recordaba en el programa ‘Escépticos’ de ETB que las ondas de radio son 10 millones de veces menos energéticas que las de luz visible, esa que entra cada día por nuestros ojos o que impacta con nuestra piel. De hecho, en términos de energía el impacto de las ondas de telefonía móvil sobre nuestro organismo es tan insignificante como el que tendría una bombilla de 100 W situada a 1 km de distancia. Es decir, que cualquier día que pasamos una hora al sol estamos recibiendo más radiación peligrosa que si acumularemos muchos días de conversación por el móvil.

“Una antena de telefonía móvil emite alrededor de un millón de veces menos energía que un microondas”

Todo esto no son afirmaciones en el vacío, sino que está sustentado por pruebas acumuladas por científicos que intentan conocer si existe o no un efecto sobre la salud. La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés) realizó un amplísimo estudio en 13 países conocido como Interphone sobre la relación entre teléfonos móviles y el riesgo de ciertos tumores cerebrales y estableció en 2010 que no existía mayor riesgo en la mayoría de los usuarios (y a pesar de que la IARC incluya los móviles en la categoría 2B no indica que sean peligrosos). La propia OMS creó el Proyecto Internacional CEM en 1996 para evaluar los posibles efectos en la salud de los campos electromagnéticos en el rango de frecuencia de 0 a 300 GHz y ha concluido que no producen ningún efecto adverso sobre la salud.

“A día de hoy, las revisiones más serias indican que a los niveles habituales de radiación de baja frecuencia no hay efectos”, concluye Nájera. “En muchos casos los niveles están entre 10.000 y 100.000 veces por debajo de los límites establecidos por la ICNIRP”. De hecho, recuerda, cuando los especialistas como él salen a medir con un exposímetro a una gran ciudad como Madrid para comprobar la intensidad de la radiación de las distintas bandas de frecuencia, eso es lo que ven. Los valores están muy lejos de los límites recomendados, que ya son muy restringidos, y los niveles de exposición más altos proceden a veces de las antenas de televisión y de la FM, mucho más que de las antenas de telefonía móvil o wifis. “Entonces, se puede preguntar alguien, ¿qué está pasando aquí, si hace 100 años que tenemos radio y televisión? Pues pasa que la gente se preocupa de factores que sabemos que no tienen problema, y no se da cuenta de que son otras cosas diferentes las que nos pueden matar”.

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