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Mémesis

Casimiro Municio, el verdugo que estaba en contra de la pena de muerte

Casimiro Municio, el verdugo que estaba en contra de la pena de muerte

Casimiro daba miedo y tristeza. Desdentado, alto y esquelético vestía siempre con los harapos que regalaba el hambre de la preguerra. Casimiro Municio Agüera fue un segoviano no ilustre que ejerció de verdugo oficial de la Audiencia de Madrid entre 1915 y 1935. El último antes de la Guerra Civil. Todo sin quererlo. Solo por la pela.

Casimiro Municio en 1934

"Yo tengo más valor para morir que este imbécil para matarme", dijo su primera víctima

Toda la historia de Casimiro es un retrato de la España más siniestra. La de muerte, miedo, hambre y guerra. Esa que mete a Berlanga y Buñuel en la batidora para que salga lo que el destino quiera. Media vida intentando justificarse, la otra dando vueltas al madero de la muerte, el 'aprietagañotes'. Cuentan las crónicas que en su primera ejecución, la del gitano Pedro Lobo, estaba tan nervioso que el reo exclamó: "Yo tengo más valor para morir que este imbécil para matarme".

Y es que Casemiro —como el verdugo de Berlanga— era un 'peazo pan', un hombre bueno y desubicado que solo buscaba salir de la miseria con las 1.825 pesetas anuales que prometía el puesto, a 50 por ejecución —dietas aparte—. El hombre que 'asustaba hasta las ratas' cuando se le veía por los pasillos de la audiencia, que firmaba con mano trémula cada sentencia y que se torcía el gesto cuando no cobraba por las clemencias.

Antes de matar con licencia el señor Municio vigilaba las casas del Madrid burgués por tres perras al día. Pero con esposa, tres hijos y otro en camino no era sueldo suficiente para llegar ni siquiera a fin de día. Casimiro decidió optar al puesto de funcionario más indigno e indecoroso. Una cuestión de competencia que le permitiría alcanzar su mejor pesadilla sin apenas formación: ser verdugo en la preguerra. Eran 12 aspirantes, incluidos dos abogados de carrera, pero el físico y semblante de Casimiro acabaron por darle el puesto.

La casa del verdugo en Madrid. Al fondo el cementerio

Casimiro se instaló en los años veinte en el número cuatro de la antigua calle Francisco Panadero, al lado de la tapia del cementerio del Este (hoy de la Almudena), como no podía ser de otra manera. Cuando no estaba de guardia se se ganaba un extra moviendo cuerpos de las tumbas a la 'huesera'. Toda su vida entorno a la muerte, toda su vida odiándola. El verdugo triste intentaba pasar lo más desapercibido posible en el barrio pobre a sabiendas de que los dedos herían su alma al ser constantemente señalado. ¡Por ahí viene Casimiro, el carnicero!

Así hablaba de él su vecina, pared con pared, la señora Cándida. Crónica de ayer que se puede comprar para cualquiera de hoy:

"Cuando me enteré me quedé con la boca abierta. ¡Pero si el señor Municio es un ser inofensivo! ¿Apretarle el cuello a una criatura, cuando es incapaz de matar una mosca ni hacerle cara a nadie? No lo quería creer."

Cuentan otras crónicas que cuando Casimiro fue nombrado verdugo oficial de Madrid su por entonces mujer murió de pena. Probablemente las mismas que disfrazaron siempre a este humilde segoviano con la careta del sadismo y la violencia. Nada más lejos de la realidad, Casimiro lloraba y se descomponía en todas y cada una de sus ejecuciones.

Garrote vil original conservado en la Audiencia de Valladolid

La primera fue la de Pedro Lobo, un hombre que mató a cuatro personas y que echó sus cuerpos a los cerdos. Casimiro no atinó con el garrote por los nervios y acabó descompuesto tras los insultos del reo. Luego vendrían Zaragoza, Sevilla, jaén, más Madrid, decenas de ejecuciones... en todas ellas Casimiro llevaba consigo 'el reloj' (así llamaba al madero de la muerte), el garrote que retorcía los cuellos con una manivela.

—El reloj es propio o del Estado?

—Del Estado! ¿Usted sabe lo que vale un reloj?

—Yo, no.

—Siete mil setecientas pesetas. Los hacen en una fábrica de Toledo. Pesan sesenta kilos. [Revista Crónica]

Casimiro no se dejaba hacer fotos, no quería que le reconocieran y huía del asedio de curiosos y periodistas pero su nombre completo salía publicado en todos los documentos oficiales junto a los peores asesinos del país. Su trabajo era indigno pero mucho menos indigno que dejar morir de hambre a toda su familia. Su rostro, su mirada y su empresa le hicieron protagonista en multitud de artículos de la época. Muchos de ellos ridiculizándole. Y él lo sabia. Para su desgracia o en su descargo la hemeroteca digital todavía da fe de aquella vergüenza.

En el diario Crónica de Madrid de la época (1929) hacen una semblanza del personaje como si estuvieran visitando a un ñu del zoológico. "Una hora en casa del verdugo de Madrid" es suficiente tiempo para reírse de él, de su trabajo y de toda su familia. No es de extrañar que Casimiro huyera de los periodistas como del hambre y la peste.

"El verdugo de Madrid es un guiñapo humano, sin vocación", "Su hijo tendrá dieciséis, da la sensación de no ser muy inteligente", "Mujer mal peinada, cara gorda y roja, de ese rojo que da la costumbre del alcohol",... todo ello en presencia del funcionario y su familia.

Otro titular sensacionalista hablando de Casemiro

"A mi no me puede querer nadie, ¡soy el hijo del verdugo!". Así relataba otra crónica del Mundo Gráfico (1936) cómo el hijo de Casimiro se quejaba de su destino. El adolescente acabó como marmolista de lápidas en el cementerio del barrio. Todo queda en casa.

Detalle de una de las crónicas

La historia de Casemiro es un compendio de miedo, pobreza y desgracias. Cuando salía a provincias a 'retorcer el reloj' dejaba a sus hijos con la Cándida. En una de esas el pequeño se pilló la mano con una noria y cuando los médicos decidieron amputar ya era demasiado tarde. Casimiro guardaba, entre sus reliquias, un periódico manchado con la sangre del niño.

Casimiro decidió dejar constancia testamentaria de sus principios:"Ojalá que llegue pronto la abolición de la pena de muerte", dejó por escrito antes de que llegara la república.

Cuando se barruntaba la llegada de la segunda república Casimiro decidió dejar constancia testamentaria de sus principios, más allá de las decenas de documentos que probaban sus actos oficiales más sangrientos. El miedo a las represalias de un gobierno progresista le conminaría a hacerlo. En 1930 firmaría de puño y letra un documento, una declaración de intenciones como indulgencia personal de toda su vida llena de mentiras en prensa.

"Ojalá que llegue pronto la abolición de la pena de muerte".

Casimiro y la pena de muerte

En 1934 con la Segunda República asentada y la pena de muerte derogada por el Código Civil republicano Casimiro estaba en la reserva, enfermo y con el mismo miedo que le atenazaría toda la vida:

—Eso no puede volver, ¿verdad? Para algo ha venido la República...

—¿Usted no es partidario de la pena de muerte?

—¿Yo? ¡Vamos, hombre! claro que algunos se la tienen bien merecida; pero de eso a que tenga yo que volver... ¡Que no!

Casimiro lloraba en todas sus muertes pero nadie lloró la suya

Casimiro lloraba en todas sus muertes pero nadie lloró la suya. Murió en la Guerra Civil no se sabe muy bien ni cómo ni cuando ni donde pero lo hizo sin que las mismas crónicas que le vilipendiaron toda la vida se pusieran de acuerdo en dibujar ni siquiera un pequeño obituario honroso.

 

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