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El favor de Ximo Puig a su periódico con dinero público: un escándalo intolerable

Ximo Puig

Ximo Puig parece afectado por los delirios de grandeza que son tan habituales entre quienes ejercen el periodismo, algo que supone incurrir en los siete pecados capitales; o al menos en seis, pues la precariedad es un mal extendido en la profesión que obliga a alimentarse con loncha fina y aleja a todo 'plumilla' de la gula. El presidente de la Comunidad Valenciana tiene cierto afán por trascender en lo mediático, algo que quizá no ha sido lo suficientemente subrayado por la imagen de regenerador que le ha otorgado la prensa amiga, pero que se apreció de forma cristalina cuando, poco después de ser nombrado presidente, puso en marcha el proyecto de televisión autonómica valenciana. El año pasado generó pérdidas de 48 millones de euros para las arcas autonómicas, pero eso importa poco cuando se utiliza lo público para dar cumplimiento a determinados objetivos personales y partidistas.

Puig se ha metido en un buen lío porque le han pillado con las manos en la masa, pues ha tomado una decisión que favorece a sus intereses particulares e indirectamente a su bolsillo. El presidente ha facilitado una operación mediática cuya vertiente política era casi igual de importante que la empresarial, como es norma en estos lares. Es la venta del Grupo Zeta a Editorial Prensa Ibérica. O, lo que es lo mismo, la transmisión de El Periódico de Catalunya a Javier Moll, un empresario al que puede considerarse como un aliado de los partidos constitucionalistas, al contrario que el otro pretendiente que hizo una oferta por esta compañía, Jaume Roures, que era el favorito de ERC para hacerse con el diario.

La venta no fue nada fácil, entre otras cosas, porque los potenciales interesados sabían que el Grupo Zeta es una casa que desde hace unos cuantos años amenaza con derrumbarse. De ahí que la banca acreedora (La Caixa, Sabadell, BBVA y Santander) aceptara realizar una quita del 70% al comprador. En ese grupo de entidades financieras también estaba el Instituto Catalán de Finanzas, que aceptó la operación, para malestar de las CUP y a buen seguro que de algún político más. También el Instituto Valenciano de Finanzas, que depende en última instancia del Gobierno valenciano y a quien Zeta debía 1,9 millones de euros.

Puig no dimitirá porque en este país la limpieza suele ser un requisito que se exige a los demás, pero un fastidio para uno mismo

El periódico Mediterráneo de Castellón formaba parte de los activos a la venta y estaba controlado al 84% por la familia Asensio y al 16% entre algunos pequeños accionistas de viejo cuño. Entre ellos, Puig, que posee 210 acciones, con un valor de algo más de 177.000 euros, que le han reportado dividendos de 11.000 euros en los últimos años, tal y como se puede apreciar en la declaración de bienes -siempre útil y de valor periodístico- de la que informó al parlamento valenciano. En estas circunstancias, lo lógico es que no hubiera participado en la toma de la decisión que autorizó al Instituto Valenciano de Finanzas a perdonar una parte importante de la deuda que mantenía con Zeta. Pero no fue así, lo cual ha generado un escándalo de grandes dimensiones.

La mujer del César

Puig no dimitirá porque en este país la limpieza suele ser un requisito que se exige a los demás, pero un fastidio para uno mismo, pues el pillaje, el pufo y el pelotazo están tan arraigados que resulta difícil no caer rendido a sus encantos. Sin embargo, el presidente de la Generalitat valenciana tiene varios motivos para hacerlo. Por lo anterior, pero también porque el citado periódico ha recibido alrededor de medio millón de euros de publicidad institucional -una gran parte, de la Consejería de la Presidencia- desde que accedió al Gobierno, como se puede apreciar en este enlace. En una comunidad autónoma en cuyo pasado reciente se produjeron algunos de los casos de corrupción más repugnantes de las últimas décadas -vinculada al bandidaje del PP-, nadie debería poder vender regeneración con máculas de este tipo en su currículum.

También convendría hacer una reflexión sobre el papel de lamebotas del cacique de turno que ejerce una gran parte de los medios de comunicación, algo que suele resultar más obsceno en provincias y regiones que en la prensa generalista, por cierto. Una simple búsqueda de las palabras “Ximo Puig” en la hemeroteca del Mediterráneo de Castellón sirven para hacerse una idea de la extraordinaria imagen que reciben los lectores de este medio del presidente de la Generalitat, del que cuesta encontrar una noticia, no ya negativa, sino en la que no quede a la altura, qué se yo, de Abraham Lincoln, del Cid Campeador o del Papa Francisco.

Pueden las asociaciones de la prensa mantener su eslogan, que dice que “sin periodismo no hay democracia”, pero, en realidad, de poco vale ese corporativismo cuando los medios hacen, día a día, sin el más mínimo rubor, trajes a medida del pagador o del dueño

Pueden las asociaciones de la prensa mantener su eslogan, que dice que “sin periodismo no hay democracia”, pero, en realidad, de poco vale ese corporativismo cuando los medios hacen, día a día, sin el más mínimo rubor, trajes a medida del pagador o del dueño, como se aprecia en este caso, con Puig. Más bien, habría que decir que con estos periódicos, no hay periodismo.

Quizá a Puig le hubieran llamado a consultas desde Moncloa si su gobierno hubiera puesto impedimento a esta operación, dado que para el PSOE era importante que El Periódico no cayera en manos de los independentistas. Sea como sea, el presidente no debería haberse pronunciado sobre este asunto en el Consejo de Gobierno valenciano, ante el evidente conflicto de intereses. Pero sí lo hizo, en otra lamentable decisión mediática que se le puede atribuir. La otra, fue la de iniciar un proyecto audiovisual que cuesta 55 millones de euros al año y que tiene una audiencia del 2%. Su afán era el de recuperar una televisión pública que fuera influyente y referente. En realidad, sólo es cara. Pero ya lo escribió el valenciano Chirbes en Crematorio: atraídos por el cocido de carne, se asume el coste del matrimonio, aunque, al final, tras casarse, uno acabe comiendo acelgas.

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