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Sobre el vídeo del obrero traidor que votará a Vox

El presidente nacional de Vox, Santiago Abascal

La superioridad moral alcanza su ejemplo más exagerado en el cuento de El Rey Desnudo. De tanto mirase el ombligo, hay un punto en el que los monarcas del reino de los 'justos' caen en la cuenta de que ni ellos mismos ni todo aquello que les rodea tienen la apariencia que pensaban. Quizá para la izquierda política y mediática sea complicado asimilar que el ideario de Vox ha arraigado entre las 'clases populares'; y que existe un buen número de 'curritos' que apoyarán en las urnas a este partido, haciendo caso omiso a los llamamientos de “alerta antifascista”. Pero eso ocurre y el último ejemplo, en este sentido, se ha registrado después de que uno de los reporteros de una publicación digital progresista haya caído en la cuenta de que en España habitan personas que se encomendarán a la derecha radical de Santiago Abascal porque consideran que la izquierda les ha maltratado.

Todo esto tiene que ver con un vídeo viral, de apenas un minuto y medio de duración, donde se observa una conversación entre un periodista y un hombre que transporta, encorvado, una placa de pladur. Durante la entrevista, el trabajador sugiere que la izquierda no ha protegido sus derechos de la forma en que lo predica -”yo he ganado más dinero cuando ha gobernado la derecha”- y afirma que su defensa a la mujer no es mayor que la propuesta por Vox, que pasa por encerrar de por vida a “los asesinos”. De paso, hace una referencia al chalé de Pablo Iglesias y al discurso que apuesta por prohibir la tauromaquia. “A mí me gustan los toros (…) ellos se comen corderos lechales y no dicen nada”.

El vídeo en cuestión resume a la perfección el porqué se ha producido el auge de Vox. En primer lugar, porque supone el enésimo intento del periodismo de izquierdas de dejar en evidencia a los trabajadores que no comulgan con sus propuestas. O, como dice el reportero, a quienes no tienen “conciencia de clase” y, por tanto, se encuentran entre los inconscientes -la semántica siempre es importante- que votan a la derecha. La premisa es que todo aquel que apoye a "los ultras" está equivocado, máxime si es un obrero y, por tanto, sufridor de la perfidia del patrón. 

El fascismo se cura leyendo”, insinuó la misma publicación en un 'tuit' tras comprobar que el citado documento audiovisual era reprobado por decenas de usuarios de las redes sociales, lo que ejemplifica a la perfección la insostenible altivez de sus responsables. 

 “El fascismo se cura leyendo”, insinuó la misma publicación en un 'tuit' tras comprobar que el citado documento audiovisual era reprobado por decenas de usuarios de las redes sociales. 

Unas horas después de que trascendiera este reportaje, saltaba a la palestra otro vídeo que estaba protagonizado por un camionero que afirmaba que Vox no es un partido político, sino un movimiento patriótico apoyado por personas que están hartas de los ataques a España y a la gente corriente por parte de los “progremitas”. El tipo hablaba como un exaltado -proponía tirar a “los progres, uno por uno” a un pozo- y pecaba de una chulería patética, pero volvía a dejar entrever algo importante: que Santiago Abascal ha seducido a una parte de los descontentos con el sistema, y no sólo a la élite económica que la izquierda siempre ha asociado con la derecha.

El documento también demostraba que existe una parte de la población que está cansada de la superioridad moral de esa parte de la izquierda tan dada a calificar de 'patrioterismo' la defensa de la cultura española. Bien es cierto que el nacionalismo madrileño de rancio abolengo no lo pone excesivamente fácil en muchas ocasiones. Pero ese colectivo no es mayoritario y ni siquiera masivo, como intentan hacer ver aquellos que son expertos en jugar a la confusión con este tema para atacar al conjunto de España, cosa que una buena parte de los españoles no comparte, como es lógico.

Los obreros, que piensen como yo diga

Con Vox ha ocurrido algo similar a lo que pasó con Podemos en el momento en que se convirtió en una de las principales fuerzas políticas, y es que sus detractores han jugado de forma interesada a menospreciar a sus votantes. Con la izquierda radical, se apelaba a la inmadurez del electorado y a su fe ciega en las soluciones fáciles que proponía Pablo Iglesias para resolver problemas complejos. Con esta nueva fuerza, se han hecho mil referencias a la inconsciencia de quienes apoyarán al 'fascismo' y el paso atrás que el país dará si se pone en manos de la derecha que concibe España en pretérito perfecto simple.

Sería de ilusos pensar que cualquiera de los dos partidos está capacitado para gobernar con la virtud de la que alardean sus líderes. Ni siquiera creo que España necesite fantasías eróticas rojigualdas ni pensamientos atávicos y delirantes sobre la sociedad de clases. Pero ni los que apoyaban a Podemos, en lo más duro de la crisis económica, eran idiotas (como sugiere algún repugnante digital amarillista), ni lo son los que respaldarán el domingo a Vox. Y, por supuesto, quienes llevan la bandera, van a los toros o están en contra de la filosofía de género del feminismo radical son "fascistas" ni cómplices de los "fascistas".

En realidad, sólo basta con observar los debates de RTVE y Atresmedia para cerciorarse de los motivos que han engordado el partido de Abascal. Allí, detrás de un atril, el presidente más oportunista, amoral y mediocre de la historia reciente recitaba, sin rubor y como un papagayo, argumentos que parecían aprendidos de memoria y que, en ocasiones, ni siquiera tenían que ver con el tema que le habían preguntado. A su lado, dos 'derechas' que tratan de frenar su sangría con una incongruencia que se aprecia a kilómetros. De hecho, hasta hace bien poco una se presentaba a las elecciones como socialdemócrata y la otra, como fuerza de centro. Su problema no es la cobardía, como dice Abascal. Es, más bien,el oportunismo y la desfachatez.

Basta con observar los debates de RTVE y Atresmedia para cerciorarse de los motivos que han engordado el partido de Abascal.

En el auge de Vox hay mucho más hartazgo que nostalgia del franquismo, al contrario que predican sus opositores. Y quien aspire a frenar su crecimiento debería comprender este factor. Una buena parte de los votantes no entiende las tensiones territoriales que considera que le perjudican, ni las desigualdades que genera el Estado autonómico. Tampoco ve acertado que a la inmigración ilegal de su barrio no se le considere un problema o que el feminismo radical de las 'Barbijaputas' trate de criminalizar al hombre por el hecho de serlo. O que determinadas manifestaciones de la cultura española sean menospreciadas. No pretendo a valorar siquiera si tienen razón en sus reivindicaciones, pero lo cierto es que existen y que los partidos tradicionales las han minimizado, las han negado; o, directamente, han optado por menospreciar a quien las plantea o incluirle en el campo de reeducación donde se confina a lo políticamente incorrecto.

Indolencia interesada

Decía este viernes Pepe Álvarez (UGT) que la izquierda debería reflexionar sobre las causas que habían llevado a una parte de los trabajadores a apoyar a la "ultraderecha". Enric Juliana le respondía: "También hubo muchos obreros que apoyaron al nacional-fascismo italiano". Se podía añadir que también hubo periódicos e intelectuales que hicieron la vista gorda ante quienes portaban eslóganes como el que decía que 'la España subsidiada vive a costa de la Cataluña productiva'.

Ni el uno ni el otro hacían autocrítica: sólo señalaban. En este contexto de constantes acusaciones veladas, complicidades inaceptables, inacción y reparto del botín del Estado entre los dirigentes y sus mandarines, lo ilógico sería que no surgiera Vox. A partir de ahí, habría que hablar si la reacción es la solución, máxime si viene acompañada de palabras gruesas y de un discurso que tiene un preocupante ingrediente de revanchismo. Pero ese es otro tema.

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