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Las lágrimas de Roncero como antídoto contra la epidemia de sensacionalismo

El periodista Tomás Roncero, desolado este miércoles en El Chiringuito.

Confieso que el cuerpo me pedía volver a escribir sobre la atroz cobertura mediática relacionada con el coronavirus. Porque lo de los últimos días está traspasando todos los límites imaginables. El sensacionalismo es un vicio incurable. Pero encontré el antídoto para cambiar de tema este miércoles por la noche, cuando presencié en El Chiringuito de Jugones cómo el periodista Tomás Roncero lloraba desconsolado tras la derrota del Real Madrid frente al Manchester City en el Santiago Bernabéu. 

Aunque poco o nada tengan que ver una cosa con la otra, la verdad es que fue inevitable pensar fugazmente que esas lágrimas de Roncero eran más auténticas que la histeria informativa que se ha desatado con el célebre coronavirus. Porque el periodista del diario As no lloraba por la derrota, o no sólo por ella, sino que derramaba su tristeza en directo porque había llevado a su hijo al campo a ver una eliminatoria de Champions League por primera vez. 

Roncero estaba desconsolado porque rememoraba cómo su padre también lo había llevado a ver su primer partido de la Copa de Europa en una ocasión en que el Madrid tumbó al Spartak de Moscú. Él intentó emular a su padre llevando a su hijo este miércoles al Bernabéu con el deseo de una victoria blanca. Pero el equipo de Pep Guardiola destrozó los sueños del periodista, que entremezclaba emocionalmente ambos momentos de su vida y no podía contener sus lágrimas. 

¿Dónde hay más verdad? 

Los custodios de la moral pública, que son legión en este oficio, sentenciarán en las redes sociales o en sus programas sesudos que estos lloros resultan exagerados porque en este mundo existen problemas más importantes que un simple partido de fútbol. Puede que hasta tengan razón, pero la verdad es que yo que, como buen barcelonista, padaleé la derrota madridista y empatizo menos que nada con Roncero, sigo pensando que en esas lágrimas había más verdad que en la multitud de noticias, incluidas no pocas falsas y demasiadas interesadas en sacar tajada, sobre el coronavirus.  

Creo que ante la abrumadora cobertura que estamos padeciendo, es legítimo que en vez de hablar de un virus menos mortífero que la gripe común, prefiera centrarme en el éxito del programa que dirige Josep Pedrerol en Mega. Perdonen la autocita, pero ya hace algunos años escribí en esta misma tribuna la diferencia entre El Chiringuito y otros espacios deportivos

"El ritmo alocado, la controversia permanente, los personajes delirantes, las discusiones absurdas, el guión roto en mil pedazos, los vídeos sin mesura y, sobre todo, esa sensación de que puede ocurrir cualquier cosa inesperada conforman un espectáculo de más de dos horas que capta la atención y desata la emoción del espectador". 

Esas características no han variado un ápice y la verdad es que miles de personas ponen cada noche el programa para divertirse o enfadarse, para ver las caras de los personajes a los que aman u odian y, sobre todo, para evadirse. 

Un tertuliano infectado

La evasión, sin embargo, no es posible en estos días de delirio pandémico. Definitivamente no podemos huir del coronavirus. Uno se sumerge en analizar un programa desenfadado para abandonar aunque sea durante un rato la histeria colectiva y, de repente, paradojas que tiene la vida, resulta que uno de los tertulianos de El Chiringuito, el valenciano Kike Mateu, está infectado por la dichosa enfermedad. 

Ahí me topo con Mateu, conectando en directo en Jugones, el informativo demasiado madridista que presenta Pedrerol en La Sexta, para narrar su peripecia. Ataviado con la preceptiva mascarilla -él sí debe llevarla porque está infectado, pero es absurdo para los no infectados-, nos envía un "mensaje de tranquilidad" y nos cuenta que vive "una recuperación de esta especie de catarro, que me tiene más aburrido que otra cosa, ahora mismo con el aislamiento lógico y obligado para no contagiar a nadie". 

El testimonio me devuelve esa sensación de que a veces uno encuentra lo que busca donde menos esperaba encontrarlo. Y concluyo que entre el amarillismo general sobre el coronavirus y el sensacionalismo de El Chiringuito, me quedo con el segundo. Porque Pedrerol y los suyos no intentan engañar a nadie. 

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