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ANÁLISIS DE MEDIOS

Google ya tiene libertad para hacer (casi) lo que quiera con la prensa española

Los medios pecan de cortoplacismo a la hora de relacionarse con esta compañía estadounidense

Sede de Google
Sede de Google en Mountain View (Estados Unidos)

Se trata de mirar a corto plazo o de extender la vista más allá de aquello que tenemos frente a nosotros. De 'tapar agujeros' o de proyectar. De entregarse a Google y Facebook mientras entre ambas acaparan la mayor parte de la inversión publicitaria -el 75% en España- o de cuestionar la forma en la que estas empresas incrementan su cifra de negocio mientras se zampan el mundo que hasta ahora habíamos conocido.

Es curiosa la ceguera que existe hacia el 'colonialismo contemporáneo' que practican las grandes multinacionales tecnológicas, que obtienen cuantiosos ingresos de los lugares donde prestan su actividad, pero derivan gran parte de los beneficios a aquellos donde están asentadas sus sedes centrales. Entre medias, se hacen con el control implícito de sectores enteros con prácticas que parece que nadie cuestiona con seriedad.

Por ejemplo, un cambio del algoritmo de Google que se decide en su sede en Mountain View puede mermar considerablemente, de un día para otro, la facturación de un negocio en el otro extremo del mundo. De un negocio, por cierto, que se entregó en brazos de esta multinacional sin hacerse muchas preguntas, como quien supedita su supervivencia a los deseos de un sólo proveedor.

Sin ataduras en España

Los medios españoles tendrán a partir de ahora una total libertad para negociar con Google una remuneración por la cesión de sus contenidos a la plataforma tecnológica. Lo harán en virtud de un farragoso y multidisciplinar Real Decreto -publicado este miércoles en el Boletín Oficial del Estado- que deja sin efecto el denominado 'canon AEDE', por el que la anterior Ley de Propiedad Intelectual les obligaba a recibir una cantidad -de forma “irrenunciable- en materia de derechos de autor por parte de los agregadores de contenidos.

Unas horas después de que trascendiera el texto de la nueva norma, Google anunciaba la reapertura en España de su servicio News, clausurado en 2014.

Garantizar la libertad para que las empresas alcancen acuerdos sin trabas burocráticas innecesarias debería ser una de las prioridades de cualquier gobernante, por lo que bienvenida sea la norma en ese sentido. Ahora bien, una vez más, los medios pecan de cortoplacismo a la hora de relacionarse con esta compañía estadounidense. Porque, entre recibir una remuneración y hacerse preguntas sobre el efecto que esa relación tendrá en su negocio a largo plazo, la inmensa mayoría -o todos- optará por lo primero.

El consejero delegado de Vocento, Luis Enríquez, planteó el pasado enero en un artículo algunas cuestiones fundamentales -y se quedó solo- que parecen ser obviadas por los editores de una forma que podría considerarse incluso negligente. El ejecutivo planteó: ¿Y cuál es el criterio que utilizará Google para ordenar las noticias de todos esos medios en su agregador de contenidos? ¿Dónde y cómo se decide la línea editorial de estas empresas?

La cuestión podría extenderse a las redes sociales: ¿de veras son objetivas en la gestión de los contenidos? O, en otras palabras: ¿por qué Twitter bloqueó la cuenta de Donald Trump en las semanas previas a las elecciones de Estados Unidos, pero consintió otras muchas con contenido igual de lesivo o más?

Google no preocupa

Sorprende que las empresas mediáticas se muestren tan despreocupadas sobre este aspecto y sean tan permeables ante las presiones y maniobras lobbistas de Google. O de Facebook. Sus artículos suelen centrarse en las innovaciones tecnológicas con las que nuestras vidas mejoran poco a poco y se acrecienta la sensación de que el progreso científico y técnico nos hace invulnerables. Un proceso similar describe Stefan Zweig en El mundo de ayer, en el que se refiere a una sociedad que se dejó impresionar por los destellos del avance y se creyó casi inmortal, a principios del siglo XX. Lo que ocurrió en las décadas siguientes deja claro el alcance de esa ceguera.

Los medios y sus articulistas hablan del golpe a la libertad que implica la censura de un pezón en Instagram, pero pasan generalmente de largo sobre los efectos que la política de estas empresas tiene para la prensa, en concreto, y para todos los sectores donde observa un área de negocio.

Seguramente, en las próximas semanas se publicarán notas de prensa en las que grupos de comunicación de referencia anunciarán acuerdos con Google para la cesión de sus contenidos a News, News Showcase, Discover o como se llame el agregador de contenidos de moda en cada momento. La pregunta es: a tenor de que la inmensa mayoría del mercado publicitario lo aglutina esta empresa, ¿cuánto será lo ganado y cuánto lo perdido? ¿Y qué ocurrirá en el futuro? ¿Seguirá esta multinacional incrementando su ración de la tarta publicitaria? ¿Aumentará entonces un poco más el importe de los acuerdos de contenidos con los medios para evitar que quiebren a costa de controlar un poco más la orientación de sus noticias con sus normas o algoritmos?

En definitiva, ¿se centrará el debate en la libertad, que es lo importante, o en un único punto de la ley? ¿Mirará la prensa a largo plazo o se conformará con cerrar en verde en el siguiente ejercicio?

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