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Medios

El circo de los Quer y los medios sin escrúpulos

Juan Carlos Quer durante un juicio.

El esperado y exitoso libro El último barco, del gallego Domingo Villar, cuenta el caso de la desaparición de una joven en Vigo. En la obra el padre de ella tiembla al imaginar qué harán los medios de comunicación cuando se enteren de que ha desaparecido. No incurro en 'spoiler' al contar también que los medios, una vez enterados del suceso, ya señalan a algún sospechoso sin fundamento y hasta apuntan una teoría errónea sobre el desenlace. Llegados a ese puerto de inmundicia periodística, el protagonista, el inspector Leo Caldas, concluye: 

-Y el circo solo acaba de empezar. 

Viene esto a cuento de lo que está pasando con la familia de la joven Diana Quer, raptada y asesinada por uno de esos monstruos que conviven con nosotros y nos saludan en el supermercado o en el ascensor como si fueran ciudadanos ejemplares. El mal es imprevisible. Los medios son previsibles.

Discusión en directo

Desde que Tolstói lo escribió en Ana Karenina, ya sabemos que todas las familias son infelices a su manera. Ocurre que la mayoría de ellas padecen sus problemas en la intimidad. Pero el caso de la familia Quer es distinto. Porque todos los espectadores siguen casi a diario a las peleas entre los padres de una joven que murió en un crimen execrable

Esta semana hemos asistido en vivo y en directo a una desagradable discusión entre la madre y la hermana de la víctima a cuenta de denuncias cruzadas entre los progenitores. Gritos e insultos a las puertas de los juzgados. Y ante las cámaras, claro, porque allí se habían congregado numerosos informadores, como si los pormenores de lo que ocurra entre estos familiares fueran decisivos para la vida del conjunto de los españoles. 

¿En realidad los problemas de la familia Quer son tan importantes como para aparecer en los titulares de los Telediarios y en las primeras noticias de las portadas digitales? ¿Qué criterio periodístico más allá de la pura búsqueda de audiencia obliga a anteponer estos hechos a cuestiones muchísimo más relevantes? ¿Es imprescindible que haya que emitir una y otra vez la famosa discusión?

Es obvio que todos en esa familia son víctimas. Del asesino y de los medios de comunicación. 

¿Cuál es la responsabilidad exacta de los medios en esos enfrentamientos en directo de esa familia? Tal vez sea imposible responder a esa pregunta. Pero en todo caso lo ocurrido esta semana es solo una gota más en una tormenta de despropósitos. No está de más rememorar algunas de las atrocidades que perpetraron algunas televisiones y algunos periódicos digitales en su día. Porque de aquellos polvos vienen estos lodos.

Lo más notorio fue airear desde el principio del caso los problemas de la familia como si guardasen relación con el suceso. Hubo tertulianos que sugerían que el culpable de la desaparición de Diana "podía estar en el entorno". Medios apuntaron sibilinamente a algunos de los familiares como posibles responsables. La separación de los padres, las costumbres de la desaparecida y su hermana o las amistades que frecuentaban ambas se abordaban en los platós sin remilgos ni vergüenza.

Fue, en suma, el habitual juicio paralelo. Conjeturas. Teorías. Hipótesis. Porque unos cuantos medios en general y las principales televisiones en particular se olvidan de su función cuando tratan un caso así. En lugar de dedicarse a informar, se extralimitan y buscan al asesino como si fueran policías. Pasan de los datos contrastables a las especulaciones más variopintas. Dan un salto que va de contar las consecuencias a deducir (e inducir al espectador) teorías sobre las causas.

Los jefes de las redacciones juegan a ser detectives sin reparar en los daños que provocan. Interpretar los hechos es una de las funciones del periodismo. Pero no es lo mismo interpretar sobre por qué un político hace tal o cual propuesta que interpretar sobre la desaparición de una joven menor de edad. No hace falta ser un lince para atisbar la diferencia. Basta con atesorar la humanidad y la ética de quienes sí empatizan con el sufrimiento de los afectados. Se llama responsabilidad.

En el caso de Diana Quer, estos comportamientos demenciales en busca de un mejor 'share' llegaron al paroxismo, como después ocurriría con el caso de Ana Julia Quezada y el pequeño Gabriel o con el caso del niño Julen que cayó a aquel pozo fatídico.

No aprenden la lección

El colega que antes escribía en este espacio -un gran tipo, por cierto- ya abordó el lamentable tratamiento informativo del caso Diana Quer cuando la Guardia Civil detuvo al responsable confeso del crimen, José Enrique Abuín, alias 'El Chicle'. Corría el tránsito de 2017 a 2018. La realidad tumbó aquellas versiones paranoicas que habían azuzado esos medios irresponsables. Unos medios que quedaban retratados por la verdad. Tantas especulaciones y tantas ignominias sepultadas por los hechos. 

Sin embargo, esos medios no aprendieron la lección y permanecen en la misma línea. Quizás porque sus editores nunca se ponen en el lugar del otro para comprender qué sienten los afectados al leer o ver determinadas piezas periodísticas. Ahora, los problemas familiares de los Quer son cuestión de estado. Y se contará todo lo que haga falta. Para colmo, el juicio contra 'El Chicle' por el asesinato de la joven se celebra finales de este mes. No podemos ser optimistas. Este circo continuará.

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