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ANÁLISIS DE MEDIOS

Falsos héroes e ídolos de barrio en medio de esta locura mediática

Desde hace dos años, no se habla de otra cosa en la prensa. Por eso, episodios como la paranoia que se desató sobre el desabastecimiento de test de antígenos no son casuales. Y los oportunistas, igual

Djokovic podrá participar en Roland Garros aunque no esté vacunado
Novak Djokovic.

Ha muerto Peter Bogdanovich y es una buena ocasión para volver a ver The Last Picture Show, que es su mejor película. La obra retrata la vida en un pueblo de Texas que está destinado a desaparecer y donde nada destaca por encima de nada. Allí los jóvenes descubren poco a poco la vida a través de las heridas del alma de las mayores, provocadas por la rutina y la desesperanza. La falta de expectativas de mejora suele ser el origen de la frustración y eso abona el terreno para que surja el desencanto. Se habla estos días de la epidemia de suicidios en España y se señala la falta de terapeutas en la sanidad pública. Nadie repara en las consecuencias de las expectativas insatisfechas en la salud mental.

¿Cómo evitar la desazón? Es difícil en estos tiempos, en los que se transmiten sin cesar miedo y preocupación. Se hizo 'viral' unos días atrás un vídeo de Manu Sánchez -periodista de Antena 3- en el que critica la sinrazón de algunas políticas gubernamentales relacionadas con el covid-19. Quien no hubiera conectado con ese canal de televisión el 25 de diciembre podría aplaudir su intervención, pero es que sus periodistas se han ocupado durante toda la Navidad de atemorizar a la población. Ni que decir los de La Sexta, su cadena hermana, donde llegaron a aconsejar acerca de cómo debían los ciudadanos sentarse en la cena de Nochebuena para no contagiar a los abuelos.

Analicemos los titulares del informativo de las 15.00 horas del día 25: “Navidad marcada por cifras récord de contagios”; “Cataluña marca nuevo récord de contagios en un día”; “PCR gratis y sin cita en Galicia; “Puntos autocovid fuera de los centros de salud”; “5.600 personas con cita para vacunarse en Madrid”; “La sexta ola limita las celebraciones de Nochebuena”; “Nochebuena con toque de queda en Cataluña”...

Desde hace dos años, no se habla de otra cosa. Por eso, episodios como la paranoia que se desató sobre el desabastecimiento de test de antígenos no son casuales. El Gobierno y los medios de comunicación han transmitido por activa y por pasiva que la irresponsabilidad y los descuidos pueden convertirte en un homicida. Habrá quien piense que acudir a una cena sin una prueba negativa equivale a coger el coche con dos copas de más. Y no se ve la luz al final del túnel.

Los mensajes catastrofistas oscurecen el horizonte. La sensación de muchos puede ser similar a la de los protagonistas The Last Picture Show. Ante la rutina indeseada, desesperanza.

Habrá quien piense que acudir a una cena sin una prueba negativa equivale a coger el coche con dos copas de más

Una vez se ha alcanzado ese estado, que lleva a reflexionar sobre la sinrazón del mundo y de los hombres, se empieza a pensar en lo sobrenatural y lo irracional. Entonces, surgen referentes que son meros oportunistas. O que sólo buscan la discordia.

Djokovic, un falso héroe

Novak Djokovic está en todo su derecho de no vacunarse contra la covid-19, pero eso dificulta la capacidad de movimiento en estos tiempos, en los que la burocracia sanitaria -y los golpes al Estado de derecho- han aumentado de forma preocupante. Pero este tenista ha demostrado con anterioridad que es trapacero y faltón; y su currículum incluye varias salidas de tono, lo que evidencia que tiene una especial predisposición por llamar la atención, bien sea destrozando raquetas en mitad de un partido; o culpando -como hizo su padre- a un compañero de andanzas de los contagios que se produjeron durante un torneo en 2020, cuando todas las competiciones se habían suspendido, pero los Djokovic decidieron dar la nota y celebrar su Adria Tour.

Sobra decir que medidas como el pasaporte covid o como toda la burocracia sanitaria que se ha organizado para acceder a determinados lugares resultan rocambolescas. Pero con mayor o menos acierto, cada país está en condiciones de decidir sobre su política de fronteras; y Australia establece restricciones para quienes no se han vacunado contra el coronavirus pandémico. Al igual, por cierto, que otros países hacen lo mismo con los inyectables para enfermedades como la polio, la fiebre amarilla o el tétanos.

Como las posturas son tan irracionales en este clima de desconcierto y desesperanza, hay quien ha elevado a Djokovic a la categoría de héroe y a Rafael Nadal, que le criticó, a la de villano. No hay término medio para quienes han decidido dejar de escuchar el ruido mediático y político para ponerse en manos de otros -y digo bien, otros- oportunistas. No lo digo por el tenista español, sino por el serbio, que lo único que ha hecho es aprovechar la ocasión para hacerse notar, que es lo que busca desde siempre. Y todo, sin razón.

Por supuesto que habría que plantearse la pregunta más incómoda que ha surgido en este tiempo de pandemia: ¿Por qué se siguen aplicando medidas que atentan contra las libertades individuales si se ha demostrado si son inefectivas? ¿Mueve a los gobiernos el afán por controlar el virus, la impotencia de quien no puede detener la pandemia o cierta borrachera de poder?

Y otra más: ¿Han logrado los medios -irresponsables- atemorizar a la población, radicalizar a unos cuantos y empujarles al terreno de la sinrazón y la superchería? Y, a mayores: ¿Hay capacidad crítica para detectar a los caraduras que aprovechan la circunstancia para acaparar focos?

Son las preguntas fundamentales sobre las que debería debatirse en este tiempo. Pero, más allá de todo esto, es un error encumbrar a un provocador que no tiene dos dedos de frente; y que viajó sin los requisitos necesarios para entrar en un tercer país. El fallo típico de los individuos que se encuentran despistados, en mitad de la batalla. El de la señora de la película de Bogdanovich que llora por cualquier motivo y que, para evadirse de la rutina, se acuesta con un adolescente. Y llora, llora y llora.

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