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Facebook, Cifuentes y el blanqueamiento de sepulcros en las redes sociales

Cristina Cifuentes

Hace estos días un año de la publicación de un artículo de Fernando Savater en el que reconocía que su vida ha perdido la sal y el color desde la muerte de su mujer. Para ilustrar al lector sobre la depresión que le azotaba citaba a Emanuel Swedenborg, filósofo y místico sueco que dejó escrito que los condenados al infierno no son conscientes de su fallecimiento y de su castigo hasta unos días después de que deja de latir su corazón. Entonces, los objetos cotidianos comienzan a desaparecer y los lugares frecuentados en vida se distorsionan hasta resultar desconocidos. Todo cambia, todo se anubla y todo se degrada sin que el individuo caiga en la cuenta hasta que ha transcurrido un tiempo y se da cuenta de que aquello es irreversible. El ejemplo viene perfecto para ilustrar lo que ha ocurrido con Facebook, pues las principales autoridades mundiales -inconscientes- han tardado casi una década en cerciorarse de que esta plataforma esconde un lado oscuro que es capaz de condicionar su presente y de futuro; y de resquebrajar las bases de determinados imperios. 

Lo que ha pasado en los últimos días lo resumía perfectamente The Daily Telegraph en su titular de portada del jueves: La edad del Salvaje Oeste para las compañías tecnológicas ha terminado. El escándalo de Cambridge Analytica -sea o no tan grave como lo pintan- debería auspiciar un cambio de mentalidad en los ciudadanos y en los Gobiernos de todo el mundo, pues ha dejado en evidencia que, en la era de la información, la cesión de datos en masa a estas plataformas puede tener efectos perniciosos.

Grandes compañías, como Telefónica, han anunciado proyectos -Aura- en los que prometen hacer un uso responsable de dichos datos y han dejado claro que, en cualquier caso, sólo los emplearán para mejorar la experiencia de sus clientes. Visto lo visto, quizá sea un poco 'naif' confiar en estas declaraciones de intenciones. Ni que decir tiene en Mark Zuckerberg, dueño de Facebook y experto en falsas promesas.

La cantidad de información que los usuarios conceden a las grandes compañías tecnológicas provoca un poco de vértigo y da una idea de lo difícil que resulta controlar 'al bicho'. Sin ir más lejos, el universo de Youtube avanza 500 veces más rápido que el reloj, pues a cada hora que pasa se suben 30.000 minutos de vídeo a la plataforma. En 2017, Google tuvo que eliminar 100 anuncios inadecuados por segundo, lo que hizo un total de 3.200 millones en 12 meses.

La verdad y la mentira tampoco avanzan a la misma velocidad. Científicos de Instituto Tecnológico de Massachusetts han descubierto recientemente que, en Twitter, los bulos se difunden con mucha más celeridad que las noticias veraces.

Científicos de Instituto Tecnológico de Massachusetts han descubierto recientemente que, en Twitter, los bulos se difunden con mucha más celeridad que las noticias veraces.

En estas condiciones -como suele ocurrir-, los indeseables juegan con ventaja. Se pudo comprobar a la perfección tras la muerte del mantero senegalés en Lavapiés. Nadie sabía a ciencia cierta lo que había pasado cuando aparecieron en la red social del pájaro azul varios mensajes que afirmaban que el muchacho había caído fulminado, por un infarto, tras ser perseguido por la policía. A estos 'tuits' les siguieron otros como el de Ramón Espinar (Podemos), quien, sin ser testigo de los hechos ni tener la más mínima idea de lo sucedido, escribió lo siguiente: “No hemos estado a la altura de los derechos humanos. Hemos fracasado como democracia”. Lo que se conoce como pescar en río revuelto.

Lo más descorazonador es que una buena parte de los medios no dudó en participar en ese juego y se sumó a las especulaciones. Algunos de los periódicos más vendidos de España compraron la teoría de la conspiración a Espinar y compañía sin tener ninguna certeza sobre su veracidad. Figuraba en las redes sociales y, por tanto, había que publicarla. Unos minutos después de que esa noticia especulativa llegara a miles de ciudadanos, se desataron los disturbios en el barrio.

El universo de Youtube avanza 500 veces más rápido que el reloj, pues a cada hora que pasa se suben 30.000 minutos de vídeo a la plataforma.

Las nuevas plataformas han multiplicado el caudal de la información y la velocidad a la que se desplaza. Y ese torrente muchas veces destruye los diques que separan la verdad de la mentira.

Llegados a este punto, también conviene romper una lanza en favor de las redes sociales, pues su potencia de fuego ha ayudado a difundir por tierra, mar y aire información muy valiosa y ha contribuido a detectar los más aparentes sepulcros blanqueados. A los que una gran parte de los medios ha reverenciado durante años por su propio interés. En este sentido, quizá convenga poner en cuarentena los mensajes excesivamente alarmistas sobre Facebook que lanzan ahora quienes hace unos años se sirvieron de esta plataforma para lograr triunfos políticos. Como la prensa que se puso detrás del Yes, we can, hoy en una guerra sin cuartel contra el nuevo poder político estadounidense.

Cifuentes, en el punto de mira

Este jueves por la noche, después de que Cristina Cifuentes enviara a la prensa diversos documentos que -supuestamente- acreditaban que había terminado su curso en Derecho Autonómico, aparecían en Twitter varios mensajes que advertían de que aquello no tenía buena pinta. Entre otras cosas, porque la presidenta madrileña aportaba una serie de folios sin sello oficial y escondía una de las pruebas que le hubieran ayudado a demostrar su inocencia: el trabajo de final de máster (TFM). El periódico que reveló la exclusiva, eldiario.es, publicó poco después una información que supuestamente mostraba que su expediente había sido manipulado de forma irregular.

El caso de esta política llama la atención. A cargo de su imagen se encuentra Marisa González, especialista en el arte del maquillaje. Transformó a un hombre oscuro y lleno de contradicciones, como Alberto Ruiz Gallardón, en el cabecilla de la derecha moderna. Se trataba de exhibir amabilidad para disimular la incapacidad para gestionar lo público y una megalomanía e irresponsabilidad obscenas. Con Cifuentes, su estrategia ha sido similar, pero no ha funcionado. Hubo gente a la que le costó 20 años detectar las costuras de Gallardón. El tiempo se ha reducido ostensiblemente con Cifuentes, pese a su intento de ocultar sus escándalos detrás de camisetas de Juego de Tronos y congas en el desfile del orgullo gay. En la era de las redes sociales, es más difícil que nunca mantener la pose y la sonrisa. Bastaba con ver el vídeo-selfie que grabó Cifuentes el miércoles por la noche para cerciorarse del absoluto fracaso de su estrategia. Un quiero y no puedo.

El fenómeno es curioso: estas plataformas han provocado que las falacias se difundan con una mayor facilidad, pero, a la vez, han hecho que sea más complicado que nunca perpetuar mentiras, pues cualquier mensaje se enfrenta al juicio de millones de usuarios. Y tarde o temprano alguien da en el clavo.

En la era de las redes sociales, es más difícil que nunca mantener la pose y la sonrisa

Dicho esto, no hay duda de que el asunto de Facebook y Cambridge Analytica -con sus puntos oscuros y sus incógnitas- supondrá un antes y un después en la consideración de estas plataformas de comunicación, como dejaba entrever el pasado miércoles el directivo de Google, Sridhar Ramaswamy. Desde luego, debería hacer reflexionar a los usuarios de una vez por todas sobre los riesgos que implica ceder sus datos a terceros. El año 2018 debe ser el de la transición para con las redes sociales. ¿Sabe usted que su opinión puede ser manipulada por las empresas que contribuyen a engordar la fortuna de Mark Zuckerberg?

Los dirigentes políticos también deberían aprender de estos hechos. Cristina Cifuentes y el Ayuntamiento de Madrid -por citar los dos ejemplos anteriores, los más próximos- deberían tomar conciencia de que la prudencia y la transparencia son más aconsejables que nunca, ante la enorme potencia que tienen estos nuevos medios de difusión. De lo contrario, les puede ocurrir como a los condenados al infierno que definió Swedenborg: que terminen atrapados en una realidad hostil que desconocen.

Las autoridades europeas ya han pedido explicaciones a Zuckerberg al respecto de lo acaecido con Cambridge Analytica. En paralelo, han anunciado medidas para poner coto a los bulos (fake news) que se propagan en su red social, ante las sospechas de que una parte de ellos proceden de potencias enemigas, como Rusia o China. Todavía les falta caer en la cuenta de que esas injerencias externas suelen hacer más daño a los países más débiles del panorama geopolítico que a los dominantes. Pero eso obligaría a la Unión Europea a reconocer una nueva y dolorosa realidad. Y eso es otro cantar. En cualquier caso, parece que las principales autoridades Occidentales van a tomar cartas en el asunto. Veremos si esto conduce a una mayor protección de los datos de los usuarios y el establecimiento de métodos más efectivos contra la propagación de bulos; o si, por el contrario, es aprovechado para limitar la libertad en la red e imponer nuevas mordazas. Soy pesimista al respecto.

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