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Medios

La dictadura del 'clic', o de cómo vender amarillismo y casquería por audiencia

La batalla por la audiencia ha hecho ganar fuerza al amarillismo

Existe entre una buena parte de los medios digitales una competición que podría compararse con la que se libra en 'El mundo está loco, loco, loco', esa película en la que un grupo de personas, a bordo de ocho coches, busca un tesoro en el desierto. Nadie sabe a ciencia cierta el rumbo que debe seguir ni cuál es el contenido del cofre pero, dominados por su ambición, los expedicionarios no dudan en poner en riesgo su integridad y recurrir a todo tipo de atajos, argucias y triquiñuelas para a su destino antes que el resto. En la prensa en internet ocurre algo parecido y muchos editores, superados por la incertidumbre que rodea a casi cualquier negocio en la Red, han iniciado una batalla por la audiencia que les ha obligado a saltarse unas cuantas normas deontológicas y que ya ha dejado algunos heridos de consideración. Entre ellos, el periodismo.

Basta con visitar las páginas web de algunos de estos medios de comunicación -nativos digitales o prensa tradicional con edición online- para cerciorarse de las consecuencias de este fenómeno. En su portada, disponen del mismo espacio las exclusivas de sus periodistas que las noticias-cebo que se redactan con el único fin de mejorar la estadística de visitas. Estas piezas incluyen chascarrillos (Quince adolescentes contraen la rabia por practicar sexo con una burra), elementos que apelan a las más bajas pasiones del visitante (Cazada extrema: en los deportes de la BBC pillan a un periodista viendo cine para adultos) titulares con forma de acertijo que el lector sólo puede resolver si entra en la noticia (Qué ocurre si comes huevos contaminados con friponil).

Esta lucha por el 'clic' ha engordado a un monstruo que no es precisamente inofensivo: el amarillismo. La polémica vende y lo truculento gusta. Quienes han renunciado a toda responsabilidad periodística a cambio de unos cuantos miles de 'clics' conceden actualmente un generoso espacio a temas cargados de pólvora que antes recibían mucha menos atención mediática. Entre otras cosas, porque es la que realmente merecen.

Contaba un veterano periodista que, hace unos años, cada verano saltaba a la palestra la problemática de Gibraltar, pues le venía muy bien a los periódicos para hacer frente a la “pertinaz sequía” veraniega. Los editores que han convertido la audiencia en su única prioridad dedican a este tipo de temas controvertidos un generoso espacio diario que es incluso superior al que otorgan a los asuntos que marcan la agenda política y económica.

Son pocos los medios de comunicación que han conseguido escapar a la dictadura del 'clic' y compañías tan prestigiosas como la BBC han renunciado a una buena parte de su rigor en internet y difunden noticias llenas de tópicos.

En lo que va de agosto, un conocido periódico digital ha publicado 8 noticias relacionadas con el proceso soberanista de Cataluña, un asunto de importancia capital que amenaza con explotar en 7 semanas. En ese mismo periodo de tiempo, ese medio ha dedicado 11 informaciones a hablar de Juana Rivas, la mujer granadina que está en búsqueda y captura tras haberse fugado con sus dos hijos para no entregárselos a su padre. No hay duda de que el segundo tema tendrá mejor aceptación en las redes sociales, esas plataformas a las que los medios han vendido su alma. Ahora bien, habría que preguntarse el efecto que esta política editorial tiene sobre la opinión pública.

El sensacionalismo crea monstruos

El sensacionalismo y el alarmismo venden, pero generan un daño en la sociedad que a veces es difícil de reparar. Son al periodismo lo que el populismo a la política. En 2010, después de que los medios difundieran los famosos estudios relacionados con el autismo que generan ciertas vacunas, se realizó una encuesta en Estados Unidos que concluyó que la mitad de los padres estaban preocupados por los efectos sobre la salud de sus hijos que podrían ocasionar estas preparaciones biológicas. Poco después, se descubrió que esas investigaciones eran fraudulentas, pero el daño ya estaba hecho.

Cuando acaecieron estos hechos, Facebook no tenía ni una parte de la capacidad de difusión con la que contaba en la segunda mitad de 2016, cuando saltó el escándalo de las noticias falsas que supuestamente ayudaron a ganar a Donald Trump las elecciones de Estados Unidos. Los creadores de los periódicos digitales en los que se difundían comprobaron que era más rentable la mentira y el alarmismo que la verdad y la prudencia; y no tuvieron ninguna duda sobre la estrategia a seguir.

El fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, prometió el pasado noviembre que establecería filtros para evitar que las patrañas se propagaran en esta red social. De momento, parece que esas barreras de contención no funcionan muy bien, pues cualquiera que busque las palabras 'vacunas' y 'autismo' en esta plataforma podrá observar noticias como una de Russia Today (especialista en este periodismo cogido con pinzas) titulada 'Miles de niños padecen autismo por culpas de las vacunas en EEUU'.

Las noticias de los chinos

Son pocos los medios de comunicación que han conseguido escapar a la dictadura del 'clic'. Compañías tan prestigiosas como la BBC han renunciado a una buena parte de su rigor en internet y difunden noticias llenas de tópicos -BBC Mundo- en las que, por ejemplo, se sitúa a 'la siesta' como el secreto que explica longevidad en los españoles o se concede un excesivo espacio a los temas relacionados con todo lo que sucede más abajo de la cintura.

Todo vale por la audiencia. Todo vale por figurar lo más arriba posible en el listado de periódicos digitales más leídos de ComScore. ¿Le interesa a usted que un bar de China haga descuentos a las clientas con pechos grandes?. Si le pilla a desmano, mejor no entre en la web de una de las televisiones más vistas en España.

El panorama no invita especialmente al optimismo, dado que una buena parte de la prensa digital ha renunciado a sus principios editoriales para poder incrementar su audiencia y, de ese modo, aumentar sus ingresos y aspirar -y digo aspirar- a conseguir más publicidad de los anunciantes institucionales. Es decir, de los peces gordos del acuario.

Por eso se han entregado al amarillismo más ramplón y a ese tipo de noticias de sucesos con las que se podría escribir el primer capítulo de una novela negra (Bea, la auxiliar acusada de asesinato que trabaja de sol a sol para sacar adelante a su hija / Alfred, el cerdo exhibicionista que pide que sea legal enseñar sus genitales).

Sólo el 2,6% de los ciudadanos españoles paga por leer noticias en internet.

Este tipo de malas prácticas se deben a la dificultad para obtener ingresos que tienen los medios de comunicación, especialmente si son nativos digitales. Basta con echar un vistazo a los informes de la consulta i2P para cerciorarse de que, desde 2008 y hasta 2016, la inversión publicitaria ha mermado desde los 7.000 hasta los 4.200 millones de euros. La crisis económica provocó que muchas empresas e instituciones encogieran la mano y eso afectó directamente a las cuentas de los periódicos, la radio y la televisión.

También hay que tener en cuenta que el sector de la prensa en España se encuentra en un complejo momento de transición. Los periódicos cada vez llegan a un menor número de ciudadanos, pero en 2016 recibieron más dinero que sus competidores en internet (560,9 millones, frente a 539,5).

A esto hay que sumar que en España todavía no se ha producido el esperado (y necesario) proceso de fusiones entre los grupos editores de papel; y que en los últimos años han surgido diversas cabeceras digitales que aspiran a vivir de los anunciantes. La tarta publicitaria es mucho más pequeña que antes de la crisis, pero existe un mayor número de empresas periodísticas que pugnan por conseguir una porción. Y entre crecer en influencia y en audiencia, muchos han optado por lo segundo, que es más sencillo y requiere mucho menos esfuerzo y talento.

De hecho, en ocasiones tan sólo requiere de dinero. Tan sólo es necesario gastar unos cientos de miles de euros en una promoción en Facebook o invertir una determinada suma en una de esas empresas que se encargan de dirigir 'tráfico' hacia las webs que las contratan. Pregunte usted a los responsables de cualquier medio digital y reconocerán haber recibido la visita de uno de esos comerciales que promete miles y miles de usuarios únicos a cambio de un ingreso en la cuenta corriente de su empresa. Ningún medio reconoce que ha recurrido a estos servicios, pero a tenor de los espectaculares crecimientos de audiencia que se observan en los listados mensuales de ComScore, parece difícil creérselo.

Los editores de prensa son conscientes de que en España resulta muy difícil que un periódico digital obtenga unos ingresos significativos a través de sus suscriptores. El Estudio de uso y actitudes de consumo de contenidos digitales, publicado el pasado julio por el Ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, revela que sólo el 2,6% de los ciudadanos de este país paga por leer noticias en internet.

Es cierto que el porcentaje es mayor que hace unos años y que el número de consumidores de prensa digital ha aumentado considerablemente en la última década. Pero el panorama no es muy alentador, como se demuestra al observar el incremento de los ingresos que han registrado plataformas de vídeo en streaming. De hecho, en 2011 sólo el 3% de la población invertía dinero en comprar series y películas en internet, mientras que actualmente lo hace el 19%.

Algo tiene que cambiar

Pese a que esta estadística pesa como una losa, entre los principales grupos existe el convencimiento de que el futuro está en los contenidos 'premium'. Es decir, aquellos a los que el usuario sólo puede acceder a cambio de pagar una cuota periódica. Cabría preguntarse, en este sentido, si quieres han acostumbrado a sus lectores a recibir diariamente noticias amarillistas e insustanciales podrían llegar a aplicar este modelo con éxito.

No hay que olvidar que la información es el bien intangible más valioso y que todo periódico debe sustentarse en un proyecto intelectual -más o menos sesudo- que le sirva para fijar su rumbo y evitar caer en determinados vicios. No parece que algunos editores españoles tengan actualmente una especial voluntad por evitar estas tentaciones. Hay quien hace unos meses enarbolaba la bandera del periodismo plural, independiente y responsable y hoy vende casquería al por mayor. Todo por la pasta.

Es cierto que el panorama es incierto y que nadie sabe a ciencia cierta de qué forma se mantendrán los medios de comunicación en el futuro. Warren Buffet decía que, en el mundo de los negocios, el retrovisor siempre ofrece una mejor perspectiva que el parabrisas. Quizá si algunos editores hicieran caso a esa frase se evitaría que en España se reprodujeran esas copias traducidas de The Sun o el Daily Mail. Y quizá así caerían en la cuenta de que fueron muchos quienes, anteriormente, rebajaron la calidad de su producto para intentar aumentar sus beneficios y poco después tuvieron que declararse en bancarrota.

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