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Villarejo, los diez negritos y el periodismo corrupto

Villarejo

La historia podía haberla escrito Vázquez Montalbán y dirigido Scorsese. Eso sí, con banda sonora de Giorgio Moroder, con ese toque hortera y casposo de la música disco ochentera. En este periódico, la han contado Tono Calleja y Alejandro Requeijo, quienes han detallado el nexo entre el comisario Villarejo, un dictador en apuros de una república bananera y algún que otro periodista que se metió unos cuantos miles de euros en el bolsillo por ejercer de tonto útil. Pongamos a todo esto el “presuntamente”, dado que los hechos están por juzgar.

Resulta que en la excolonia española del África tropical, Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang estaba atribulado por las críticas que había recibido su hijo Teodorín en El Mundo y El País. Como casi cualquier sátrapa, Teodorín tiene ciertas costumbres que son difíciles de asimilar por la prensa occidental, lo que le generó ciertos problemas de reputación. Su colección de coches de lujo y sus conocidas juergas parisinas no son tan impactantes como la crueldad de Idi Amin o esa dichosa afición por el canibalismo de Bokassa. Pero lo cierto es que el consumismo del muchacho afectó a su popularidad. También, por qué no decirlo, el hecho de que la justicia francesa le imputara entonces blanqueo y cobro de comisiones ilegales. O que el régimen presuntamente extorsionara a empresarios españoles para que pagaran más mordidas y les hiciera perder todas sus inversiones si se negaban.

El caso es que los Obiang acudieron a alguien que era especialista en crear y resolver problemas para la gente con posibles, como es Villarejo, a quien le habían contratado previamente por 5,3 millones de euros para defender los intereses de la dictadura. Aquello ocurrió en un momento en el que Gabriel Mbenga, hijo de Obiang con su segunda mujer y ministro de Hidrocarburos -la gran fuente de financiación del país-, había generado inquietud en Teodorín, toda vez que se le atribuía interés en suceder a su padre en el 'trono'. El representante en España de la dictadura pidió entonces a Villarejo que investigara las cuentas bancarias de Mbenga en España y el comisario afirmó -supuestamente- que eso llevaría su tiempo y que, mientras tanto, iba a convencer a algunos periodistas de su confianza para iniciar una campaña de lavado de imagen del Gobierno de Guinea Ecuatorial.

Fue entonces cuando se puso en marcha el portal Información Sensible. Para ese proyecto, Villarejo destinó un presupuesto de 2.000 euros al mes. En paralelo, contactó con otro medio digital para ofrecerle escribir a favor de Obiang, a cambio de algo más de 3.000 euros mensuales. En esta web, por cierto, Villarejo mantuvo un blog de espías en el que contaba sus intrigas policiales y alguna que otra batallita de difícil digestión. Entretanto, en esa casa de Tócame Roque que era el Ministerio del Interior del piadoso Jorge Fernández Díaz, se reclutaba a periodistas para que se hicieran eco de las hazañas de la policía patriótica, que actuaba al más puro estilo de Torrente para tratar de desactivar el independentismo.

Las mil y una noches del periodismo

El periodismo es una profesión de vanidosos en la que conviven 'salvapatrias' que aspiran a trascender con 'curillas' egocéntricos que, cuando son cuestionados, no tardan en responder con una completa e intrascendente exposición sobre su hoja de méritos. Como en toda profesión, familia o colectividad, hay quien es fácil de corromper y se presta a este tipo de manejos por engordar su cuenta corriente, mantener su chiringuito a flote o, simplemente, por recuperar la influencia que ha perdido por méritos propios.

Villarejo -gran conocedor de la condición humana- tuvo y tiene abundante información de interés general, que, entre otras cosas, demuestra la carcoma de este país, que siempre ha sido atractivo para los córvidos y para los chanchulleros que hacen fortuna gracias a la levedad de quienes tienen la voluntad más quebradiza, que por aquí son muchos. El problema es que este excomisario es una de las peores representaciones de esta enfermedad, de ahí que aprovechara la falta de escrúpulos y de 'cash'; o la necesidad de grandes exclusivas de unos y de otros para ganar músculo dentro del Estado. Desde luego, resulta sorprendente que algunos publicaran su mercancía sin tocar ni una coma, pues en la cloaca de vez en cuando se encuentran suculentos premios, pero normalmente lo que abunda es la ponzoña.

Nadie dijo que esto fuera una profesión de tipos de fiar ni de almas cándidas, pero tampoco resulta muy higiénico el hecho de que algún que otro 'ilustre' se ofrezca a difundir material altamente tóxico por unos cuantos billetes de euro. O, como en otro conocido caso, por salir en la televisión cuya línea editorial modula otro viejo conocido de Villarejo. Desde luego, quienes tanto temor tienen a las famosas fake news quizá deban dejar de alertar sobre Vladimir, pirata informático ruso de poca monta, y observar de cerca a estos monstruos, que ellos mismos engordaron y que, en algún caso, se han vuelto en su contra.

Causa cierta perplejidad que algunos periodistas alardeen de prestigio tras haberse prestado a hacer de chicos de los recados de un comisario que estuvo en una buena parte de las fiestas del poder. Según Patricia López, de Público, alguno ya ha visto las orejas al lobo y está a la búsqueda de abogado por si alguna de las bombas que ha activado el excomisario explotara en su propio tejado.

No es sólo una historia de policías

En cualquier caso, esto no va sólo de policías. También de grandes empresas que aprovechan cada día la débil salud financiera de los medios de comunicación para que en sus páginas se ensalcen sus logros y se ataque sin piedad a sus rivales. O de periodistas que de vez en cuando ejercen de comisionistas y no dudan en poner su firma al servicio de agencias especializadas en comunicación de crisis o de empresas que suelen recurrir a la guerra sucia para mejorar su imagen.

Villarejo es un síntoma del cáncer del sistema, pero también del mal que afecta a una profesión en la que no faltan voluntades quebradizas ni tipos con disposición a sacrificar la verdad a costa de fama, sustento o bienestar. El fenómeno no es ni mucho menos residual, por mucho que los 'enamorados' de la profesión se empeñen en transmitir lo contrario, pues todo medio tiene sus vacas sagradas y sus dependencias; y, en algunos casos, una pistola debajo de la mesa y un teléfono rojo que suena cuando alguno de los pagadores tiene un problema. La de Villarejo es sólo una de las tramas que afectan a este sector y condicionan sus editoriales. Y ni mucho menos es la más lucrativa para la prensa. Pero esto, evidentemente, los medios no se esfuerzan por contarlo.

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