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Medios

Tamayazos, apocalipsis y otras mentiras de la prensa de partido

Inés Arrimadas en el Congreso de los Diputados.

Ocurrió hace unos cuantos años en la redacción de un periódico conservador. Un voluntarioso becario comprendía en un solo día de trabajo todo lo que no le habían enseñado en la facultad de Periodismo.

-A ver, nosotros estamos aquí para darle caña al Gobierno -afirmaba el redactor jefe.

-¿Y qué hacemos si el Gobierno acierta?

-Eso, para nosotros, nunca va a pasar.

Mentía el redactor jefe, porque eso por fuerza sí iba a ocurrir, pero llegado el caso el periódico no lo reconocería, que es una cosa bien distinta. En los medios hay un problema de fondo con la verdad. Porque no descubrimos la pólvora al percibir que la verdad está por debajo del interés partidista o ideológico del medio en cuestión. Pero ese becario sí descubrió ese día el cinismo, el partidismo y la desvergüenza que riegan cada día este bello oficio.

A derecha y a izquierda

El espectáculo mediático de los últimos días acerca de la trascendental votación de investidura de Pedro Sánchez ha sido demencial. Inasumible para mentes racionales. Ha ocurrido en los medios de la derecha y los de la izquierda (una clasificación tan real como hiriente).

En la izquierda se avivó un viejo fantasma de doloroso recuerdo para Rafael Simancas. La cosa quizás empezó cuando a Inés Arrimadas se le ocurrió pedir a la bancada del PSOE que "un valiente" cambiase su voto del "sí" al "no" para hacer descarrilar al nuevo Gobierno antes de ponerse en marcha. Ahí apareció el término mágico: "tamayazo".

La realidad es que la líder in pectore de Ciudadanos no estaba pidiendo un "tamayazo". Solo pedía que diputados socialistas votasen en conciencia contra la decisión mayoritaria del grupo parlamentario. No es una petición tan extraña. Sin ir más lejos, los sanchistas más fieles, entre ellos actuales ministros, votaron "no" a Rajoy en 2016 cuando el PSOE había decidido abstenerse. El hoy presidente del Gobierno dejó su acta de diputado para afianzar su antológico "no es no" al líder del PP. 

Ni "tamayazo" ni se le parece

Lo que hicieron Tamayo y Sáez en 2003 nada tiene que ver con la realidad de estos días. Esos dos diputados del PSOE traicionaron al partido en la Asamblea de Madrid, sí, pero porque ni aparecieron a votar y recibieron jugosos beneficios por ello. Lo que pedían Arrimadas y otros no era un "tamayazo", era romper la disciplina de partido por conciencia. Pero el trazo grueso es lo habitual en estos tiempos confusos.

Durante varios días, "tamayazo" a todas horas en periódicos, impresos o digitales, y, sobre todo, en televisión. Como cuando se busca a una persona desaparecida o se investiga un crimen, los hechos dejan de importar para los medios, que se adentran en el tenebroso camino de las hipótesis, las conjeturas y las teorías peregrinas. "Yo creo que el 'tamayazo' es posible", dice un tertuliano. Otro se viene arriba e incluso lo reclama "por el bien de España".

La cosa va in crescendo hasta que aparece un informador que cubre información del PSOE y dice que es imposible que ocurra. Demasiado soso, vuelta a empezar. Porque la verdad o la información dan igual. Los clicks y la audiencia están por encima. Hay que rellenar páginas y horas. Todo vale para agitar el cotarro. Si la realidad te desmiente luego, nadie se acuerda. Que gire la rueda. Ancha es Castilla. 

De los hechos y la opinión

En la derecha, por otro lado, ha abundado la sensación de que este Gobierno de PSOE y Podemos es tan dañino como el apocalipsis bíblico. Los discrepantes irán a la hoguera. Muere la libertad. Llegan las checas. Nadie esperará a ver si el Ejecutivo acierta o se equivoca. El juicio ya está hecho. Todo será un horror. O, peor, nos convertiremos en la Venezuela chavista. Apriorismos, exageraciones y mentiras por doquier.

Cada medio y cada periodista, faltaría más, tienen todo el derecho del mundo a opinar e interpretar que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias nos llevarán al desastre. Quienes así piensan quizás tengan razón. Pero lo nocivo no es pintar un paisaje de España como si acabase de explotar una bomba nuclear, ni tampoco creérselo o preverlo o incluso pregonarlo. Lo nocivo es entremezclarlo o confundirlo o camuflarlo con la información.

Opiniones y hechos se llevan bien, las unas se basan en los otros, pero no son lo mismo. Las fronteras entre ambas se diluyen cada día con más frecuencia. Proliferan los titulares dogmáticos y las tertulias tendenciosas. A las trincheras. La prensa de partido funciona a las mil maravillas. Triunfa la desinformación y, por ende, el populismo. Y entretanto la verdad se esfuma como los sueños de ese becario inexperto.  

Para mejorar estas prácticas periodísticas tan habituales no hace falta que el Gobierno se ponga a combatir las fake news, como anunció Sánchez, porque el remedio puede ser peor que la enfermedad. La responsabilidad y la honestidad de los periodistas y, sobre todo, de los editores serían suficientes. Pero tampoco conviene engañarse con deseos que rozan el onanismo mental. La prensa siempre ha sido de partido. Y así va a seguir siendo en muchos periódicos y televisiones de este país del garrotazo y el griterío. No hay salvación posible, pero al menos aquí hay libertad para denunciarlo. Por ahora.

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