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La moral de Netflix: rancho para mentes atrofiadas

Netflix

Resulta que ser omnívoro, ergo humano, ya no está del todo bien, dado que daña el planeta. Dicen los expertos que la dieta carnívora contribuye al calentamiento global, por tanto, no es de extrañar que en el futuro la carne esté gravada con elevados impuestos y se promueva algo tan saludable como alimentarse de grillos, que ya se venden en algunos hipermercados españoles e incluso se pueden encontrar por la calle, de forma gratuita. Puede que le produzca asco meterse en la boca ese insecto lleno de patas, pero todo es por su bien, pues la ganadería contribuye al cambio climático y la ONU acaba de decir que conviene cambiar los hábitos alimenticios para que no aumente la temperatura de la Tierra. Estos argumentos ya los conocerá si está suscrito a Netflix, gracias a los imprescindibles documentales de Kip Andersen, fundamentalista del veganismo, tocado de la cabeza, que, por el bien del globo terráqueo, manipula hasta el punto de situar la producción y el consumo de carne como la causa de sequías y enfermedades.

Es difícil adivinar qué sería de todos nosotros sin la ayuda moral de empresas como Netflix, subversivas con los verdaderos problemas, pero con una especial sensibilidad para con las memeces de las colectividades que más fácilmente se ofenden por casi cualquier cosa. Hace unos cuantos años, el gran Tom Sharpe ridiculizaba a estas últimas a través de la esposa de su célebre personaje Wilt, que lo mismo se embarcaba en la meditación trascendental que montaba una convención de 'Niños Contra la Violación' en el jardín de su casa. Hoy en día, las cosas no andan mejor, que digamos. Recientemente, la Agencia de Estándares de Publicidad Británica ha decidido prohibir dos anuncios de queso Philadelphia y un automóvil de Volkswagen por difundir estereotipos de género. En uno, aparecía una mujer cuidando a un niño, lo cual es claramente terrible. En el otro, se veía a un padre cabreado con su vástago, lo cual también roza el crimen de lesa humanidad.

Es difícil adivinar qué sería de todos nosotros sin la ayuda moral de empresas como Netflix, subversivas con los verdaderos problemas, pero con una especial sensibilidad para con las memeces de las colectividades que más fácilmente se ofenden por casi cualquier cosa.

La venerable institución se ha escudado en la nueva normativa de las islas británicas, que quiere impedir que las marcas que se anuncien en los medios de comunicación transmitan entre la población una idea heteropatriarcal de la sociedad. Evite usted mostrar a las mujeres en situación de aparcar o con pintalabios rojo y minifalda; y, por supuesto, ni piense en recurrir a un padre que lleva a un muchacho a un partido de fútbol. Eso podría hacer pensar a los televidentes que varones y mujeres pueden llegar a comportarse como hacen habitualmente pese a los esfuerzos de los estudiosos del género por moldear una sociedad mejor y más igualitaria. Podría usted asustarse, al pensar que todo esto forma parte de una distropía en la que el personal se ha vuelto tonto de remate, pero no es así. Todo esto es por su bien.

Aquiles, mulato

Netflix incluye en su catálogo -malísimo- una buena ración de obras destinadas a hacer las delicias de este buenismo tontorrón, que es el que vive pendiente de que nadie ofenda a ningún presunto oprimido. Esta empresa produjo hace un tiempo una serie sobre la guerra de Troya que resulta muy ilustrativa sobre su devoción por lo políticamente correcto. Uno espera ver a Aquiles como un guerrero blanco de dorada cabellera rizada, pero se encuentra con un actor negro, puesto que los criterios de igualdad y proporcionalidad nunca pueden ser menoscabados por el rigor histórico (el cual, por cierto, no existe en el documental Dos Cataluñas, en otra manipulación política).

Y es que conviene no dejarse llevar por las corrientes que arrastran hacia el supremacismo, el etnocentrismo y el humanismo, dado que los animales también tienen altas capacidades cognitivas. Así se puede apreciar en otra de las obras cumbre de Netflix, un documental sobre una elefante hawaiana (elefanta, perdón) que trabajaba en un circo y que un día enloqueció y mató a sus cuidadores. Todo ocurrió porque el paquidermo (o paquiderma) se sentía hostigado(a) y quiso liberarse de su yugo a las bravas. La conclusión es que la domesticación no es buena, en una parte importante de los casos. Es evidente que el trato a los animales en determinados ámbitos no es el mejor posible, pero el dramatismo del que está impregnada la historia es tan patético que parece propio de una parodia. Pero da igual, aplaudan ante una nueva denuncia sensacionalista y vacía.

Este patrimonio no es exclusivo de Netflix, puesto que recientemente hemos podido apreciar otro glorioso episodio de la mano de HBO, que ha incluido en su catálogo una (soporífera) oda al canalla de Jesús Gil con la que también ha tragado una parte de los medios, que han babeado alrededor de la mini-serie. Ocurre que cuando alguien intenta retratar a un personaje populachero, como fue el exalcalde de Marbella, puede obtener lo contrario a lo que persigue, especialmente si no es un genio de lo suyo. Así ha ocurrido con este documental. Pero tampoco importa, al igual que la arraigada costumbre de estas plataformas de regodearse en todo tipo de crímenes sanguinolentos. Pero vaya, han venido para nutrir de aire fresco al panorama audiovisual internacional. Por eso, usted puede encontrar series sobre los más truculentos delincuentes estadounidenses; o sobre asesinatos como el de la niña Asunta Basterra. Todo, por el bien del espectador y para satisfacción del crítico de televisión, que parece temer la reacción de sus colegas si se atreve a cuestionar el criterio de estas nuevas plataformas.

Este patrimonio no es exclusivo de Netflix, puesto que recientemente hemos podido apreciar otro glorioso episodio de la mano de HBO, que ha incluido en su catálogo una (soporífera) oda al canalla de Jesús Gil.

Por eso, se muestra complaciente con documentales como Grass is greener -que es pura apología de la marihuana- y con las hazañas y obras de caridad de los narcotraficantes como Pablo Escobar y 'el Chapo' Guzmán, que han sido elevados a la categoría de 'héroes pop' por los dueños de esta plataforma, hasta el punto de poner de moda un par de años atrás a los cárteles colombianos. Qué risa, oiga. Mientras tanto, se habla de pueblos oprimidos con un gran rigor y muy poca ligereza, en documentales que ocultan la parte de la realidad que no interesa, como debe ser.

El rebaño periodístico aplaude todo esto porque merece la pena; y porque, a fin de cuentas, oponerse sería algo así como reescribir el guión de Bienvenido Mr. Marshall para hacer que los españoles desconfíen de los americanos antes de los envíos de leche en polvo...y poco más. También sería muy poco open mind el hecho de reclamar que los documentales históricos se hagan con cierto rigor, aunque eso implique el incumplimiento de las cuotas de género. O pedir ciertos escrúpulos a la hora de tratar crímenes como el famoso 'caso Asunta'; o al referirse a algunos de los delincuentes más sanguinarios de la historia de Latinoamérica, como Escobar.

Pero es el sino de los tiempos, en los que el rebaño periodístico aplaude el infame catálogo de estas plataformas -la selección de cine es para echarse a llorar- y escribe con postureo cateto sobre su criterio editorial, que tolera estridencias y manipulaciones obscenas que, en otro contexto, serían definidas como telebasura. Era obvio que el nivel no era muy alto, pero no deja de sorprender que se encuentre tan hundido en el suelo. En cualquier caso, recuerden, todo esto lo hacen por el bien del ciudadano, que cada vez tiene la cabeza más llena de la propaganda de todos aquellos que, con la excusa del 'bien', buscan dividir y confrontar a la opinión pública. No lo dude.

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