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Gregorio Morán: “En La Vanguardia ahora se han dado cuenta de que han sido 'sanchistas' de toda la vida”

Gregorio Morán en entrevista con Vozpópuli

Gregorio Morán presentó el pasado martes en Madrid su último libro, Memoria personal de Cataluña, en la que analiza las servidumbres de la sociedad catalana hacia el poder, cuyo gran 'preboste' ha sido en las últimas décadas Jordi Pujol. En la obra, editada por Foca (Akal) analiza la “quiebra técnica” en la que se encuentra esta comunidad autónoma y repara en casos como el de La Vanguardia, la gran 'institución' de la prensa catalana, cuyo editor tiene una especial habilidad para situarse en cada momento al lado del 'oficialismo'.

Morán charla unos minutos con Vozpópuli poco antes del acto presentación de su libro, celebrado en la sede de la Asociación de la Prensa de Madrid. El periodista y escritor publica en este diario, desde el pasado otoño, sus 'Sabatinas intempestivas', después de haberlo hecho durante 30 años en La Vanguardia; y durante unos meses en Crónica Global.

Pregunta: Ha dicho usted en varias entrevistas que no tiene sitio para escribir en Cataluña. La cuestión se podría plantear a la inversa: ¿qué llevó al conde de Godó a dejarle durante tantos años?

Respuesta: Porque no había la misma crispación que hay ahora. El país tenía antes diferentes gamas de opiniones y eso formaba parte del trantrán de La Vanguardia. Los sábados mi artículo podía causar cabreo, pero se asumía. El problema vino cuando la cosa se puso un poco crispada. Entonces, la atmósfera comenzó a estar dominada por una presión insólita; y no sólo venía desde arriba, sino también desde la propia redacción, absolutamente subsumida en posiciones independentistas.

P: ¿Tanta era la presión entre las mesas?

R: Desde ahí se pidió que se me censuraran los artículos.

P: Compruebo que no sólo tuvo problemas con el artículo que motivó su despido...

R: No, hubo un par de incidentes anteriores, como cuento en el libro. Uno, sobre Israel. Pero bueno, fueron dos en treinta años. Creo que eso es bastante asumible, me puedo sentir un privilegiado.

P: Dicen las malas lenguas que La Vanguardia ha vuelto a dar un giro para adaptarse al nuevo oficialismo…

R: Ahora se han dado cuenta de que han sido ‘sanchistas’ de toda la vida. No olvides que esto está en la tradición de La Vanguardia. Primero, defendió la dictadura de Primo de Rivera; luego, la República; luego, en la guerra, fue un periódico radical porque lo confiscaron. Posteriormente, con Franco, fue ‘La Vanguardia española’ y tuvo como directores a ‘fenómenos’ del periodismo, como Manuel Aznar y Zubigaray, abuelo del presidente (José María Aznar). En la Transición mejoró y llegó un momento, que cito en el libro, en el que fue el periódico más vendido de España, antes de que saliera El País.

El conde no sabe hablar ni una sola palabra de catalán. No sabe decir ni ‘bon dia’.

P: Luego se achicó…

R: Hay que tener en cuenta el espíritu de La Vanguardia, dado que es un periódico que siempre será de Barcelona para Cataluña, eso es marca de la casa, por más que intentaran abrirse a Madrid. De hecho, cuando lanzaron la edición en Madrid, que fue un fracaso. Muchos catalanes dijeron que para leer lo de Cataluña en Madrid, preferían un periódico de Cataluña.

P: En 2011, en pleno procés, se crea la edición en catalán, subvencionada, con el lema de 'ja era hora'. ¿Fue un repliegue simbólico?

R: Lo que llama la atención es que el conde no sabe hablar ni una sola palabra de catalán. No sabe decir ni ‘bon dia’, pero en esa voluntad de adaptarse al 'oficialismo', desde donde llegaban las subvenciones.

P: ¿Cómo era su relación con Javier Godó?

R: Nunca he cruzado una sola palabra con él. En 30 años, yo nunca le he visto. Fue una especie de consenso mutuo: ni yo tenía un especial interés en verle, ni parece ser que él me quería ver a mí. Una vez me mandó una carta diciendo que admiraba mis artículos. Me consta que los ojeaba, pero rápidamente iba a la sección de necrológicas, que es la que daba dinero.

P: En uno de sus últimos artículos, en Vozpópuli, hablaba de la rendición del diario al ‘pujolismo’ y citaba a Enric Juliana…

R: Le llamaba “tonto solemne”. De La Vanguardia surge el famoso editorial colectivo en defensa del Estatut, que firman todos los periódicos de Cataluña. La idea brota del tonto solemne de Enric Juliana y de José Antich.

P: La Vanguardia toma la iniciativa y el resto le siguen…

R: Mira, en el libro hago una referencia a que en Cataluña hay tres cosas inamovibles: el Barça, La Caixa y La Vanguardia.

En Cataluña hay tres cosas inamovibles: el Barça, La Caixa y La Vanguardia.

P: Incluso la virgen de Montserrat, se puede decir…

R: Sí, eso es como la Santísima Trinidad; y luego está el espíritu que lo domina todo. En cualquier caso, a lo que iba, La Vanguardia es una referencia y cuando ha tomado este tipo de iniciativas, el resto le han seguido.

P: Cambiando de tema, ¿qué cabe esperar tras el juicio del procés? No hace mucho le preguntaba a Gabriel Rufián y no sabía responder…

R: Hombre, Rufián yo creo que de esto no es que sepa menos que yo, es que no sabe nada de nada. Es la viva representación del lumpen político. Rufián entró en el grupo de los castellanoparlantes de ERC. Ahora ya ha aprendido catalán e interpreta otro papel. Pero, como su propio apellido indica, que él no conoce en castellano, lo suyo es brutal y no tiene ni idea de nada. Volvemos a la historia de siempre conocida en España: si estos tíos no se dedicaran a la política, ¿de qué iban a vivir?

P: Bueno, no es el único ejemplo ni sólo ocurre en Cataluña…

R: No, no. Mira, yo me acuerdo de otro, como es José Zaragoza. Éste era camillero en un hospital. ¿Imaginas que éste hubiera vuelto de camillero? ¿Habría sabido empujar una camilla?

P: Volvamos a la cuestión inicial, ¿qué podemos esperar después del juicio?

R: Yo creo que lo importante estará fuera del ámbito judicial. Esto es un problema político y se irá resolviendo. Volveremos a lo que Ortega llamaba “la conllevancia”. Esto no se soluciona en un año o dos, ni depende del resultado de un juicio. Hay abierta una herida muy profunda en la sociedad catalana que tardará en cerrarse. Aquí, en Madrid, quizá se vea como algo más sencillo, pero claro, allí las consecuencias son muy importantes. Allí el señor va a la pescadería por la mañana, ve un lazo amarillo y no sabe si está contribuyendo a la causa o no. Eso simboliza la gran herida que hay abierta.

Aprendí mucho de los terraplanistas. En el momento que sabes que hay millones de ciudadanos del mundo que creen que la tierra es plana, te cambia el paradigma. De repente, dices: pues bueno, ¿por qué no van a creer en esta gente que promete la República catalana?

P: Pero es curioso porque los independentistas parecen inasequibles al desaliento…

R: Es la fe, ¿qué te voy a decir de la fe? Mira, yo aprendí mucho de los terraplanistas. En el momento que sabes que hay millones de ciudadanos del mundo que creen que la tierra es plana, te cambia el paradigma. De repente, dices: pues bueno, ¿por qué no van a creer en esta gente que promete la República catalana?

P: La tercera parte de su libro está dedicada a Barcelona. Y es pesimista…

R: Hombre, no es muy optimista.

P: ¿La imagina dentro de una década, si continúa esta dinámica?

R: Hombre, diez años no sé si viviré. Pero yo la recuerdo cuando Madrid era un lodazal. La perspectiva que veo es que el conflicto seguirá. Su evolución dependerá del resultado de las urnas y de la actitud de sus protagonistas. ¿Está en vías de solución? No creo. ¿Que hay una vía de salida? Siempre hay una escalera que a alguien le puede ayudar a salir del pozo. Pero, como la película de Fellini, 'e la nave va'. ¿Hacia dónde? No lo sé.

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