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De las identidades y las ambiciones

Reparto de Sin identidad, la nueva serie de Antena 3.

Ya está aquí la última gran apuesta de la ficción española. Este martes se estrenó en Antena 3 Sin identidad. El primer capítulo fue trepidante pero quizás demasiado alambicado. Esta serie posee un elenco muy poderoso, con actores consagrados como Tito Valverde, Lydia Bosch, Victoria Abril y Jordi Rebellón. Y la temática es cuanto menos atractiva, aunque puede pecar de rebuscada. Se trata, por tanto, de un producto interesante y recomendable que debe ser mimado para no fracasar. Habrá que ver si en los siguientes capítulos los hacedores de la serie aprovechan o estropean lo que tienen entre manos. La materia prima es buena, eso no puede negarse. Pase lo que pase, se agradece la apuesta de las televisiones por series made in Spain. Aquí, en este trozo de planeta tan pesimista, tan cruel y tan asfixiante, hay más talento del que habitualmente se cree.

Sin identidad narra la historia de una chica, María (Megan Montaner), que pertenece a una familia adinerada. Un buen día descubre por casualidad que es adoptada, empieza a investigar en busca de sus padres biológicos, se topa con una red de adopciones ilegales (o sea, niños robados) y acaba, por giros del guión que aún no conocemos, encarcelada en una prisión de China. Tras diez años entre barrotes, esta mujer regresa a Madrid para vengarse de su familia. Una trama demasiado compleja, tal vez, pero sin duda atrayente. El inicio de la serie, cuando el espectador asiste a la fuga de la cárcel, está más que bien resuelto. En unos veinte minutos muy bien narrados la audiencia se engancha ante el sufrimiento, huida y regreso de la protagonista.

Todo en esta serie parece encaminarse hacia la grandiosidad, pero puede, por ello, que sus creadores hayan incurrido en el pecado mortal de la ambición 

María es el gran eje de esta serie producida por Diagonal TV. En el primer capítulo ya se vislumbra que la ficción se va a desarrollar en dos planos temporales: en 2001, con la trama de su investigación sobre su origen y sobre el tráfico ilegal de niños; y en 2013, con su vuelta a Madrid para acometer su venganza. Otra vez suena goloso, pero quizás sea desmesurado y agobie o confunda a la audiencia. Por ejemplo, dicha forma de narrar en dos épocas separadas por tantos años genera el problema de la caracterización de los personajes. Dificultades quizás innecesarias. 

Se atisban personajes más que interesantes, ricos en matices, con malvados muy perversos y buenos adorables, pero también en esto parece que se han podido pasar de frenada porque acaso sean demasiados. Y es que, amén de los actores mencionados, también trabajan aquí Eloy Azorín, Verónica Sánchez, Miguel Ángel Muñoz, Daniel Grao y Elvira Mínguez, entre otros. No es bueno que sus potenciales seguidores necesiten una guía para enterarse de quién es quién. En síntesis, todo en esta serie (argumentos, tramas, ritmo, personajes) parece encaminarse hacia la grandiosidad, pero puede, por ello, que sus creadores hayan incurrido en el pecado mortal de la ambición. Quien mucho abarca, poco aprieta.    

Hablando de identidades, es evidente que en España no puede disponerse de los medios económicos y técnicos que disfrutan los creadores de una serie norteamericana. Pero, como se ha dicho ya al principio, existe más talento entre los empleados del sector de lo que se suele y puede reconocer. El pesimismo, la crueldad y la envidia, tan nuestros, acaban por ahogar a demasiados profesionales. Parece que Sin identidad es una buena muestra de esa calidad tan negada o al menos tiene mimbres para serlo. En cualquier caso, otras series de factura reciente como El Príncipe, en Telecinco, o Velvet, en Antena 3, atestiguan que no somos tan torpes como dicta el tópico venenoso y autodestructivo. Pero, como siempre, el éxito de esta serie depende de que la audiencia responda.   

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