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The Last of Us: una superproducción jugable sin nada que envidiar a Hollywood

Los aficionados a los videojuegos llevamos un tiempo preocupados con la deriva cinematográfica de los mismos. Una ambición que suele consistir en arrojar una montaña de dinero a cuatro nombres de Hollywood para hacer un pastiche mal entendido de Michael Bay, en el que estallan tantas cosas como decepciones se lleva el jugador. Naughty Dog es un poco la excepción a la moda: su saga Uncharted (sobre todo la segunda parte) nos dejó mejor sabor de boca que casi todo el cine de aventuras contemporáneo, al que adelantaba sin problemas. Y, lo mejor, sin traicionar al jugador con el truco barato de cascarse cinemáticas eternas en las que no se toca el mando  o se hace meramente para acompañar la trama. No es el caso: las historias de Naughty Dog son tan sólidas como las mecánicas jugables que las sustentan.

The Last of Us da unas cuantas zancadas más allá en esto de los juegos orgullosos de serlo. Neil Druckmann, director creativo del estudio y guionista del título, ha planteado una historia de supervivientes a medio camino entre La Carretera de Cormac McCarthy y Los Muertos Vivientes de Robert Kirkman.

En el juego, el mundo se ha ido a hacer puñetas por una plaga de hongos capaces de convertir en zombis deformes a los humanos -no se rían, están inspirados en una familia real que hace lo mismo con los insectos- y, peor, el Apocalipsis ha dejado tras de sí gente que no querrías cruzarte por la noche ni en condiciones normales. Afortunadamente el jugador encarna a Joel, un tipo duro con muy pocos escrúpulos, pasado oscuro y una misión: cuidar de la joven Ellie, representante de la inocencia que tampoco se corta a la hora de volarle la cabeza con un ladrillo a nuestros adversarios.

Ultrarrealismo

Porque esa es otra: The Last of Us es un juego de violencia sequísima y ultrarrealista, nada glorificada. Alejado de los superhéroes de acción de cine y consola, cada enfrentamiento en el que se mete la pareja protagonista (de impecable construcción) conlleva escalofrío, sordidez y repelús. El resultado nada agradable de hacer lo que hay que hacer para seguir viviendo, que se traduce en frenéticas muertes barriobajeras. O en el tembleque de muñeca que tiene Joel cuando coge un arma, tan letal como poco efectiva. No, el juego nos pide mejor que nos movamos en silencio, que esquivemos las peleas, que sobrevivamos.

No se trata de vencer, sino de seguir adelante en esta odisea revisitada donde el viaje nos lleva por los hermosos parajes de unos Estados Unidos poshumanos. Los sonidos de la naturaleza abriéndose paso entre las ruinas de la civilización y la melancolía de la banda banda sonora de The Last of Us, del doblemente oscarizado Gustavo Santaolalla, construyen un envoltorio sonoro magistral, complemento perfecto de la exuberancia gráfica de una Naughty Dog en plena forma, que ha llevado a PlayStation 3 hasta el límite. Decir que The Last of Us es el mejor juego de esta generación de consolas es tan apresurado como erróneo, sobre todo cuando podemos decir algo mucho mejor: es uno de los escasos juegos al alcance del público ajeno al medio, una puerta de entrada perfecta. Y de los aún más escasos títulos que permanecen bajo nuestra piel incluso después de haber soltado el mando. Ojalá el resto cojan ejemplo y dejen de mirarse ya en el espejo del cine: al videojuego no le hace ninguna falta.

Alternativas

Sólo hay otros dos títulos crepusculares que entren tan bien entre jugadores expertos y recién llegados por igual. El primero sería The Walking Dead, las aventuras gráficas de Telltale paralelas a la serie de televisión, que demuestran lo muchísimo que ha evolucionado el género desde los deliciosos Monkey Island. No en vano parte de sus creadores vienen de la era dorada de LucasArts. Al que firma le gusta más la historia de los juegos que la adaptación televisiva del cómic...

Por otro lado, si hay un juego con el que pueda medirse The Last of Us en ambición narrativa, ese es Red Dead Redemption de Rockstar, un western ambientado en los últimos días del Oeste, con la civilización abriéndose camino y un ex forajido, William Marston, obligado por esa misma civilización a convertirse en verdugo de un estilo de vida legendario. No sólo cuenta con grandeza una tragedia vaquera impecable, sino que lo hace llevando mucho más allá los logros jugables de Grand Theft Auto.

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